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Encantadores de serpientes

Encantador de serpientes
Encantador de serpientes

Este mismo poder ejercen más enérgicamente todavía los domadores de fieras. Los indígenas ribereños del Nilo fascinan a los cocodrilos con un melodioso y suave silbido que los amansa hasta el punto de dejarse manosear tranquilamente. Otros domadores fascinan de análoga manera a serpientes en extremo ponzoñosas, y no faltan viajeros que han visto a estos domadores rodeados de multitud de serpientes que gobiernan a su albedrío.

Bruce, Hasselquist y Lemprière aseguran haber visto respectivamente en Egipto, Arabia y Marruecos que los indígenas no hacen caso alguno de las mordeduras de víboras ni de las picaduras de escorpiones, pues juegan con estos animales y los sumen a voluntad en sueño letárgico.

A este propósito dice Salverte: Aunque así lo aseguran autores griegos y latinos, no creían los escépticos que desde tiempo inmemorial tuviesen ciertas familias el hereditario don de fascinar a los reptiles ponzoñosos, según de ello dieron ejemplo los Psilas de Egipto, los Marsos de Italia y los Ofiózenos de Chipre. En el siglo XVI había en Italia algunos hombres que presumían descender de la familia de San Pablo y eran inmunes, como los Macos, a las mordeduras de las serpientes. Pero se desvanecieron las dudas sobre el particular cuando la expedición de Bonaparte a Egipto, pues según observaron varios testigos, los individuos de la familia de los Psilas iban de casa en casa para exterminar las serpientes de toda especie que anidaban en ellas, y con admirable instinto las sorprendían en el cubil y las despedazaban a dentelladas y arañazos, entre furiosos aullidos y espumarajos de ira. Aun dejando aparte como exageración del relato lo de los aullidos, preciso es convenir en que el instinto de los Psilas tiene fundamento real .



Cuantos en Egipto gozan por herencia de este don y descubren el paradero de las serpientes desde distancias a que nada percibiría un europeo. Por otra parte, está del todo averiguada la posibilidad de amansar a los animales dañinos con sólo tocarlos, pero tal vez no lleguemos nunca a descubrir la causa de este fenómeno ya conocido en la antigüedad y reiterado hasta nuestros días por gentes ignorantes .

La tonalidad musical produce efecto en todos los oídos, y por lo tanto, un silbido suave, un canto melodioso o el toque de una flauta fascinarán seguramente a los reptiles, como así lo hemos comprobado repetidas veces. Durante nuestro viaje por Egipto, siempre que pasaba la caravana, uno de los viajeros nos divertía tañendo la flauta; pero los conductores de los camellos y los guías árabes se enojaban contra el músico porque con sus tañidos atraía a diversidad de serpientes que, por lo común, rehuyen todo encuentro con el hombre. Sucedió que topamos en el camino con otra caravana entre cuyos individuos había algunos encantadores de serpientes, quienes invitaron a nuestro flautista a que luciera su habilidad mientras ellos llevaban a cabo sus experimentos.

Apenas empezó a tocar el instrumento, cuando estremecióse de horror al ver cerca de sí una enorme serpiente que, con la cabeza erguida y los ojos clavados en él, se le acercaba pausadamente con movimientos ondulantes que parecían seguir el compás de la tonada. Poco a poco fueron apareciendo, una tras otra, por diversos lados, buen número de serpientes cuya vista atemorizó a los profanos hasta el punto de que los más se encaramaron sobre los camellos y algunos se acogieron a la tienda del cantinero. Sin embargo, no tenía fundamento la alarma, porque los tres encantadores de serpientes hubieron recurso a sus encantos y hechizos, y muy luego los reptiles se les enroscaron mansamente de pies a cabeza alrededor del cuerpo, quedando en profunda catalepsia con los entreabiertos ojos vidriosos y las cabezas inertes.



Una sola y corpulenta serpiente de lustrosa y negra piel con motas blancas quedó ajena al influjo de los encantadores, y como melómana del desierto bailaba derechamente empinada sobre la punta de la cola al compás de la flauta, y con cadenciosos movimientos se fue acercando al flautista que al verla junto a sí huyó despavorido. Entonces uno de los encantadores sacó del zurrón un manojo de hierbas mustias con fuerte olor a menta, y tan pronto como la serpiente lo notó fuése en derechura hacia el encantador, sin dejar de empinarse sobre la cola hasta que se enroscó al brazo del encantador, también aletargada. Por fin los encantadores decapitaron a las serpientes cuyos cuerpos echaron al río.

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