La religión: la receta tabú más practicada del mundo – Por Andrés Madrigal
«Mi carne es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida. El que come mi Carne y bebe mi Sangre permanece en Mí y Yo en él». (Juan. 6, 55-56)
No es desde la Semana Santa (mal llamada de la Pasión), sino desde que empieza la Cuaresma con el miércoles de Ceniza y hasta el viernes Santo. La Iglesia prescribe que el miércoles de Ceniza y todos los viernes de Cuaresma, incluido el Viernes Santo, la abstinencia de comer carne. Además esos dos días señalados han de guardarse tanto la abstinencia como el ayuno; los demás viernes de cuaresma, solamente la abstinencia. El ayuno y la abstinencia monástica, sin embargo, duran seis meses, y algunas órdenes religiosas lo contemplan siempre.
La abstinencia de la carne como remedio a las pasiones, en solidaridad con aquellos (los pobres) que no tienen acceso a la carne, como recordatorio de que la felicidad no consiste en satisfacer las pasiones terrenales, sino «en la búsqueda de los bienes de allá arriba» y, como muestra de comunión de todos los católicos a la voz de su pastor. No obstante, -y sobre todo en otros tiempos-, principalmente los enfermos podían ser dispensados de esta prohibición a cambio de un sacrificio o limosna; también, a juicio del Ordinario de lugar (Obispo), pueden ser dispensadas aquellas diócesis donde el pescado es más caro que la carne, como ocurre en la Archidiócesis de Los Ángeles (California). Gozan también de dispensa los militares en misiones, en campañas, en tiempos de guerra, o el personal militar embarcado…
La Iglesia asevera que tanto la abstinencia como el ayuno han de ser «efectivos», es decir, que se traduzca en alguna compensación -caridad- en beneficio de los pobres.
Por otra parte, no es absoluta esta prohibición en caso de necesidad (Mateos 12, 1-8) y en cualquier caso, la atención a la persona está por encima de la norma (salvo que pagues la bula, que es un negocio muy bien montado por los curas y superiores). Es conocido también que judíos y musulmanes creyentes no comen carne de cerdo. Y es que desde tiempos inmemoriales la religión no sólo ha buscado alimentar el alma, sino también el cuerpo de los fieles, con fatales consecuencias, llegando incluso a la muerte por no comer, habiendo comida.
No puede hablarse en puridad de musulmanes creyentes porque es una redundancia: el musulmán es el que profesa la religión de Muhammad (BPD), esto es, el creyente en el Islam. Tampoco se puede hablar de cristianos creyentes, sino de cristianos. Sin embargo, sí puede hablarse de judío creyente, porque el término judío hace referencia tanto a los que profesan el judaísmo como a los naturales de Judea; y, las expresiones cristianos practicantes, judíos practicantes o musulmanes practicantes, son correctas.
Casi todas las religiones han custodiado alimentos prohibidos a lo largo de su historia. Así lo que es lícito o no lícito comer se convirtió en cada religión en reglas inquebrantables para alcanzar la pureza espiritual. Tal vez la católica sea la más benevolente y no tan exageradamente alarmante (culinariamente hablando) como la musulmana, donde tanto los alimentos puros como el método de su manufactura recibe el nombre de Halal, que en árabe significa «lo permitido». O Haram; lo prohibido, no ético o abusivo.
Los preceptos de la religión judía que trata de lo que los practicantes pueden y no pueden ingerir, basado en los preceptos bíblicos del Levítico se les llama Kosher (o la industria vigilada por el rabino).
La mayor parte de la gente sólo es consciente de una pequeña parte de la diversidad de alternativas en los estilos de vida. Si queremos pasar del mito y la leyenda a la conciencia madura, tenemos que comparar toda la variedad de culturas pasadas y presentes. El hambre, la guerra, el sexismo, la tortura y la explotación, esas palabras y sus hechos sí que los conocemos bien e incluso somos parte culpable de ellas y pocas cosas nos hacen más humanos que el acto de cocinar nuestros alimentos. Ya lo decía James Boswell, que definió al Hombre como «un animal que cocina». No se tiene noticias de otro animal que prepare con tanto cuidado su comida antes de llevársela a la boca. No sé vosotros, pero yo soy de los que piensa que hay que probar de todo al menos una vez. Ya luego uno decidirá si le gusta o no, y puede que muchas veces se equivoque y en una próxima ocasión saboree con placer lo que en una anterior oportunidad encontró desagradable. Pero el ser humano, ese ser animal racional, ha sacralizado todo aquello que le era beneficioso. La comida, entre esos beneficios, fue motivo de adoración simbolizando en algunos alimentos básicos la fuerza mágica de un ser supremo que les aportaba la vida. O dicho de otra manera, alimentos tabú que por razones culturales o religiosas no se consideran aceptables para su consumo.
Los insectos, ejemplo claro de tabú en occidente, son considerados en algunos países de Asia, África y América Latina como alimentos alternativos o casi básicos. Bueno, vale… Los chapulines fritos con crema de calabaza están de «muerte».
Como ya dije, en la religión Judía como en la Musulmana, la carne de cerdo es un tabú. Los textos sagrados de ambas prohíben el consumo de esta carne. La Torá prohibe el consumo en crudo de una gran cantidad de animales, y esta prohibición afecta también al cerdo doméstico.
El que más me llama la atención desde mi mundo occidental es sin duda uno de los más conocidos tabúes alimentarios: la prohibición religiosa del Hinduismo de sacrificar y comer la carne de los vacunos, en especial la de las vacas, que son consideradas divinas e inviolables. La idea de que pudiera haber una explicación práctica del amor hindú a las vacas resulta más desconcertante para los occidentales que para los propios hindúes.
El origen de esta costumbre se pierde en el pasado. Hace casi 2.500 años, el crecimiento demográfico en la India provocó la reducción de las tierras de pasto en favor de los cultivos de hortalizas. Las vacas, cada vez menos numerosas, fueron entonces conservadas por su leche y abono. Esto coincide con la llegada a aquel país del budismo, religión que protege a estos rumiantes; igual lo que no sabéis es que la vaca sagrada no es un vaca, es un Cebú. Y de la bosta (excremento) del Cebú nace el cucumelo, hongo alucinógeno de color dorado y azul (azul es la psilocibina, compuesto alucinógeno, y azules y dorados son los colores de Krishna, la representación divina de Prithivi Mata, la Madre Tierra). Y aquí es donde empieza mi historia y acaba; mi foto lo dice todo.
«El ser humano es esclavo del lugar donde nació, de sus genes, de su herencia cultural y de la selección natural. La ignorancia, el miedo y el conflicto son los elementos básicos de la conciencia cotidiana». Marvin Harris
Con Información de : Huffington Post
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