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Siria,el patrimonio arrasado

La antigua ciudad de Palmira en Siria
La antigua ciudad de Palmira en Siria

En 2007, un grupo de amigos hicimos un viaje a Siria que nos permitió conocer parte de su impresionante patrimonio. Nos integramos en un grupo más amplio organizado por un mayorista internacional de viajes alternativos y de aventura. Entonces el viaje a Siria podría efectivamente catalogarse como alternativo; hoy ese viaje, obviamente, ya no figura en su oferta.




Fue un viaje de diez días que iniciamos en Damasco. Desde allí nos dirigimos a la costa mediterránea del noroeste sorteando Líbano; subimos hasta las aldeas bizantinas del Norte, cerca de la frontera turca, y giramos hacia el Este para seguir el curso del Éufrates hasta la frontera con Irak. Volvimos a Damasco atravesando el desierto central sirio.

Ese periplo coincidía parcialmente con las rutas históricas que, desde hace milenios, cruzaron el territorio sirio. La principal, la denominada Ruta de la Seda, era una red de caminos que unían el levante mediterráneo con el Lejano Oriente. Una de sus variantes discurría por el norte del país, desde el mar Mediterráneo hasta la frontera con Irak siguiendo en parte el recorrido del Éufrates; enlazaba ciudades antiguas como Antioquía, Apamea, Alepo, Dura-Europos y Mari. En esta ruta se insertaba otra que se iniciaba también en la costa mediterránea más al Sur, a la altura del actual Líbano, y se adentraba en el desierto central sirio para unirse a la anterior en un punto medio del Éufrates; pasaba por Damasco, el oasis de Palmira y Ressafa. Hay una ruta más de trazado norte-sur que, bordeando la costa mediterránea, unía Constantinopla con Egipto a través de las polis griegas de Asia Menor, las ciudades fenicias de la costa (la siria Ugarit entre ellas) y Palestina; esta ruta la siguieron en la Edad Media los peregrinos y los cruzados hasta los lugares sagrados del cristianismo.

Siria fue, por lo tanto, un espacio atravesado por caminos por los que desde la Antigüedad circulaban mercancías de todo tipo y también la cultura y el arte de numerosas civilizaciones. Esa condición de lugar de encuentro confiere al país un carácter singular. En su territorio es posible visitar hoy los restos monumentales de múltiples culturas: asirios, fenicios, griegos, seléucidas, romanos, bizantinos, cristianos y árabes.

Su patrimonio arqueológico es impresionante, en gran parte extensas ruinas de ciudades históricas protegidas en recintos relativamente vigilados. Eso son los restos de la antigua ciudad de Apamea, en el Norte junto al río Orontes, ocupada por los persas y conquistada sucesivamente por los macedonios de Alejandro Magno y los romanos. Fue un importante centro de conocimiento en época cristiana que llegó a tener una población de 500.000 habitantes. Hoy se conservan en pie parte de los muros y columnas de su avenida central, el cardo maximus de cerca de 2 km, cuya perspectiva es fascinante. Fue incluida en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco en 1999. Ahora, tras cuatro años de guerra civil, es un espacio sin control cuyo suelo ha sido abusivamente perforado por los saqueadores en busca de piezas arqueológicas de valor.

Caso parecido es el del sitio arqueológico de Palmira, uno de los más importantes lugares del Mundo Antiguo. Situada en un oasis en el centro del desierto sirio, una gran parte del comercio entre el Mediterráneo y el Oriente pasaba por la ciudad. Fue capital de un imperio que se extendía por Siria y Líbano bajo el reinado de Zenobia en el siglo III. Como ocurre con Apamea, el visitante necesitaría varios días para descubrir el sitio. En nuestra visita, inevitablemente superficial, nos atrae la avenida central con una perspectiva de columnas que se enmarca con un arco monumental. La gran columnata termina por un extremo en las magníficas ruinas del templo de Bel, el más importante edificio religioso del primer siglo de nuestra era en Oriente Próximo. En el interior de un recinto colosal bordeado por un pórtico de columnas se encuentra el templo consagrado en el año 32 d. C. Su arquitectura se inserta en la tradición griega y romana pero muestra también la opulencia oriental, por lo que desempeña un papel de síntesis entre Oriente y Occidente, cuestión que puede aplicarse al conjunto de la ciudad de Palmira. La visita al templo, que conservaba su grandiosa cella y parte de las columnas del peristilo, fue un momento de gran emoción ya irrepetible. A principios de septiembre la ONU confirmó, a través de imágenes de satélite, que el templo, que figura en la lista del Patrimonio Mundial desde 1980, había sido destruido en agosto por las milicias del Estado Islámico.




