El misterio de los Magos venidos de Oriente
“Del oriente vinieron magos que seguían a una estrella, la cual se detuvo sobre el lugar donde nació el nuevo Mesías.” Esta frase del Evangelio ha despertado – desde un principio – la curiosidad en los creyentes y el afán de investigación en los estudiosos.
Hasta hace poco había acuerdo en general para coincidir en que los magos venidos de Oriente que menciona el Evangelio eran sacerdotes babilonios. Ha habido cierta coincidencia en que la referencia a magos procedentes del Oriente refiere a la Mesopotamia y, más precisamente, a la ciudad de Babilonia, donde es reconocida la existencia de una destacada casta de sacerdotes astrólogos.
Empero, el nuevo libro – “La infancia de Jesús” – del Papa Benedicto XVI afirma otra cosa. Dice que, según los textos sagrados – hace referencia al evangelista Mateo y al profeta Isaías – su procedencia no era otra que Tarsis – o Tartessos – un reino que los historiadores ubican en algún punto indeterminado entre las provincias de Huelva, Cádiz y Sevilla.
«Así como la tradición de la Iglesia ha leído con toda naturalidad el relato de la Navidad sobre el trasfondo de Isaías 1,3, y de este modo llegaron al pesebre el buey y el asno, así también ha leído la historia de los Magos a la luz del Salmo 72,10 e Isaías 60. Y, de esta manera, los hombres sabios de Oriente se han convertido en reyes, y con ellos han entrado en el pesebre los camellos y los dromedarios», escribe Benedicto XVI. «La promesa contenida en estos textos extiende la proveniencia de estos hombres hasta el extremo Occidente (Tarsis, Tartessos en España), pero la tradición ha desarrollado ulteriormente este anuncio de la universalidad de los reinos de aquellos soberanos, interpretándolos como reyes de los tres continentes entonces conocidos: África, Asia y Europa.»
Habida cuenta de estas afirmaciones papales tiene sentido traer a la memoria una síntesis de cuánto se ha dicho sobre estas personas que acompañaron a Jesús, José y María al tiempo del Nacimiento. Veamos:
En la Biblia se los llama «magos», a secas, siendo mencionados una sola vez: «Después de nacer Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, unos magos llegaron de Oriente a Jerusalén, preguntando: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarlo.(…) abrieron sus cofres y le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra (…)»
El profesor Alfonso Di Nola, experto italiano en Historia de las Religiones y autor de textos fundamentales que han ayudado a esclarecer al respecto, señala: «Los Magos son personajes del Evangelio, aunque se mencionan exclusivamente en el segundo capítulo del Evangelio de San Mateo. No son ni tres, ni reyes. Son mencionados de manera imprecisa como «magos» y provienen de un Oriente también indeterminado. (…) Posteriormente los textos apócrifos harán de ellos personajes más complejos, estableciendo que eran tres, y ricos… Pero en un principio no eran así».
El historiador argentino Armando Alfonso Piñeiro se refiere al tema en su libro «Los fantasmas del pasado» donde escribe que los magos eran «sacerdotes y astrónomos de origen persa, como lo probaría el uso de camellos para transportarse hasta Belén. Vivían en Comagenes, diminuto reino ubicado al norte del río Eufrates y como rendían culto al Zoroastro, era imposible que fueran astrólogos. En aquella época se llamaban magos, precisamente, a los astrónomos y en general a todo docto personaje».
Merece un párrafo especial el hecho de que estos sabios llegaran a Belén guiados por los movimientos de un objeto celeste al que el evangelio denomina “estrella” de manera ambigua; pero que bien pudo ser un cometa, un stellium, una supernova o cualquier otro fenómeno cósmico que se destacara en el firmamento. El que usaran un objeto así para guiarse obliga a pensar que se trató de astrólogos o astrónomos. Más propiamente en aquellos días sacerdotes, maestros esotéricos o practicantes de la Alta Magia Blanca.
Hay opiniones de que se trata de una creación surgida de la imaginación del evangelista Mateo para enfatizar que Jesús fue reconocido por todos los pueblos del orbe. En cuanto al hecho de llamárselos “reyes” – lo que sólo ocurrió a partir del Siglo III – puede deberse a que se quiso dar confirmación a una profecía del Salmo 72, donde se lee: “Todos los reyes caerán delante de Él.”
Con el tiempo, surgieron grabados antiguos donde los viajeros aparecen vestidos con túnicas ceñidas a la espalda, sobre la cual flota el manto echado hacia atrás. Gorros frigios y las piernas desnudas o cubiertas con polainas apretadas, según la costumbre persa.
