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EL HALCÓN DEL REY SINDABAD

halcón


Dicen que entre los reyes de Fars hubo uno muy, aficionado a diversiones, a paseos por los jardi­nes y a toda especie de cacerías.

Tenía un halcón adiestrado por él mismo, y no lo dejaba de día ni de noche pues hasta por la noche lo tenía sujeto al puño.

Cuando iba de caza lo llevaba consigo, y le había colgado del cuello un vasito de oro, en el cual le daba de beber.

Un día estaba el rey sentado en su palacio, y vio de pronto venir al wekil que estaba encargado de las aves de caza, y le dijo: “¡Oh rey de los siglos! Llegó la época de ir de caza.

Entonces el rey hizo sus preparativos y se puso el halcón en el puño.

Salieron después y llegaron a un valle, donde armaron las redes de caza.

Y de pronto cayó una gacela en las redes.

Entonces dijo el rey: “Mataré a aquel por cuyo lado pase la gacela.”

Empeza­ron a estrechar la red en torno de la gacela, que se aproximó al rey y se enderezó sobre las patas como si quisiera besar la tierra delante del rey.

Entonces el rey comenzó a dar palmadas para hacer huir a la gacela, pero ésta brincó y pasó por encima de su cabeza y se inter­nó tierra adentro.

El rey se volvió entonces hacia los guardas, y vio que guiñaban los ojos maliciosa­mente, al presenciar tal cosa, le dijo al visir: “¿Por qué se hacen esas señas mis soldados?”

Y el visir contestó: “Dicen que has jurado matar a aquel por cuya proximidad pasase la gacela.”

Y el rey exclamó: “¡Por mi vida! ¡Hay que perseguir y alcanzar a esa gacela!

Y se puso a galopar, siguiendo el rastro, y pudo alcanzarla.

El halcón le dio con el pico en los ojos de tal mane­ra, que la cegó y la hizo sentir vértigos.

Entonces el rey, empuñó su maza, golpeando con ella a la gacela hasta hacerla caer desplo­mada.

En seguida descabalgó, dego­llándola y desollándola, y colgó del arzón de la silla los despojos.

Hacía bastante calor, y aquel lugar era desierto, árido, y carecía de agua.

El rey tenía sed y también el caba­llo. Y el rey se volvió y vio un árbol del cual brotaba agua como manteca.

El rey llevaba la mano cubierta con un guante de piel; cogió el vasito del cuello del halcón, lo llenó de aquella agua, y lo colocó delante del ave, pero ésta dio con la pata al vaso y lo volcó.

El rey cogió el vaso por segunda vez, lo llenó, y como seguía creyendo que el halcón tenía sed, se lo puso delante, pero el halcón le dio con la pata por segunda vez y lo volcó.

Y el rey se encolerizó, contra el hal­cón, y cogió por tercera vez el vaso, pero se la presentó al caballo, y el halcón derribó el vaso con el ala.

Entonces dijo el rey: ¡Allâh te sepul­te, oh la más nefasta de las aves de mal agüero! No me has dejado beber, ni has bebido tú, ni has dejado que beba el caballo.

Y dio con su espada al halcón y le cortó las alas. Entonces el halcón, irguien­do la cabeza; le dijo por señas. “Mira lo que hay en el árbol.”

Y el rey levantó los ojos y vio en el árbol una serpiente, y el líquido que corría era su veneno.

Entonces el rey se arrepintió de haberle cortado las alas al halcón.

Después se le­vantó, montó a caballo, se fue, lle­vándose la gacela, y llegó a su pala­cio.

Le dio la gacela al cocinero, y le dijo: “Tómala y guísala.” Luego se sentó en su trono, sin soltar al halcón.

Pero el halcón, tras una es­pecie de estertor, murió.

El rey al ver esto, prorrumpió en gritos de dolor y de amargura por haber ma­tado al halcón que le había salvado de la muerte.

¡Tal es la historia del rey Sinda­bad!”

Cuando el visir hubo oído el rela­to del rey Yunán, le dijo; ¡Oh gran rey lleno de dignidad! ¿que daño he hecho yo cuyos funestos efectos hayas tú podido ver?.

Obró así por compasión hacia tu persona. Y ya verás como digo la verdad.

Si me haces caso podrás salvarte, y si no, perecerás como pereció un visir astuto que engañó al hijo de un rey entre los reyes.

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