Además de Palmira y Apamea hay en Siria numerosas ciudades antiguas que no son más que ruinas exquisitas, sitios arqueológicos imponentes que, aun en condiciones precarias, siguen transmitiendo de un modo emotivo el legado de su historia milenaria y aportando información arqueológica. Como la fabulosa Mari, fundada en el tercer milenio a. C. en las orillas del Éufrates y abatida por Hammurabi en el 1760 a. C.: es el lugar más al oeste de la cultura mesopotámica que aún hoy conserva restos de sus muros de adobe que se visitan bajo una carpa protectora. Y la cercana Dura Europos, también al borde del río, fundada por los seléucidas en el año 300 a. C. En ella convivían templos a Mitra, los dioses griegos, romanos, sinagogas, y hasta la iglesia cristiana más antigua de la que se tiene noticia.

En el Oeste, en la costa mediterránea, la legendaria Ugarit cuyo período de esplendor se extendió entre los siglos XV y XII a. C. Conserva abundantes restos de la ciudad y del Palacio Real, entre ellos una originalísima puerta en un paño inclinado de la muralla. En el palacio se contaron noventa habitaciones y se descubrieron cinco bibliotecas con más de 400 tablillas. El alfabeto ugarítico, que sustituyó al cuneiforme, pudo ser el primero de la historia. Dura Europos y Mari han sido objeto de pillaje y excavaciones ilegales durante la guerra civil en curso.

También existen monumentos que no son ruinas o lo son en menor medida y conservan gran parte de sus cualidades originales en muy buen estado. Por ejemplo, el Crac de los Caballeros, un castillo situado en una colina cercana a la ciudad de Homs en un importante sitio defensivo que ya lo era antes de su ocupación por los cruzados. Éstos lo capturaron en 1099 en su marcha hacia Jerusalén y más tarde, durante los siglos XII y XIII, los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén construyeron la imponente fortaleza, la mayor de Tierra Santa. Con su doble recinto amurallado constituye el prototipo perfecto de la arquitectura militar de la época. Se accede al recinto exterior por un largo pasadizo en rampa y abovedado cuyos giros en zigzag y ocasionales entradas de luz le conferían un aire pintoresco. Visitamos una larguísima sala abovedada que había sido la caballeriza, la Gran Sala y la Capilla, de aspecto gótico que se abrían a un patio en la plataforma superior. Nos impresionó el aspecto macizo de sus paramentos inclinados sobre los que emergen las torres cilíndricas dando lugar a difíciles encuentros geométricos perfectamente ejecutados. El monumento figura en la lista del Patrimonio Mundial desde 2006. Esto no impidió que durante la guerra civil, especialmente en los años 2012 y 2013, fuese el centro de numerosos combates que han devastado parcialmente el lugar.

En fin, la lista de los magníficos sitios y ciudades que visitamos es larga y dolorosa: casi todos han sido devastados en alguna medida. Alepo, ciudad milenaria y maravillosa, patrimonio mundial desde 1986, es escenario de guerra desde 2012 y ha visto arrasado su laberíntico Bazar, destrozada su Gran Mezquita del siglo XII y bombardeada su Ciudadela, por citar algunos elementos señalados de la ciudad antigua que ha sido asolada. Tampoco se ha librado de daños la capital Damasco, cuya Mezquita Omeya del siglo VIII, una de las maravillas del Islam, ha recibido el impacto de proyectiles que han dañado sus mosaicos. Nos produce gran melancolía el recuerdo de aquel viaje cuyas fantásticas imágenes se contaminan ahora con las del horror de la guerra destructora. Recordamos a Mahmud, nuestro guía, amante de la cultura española, culto y educado, y el contacto ocasional con la población siria, que nos brindó siempre un trato hospitalario. Esa población es la receptora del mayor daño imaginable: más de 200.000 muertos, cientos de miles de heridos y millones que quedaron sin hogar.

Por Fernando Nanclares
Con información de La Opinión de Málaga

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