Hay polémica sobre la cantidad de magos que integraba el célebre grupo que, según quienes, fluctúa entre cuatro y doce. Explica Alonso Piñeiro que «en el siglo V el Papa San León dictaminó que eran tres. Ello no sólo coincide con numerosos testimonios coetáneos, sino también con el sugestivo hecho de que los regalos obsequiados al Niño Jesús eran oro, incienso y mirra. Vale decir, uno por cada visitante». Di Nola coincide: «Es a causa de los dones que presentan al niño Jesús, el oro, el incienso y la mirra, que ellos se convirtieron en tres para la tradición posterior. Anteriormente eran catorce». Prueba de estas diferencias numéricas se ven reflejadas en las pinturas alegóricas del siglo tercero representando a dos magos solamente así como las realizadas doscientos años más tarde que elevan la cifra a cuatro. Algunos manuscritos armenios de la época hablan de doce; tal vez uno por cada signo del Zodíaco.
El teólogo cristiano Orígenes (n. 185/m. 284) refirió que no podía haber más ni menos magos que regalos recibiera Jesús, por lo que la cifra quedó establecida en tres. El papa San León suscribió esta idea.
Sobre su procedencia – que recién hacia el Siglo IX comienza a comentarse – se atribuyó a Melchor ser rey de Persia, a Gaspar de la India y a Balthazar rey de Arabia. En hebreo estos nombres significan: Melichior, “rei de luz”; Gathaspa “el blanco” y Bithisarea “señor de los tesoros”.
«Los reyes de Tarsis y de las islas ofrecerán presentes, los reyes de Arabia y Saba le traerán sus regalos, y todos los reyes de la Tierra le adorarán». (Salmo 71,10) Aquí aparece Saba, lo que conlleva otro misterio pues son las tierras de la enigmática Reina de Saba, territorio que hasta fuera buscado por aire en el desierto de Yemén en 1933 por el mismo André Malraux.
De acuerdo a los libros litúrgicos los «Reyes Magos» fueron así denominados recién en el siglo VI. Un siglo después adquirieron nombres y fisonomía propia. Fue cuando el historiador y monje benedictino inglés Beda, el Venerable (n. 673/m. 735), sentenció: «Melchor era anciano, de larga y poblada barba; Gaspar, joven, lampiño y rubio, y Baltazar negro con espesa barba».
Algunos historiadores sostienen que los «magos» murieron en el año 54, después de celebrar juntos la Navidad. Tras siglos de peregrinaje, sus restos alcanzaron reposo en tierra alemana.
Alonso Piñeiro aclara: «(…) en la bella Catedral de Colonia admiré el sepulcro de los famosos Reyes, consistente en una urna de oro y plata de trescientos cincuenta kilos de peso. ¿Cómo llegaron esos restos de hasta la cautivante ciudad germana? En lo que fue, sin duda, la primera expedición arqueológica de la historia Elena, la madre de Constantino el Grande – fundador del Imperio Bizantino – encontró la Cruz en la que Cristo fue crucificado, la corona de espinas y los restos de los Reyes Magos. Posteriormente, éstos fueron trasladados desde Palestina – lugar del hallazgo – hasta Constantinopla (…) tiempo después hubo otra mudanza, en esa ocasión hasta Milán. En el año 1164, el emperador Federico Barbarroja le regaló la urna al obispo de Colonia, quien hizo edificar lo que al tiempo sería la actual y bellísima Catedral homónima. (…) Como se supone que los Magos murieron martirizados, se fijaron las fechas respectivas de su martirologio: el 1 de enero San Gaspar; el 6 de enero San Melchor y el 11 de enero San Baltasar».
Aunque – según una tradición de la Edad Media – los magos se habrían encontrado 50 años después del nacimiento de Jesús, en Sewa – una ciudad de Turquía – donde, finalmente, habrían de fallecer. Mucho después, sus cuerpos fueron llevados a Milán (Italia.)
Por Antonio Las Heras (*)
(*)Doctor en Psicología Social y magister en Psicoanálisis. Autor de “Jesús de Nazareth. La biografía prohibida”, Ediciones Nowtilus (Madrid) y “Sociedades secretas: Masonería, Templarios, Rosacruces y otras ordenes esotéricas”, Editorial Albatros (Buenos Aires), libro que recibió la Faja Nacional de Honor en el Género Ensayo de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE).
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