Los árabes en la obra de José Martí – Por Roberto Salomón
No pocos estudiosos de la obra literaria del prócer independentista cubano José Martí coinciden hoy en que ella estaría incompleta si se le extirparan sus escritos y poemas dedicados a los pueblos árabes.
Al menos éste es el parecer del director de la Casa de los Árabes del Museo de la Ciudad (de La Habana), Rigoberto Menéndez, quien considera que ningún nacido en esta isla, contemporáneo del insigne patriota, supo definir como él, con la fuerza erudita con que lo hizo, el carácter, la religiosidad y la historia de los pueblos del Medio Oriente.
En efecto, el hombre que escogió un nombre de esa lengua para su primer drama, Abdala, fue el mismo que años más tarde reflejó en sus Versos Sencillos la impronta de esa cultura en España, al decir: «Amo la tierra florida / musulmana y española / donde rompió la corola / la poca flor de mi vida.
En Abdala, el extraordinario intelectual revolucionario representa a Cuba mediante una tierra moruna, Nubia, y son árabes sus protagonistas:
«El amor madre a la Patria / No es el amor ridículo a la tierra / Ni a la hierba que pisan nuestras plantas. / Es el odio invencible a quien la oprime, / Es el rencor eterno a quien la ataca».
A juicio de Menéndez, gracias a su sensibilidad humana, Martí despertó también en los niños el interés de admirar las poblaciones de la civilización árabe-musulmana.
Por ejemplo, en La Edad de Oro, considerado uno de los mejores libros en el mundo dedicados a la infancia, aparecen numerosas referencias a elementos de la cultura árabe.
En uno de los artículos de esa obra, denominado La Exposición de París, el destacado intelectual revolucionario describe: «Al árabe que corre a caballo disparando la espingarda por la calle de dátiles con el albornoz blanco».
Entre otras composiciones poéticas evocadoras de lo árabe sobresale Haschisch, acaso la pieza lírica más amorosa del Apóstol.
Bastaría leer varios de los más de 160 versos de esa obra para constatar su profundo respeto y admiración por esa raza, y el encanto que produjo en Martí la mujer árabe:
Arabia:- Tierra altiva / Sólo del sol y del harén cautiva. / Cuando la infame tierra abre su seno / Al árabe, engendrado / De ardiente arena y sol enamorado, / Y el seno, de miserias viles lleno, / Fango sangriento al árabe ha mostrado, / Lo eterno anhela, el árabe suspira, / Los ojos cierra a la verdad, y llora / Dulce llanto de amor a la mentira, / Y el alma ardiente de la tierra mora».
«¡Amor de mujer árabe!- / La ardiente sed del mismo Don Juan se apagaría / En un árabe amor, en una frente / De que el negro cabello se desvía, / ¡Como que ansia de amor eterno siente, / Y a saciarnos de amor nos desafía / ¡Oh! si mis labios pálidos rozara / una arábiga boca, donde arde / cuando se imprime, el fuego del Sahara, / mientras no es ido, el fuego de la tarde».
Entre otros poemas no menos conocidos y populares figura La perla de la mora o Agar y la perla. En sus escritos sobre los poetas españoles contemporáneos, el insigne patriota consigna acerca de una de las características de los árabes, su vinculación con el caballo:
«Un árabe reconocerá su corcel aunque le cambien la silla y le cubran con paramentos de oro».
«¡…infeliz el viejo que no ha cumplido el precepto del árabe: Este hombre no ha hecho un libro, no ha plantado un árbol, no ha creado un hijo», consigna en otro de sus escritos.
Martí llamó a los árabes, prudentes, amorosas y desinteresadas criaturas que «sin escarmentar por la derrota o amilanarse ante el número, defienden la tierra patria en la esperanza en Allah, en cada mano una lanza y una pistola entre los dientes».
A juicio del profesor José Cantón Navarro, quien investiga el interés de Martí por el mundo árabe, las frases del Maestro relacionadas con esa temática no son ocasionales, sino entrañan un conocimiento sólido de esos pueblos y una innegable simpatía por ellos.
Virtualmente en cada uno de los 28 volúmenes de sus obras completas abundan páginas dedicadas a aspectos árabes, escritos desde su época de estudiante hasta aquella en que prepara e inicia la guerra necesaria, sostiene Cantón.
De 1875 a 1895, no hay un año en que olvide esa temática, pero los que acumulan un mayor número de crónicas, informes y referencias de temas arábigos son 1881, 1882 y 1889, explica el profesor en su ensayo Los pueblos árabes en la pupila de Martí.
Aborda el destacado intelectual en su extensa obra las más relevantes facetas de la vida de los pueblos árabes, su ancestral cultura y proverbial sabiduría, su historia y costumbres, sus mitos y leyendas, sus virtudes e ideales, sus héroes, tierras, hombres y mujeres.
Mención aparte dedica Cantón al libro de versos Ismaelillo, que Martí escribe a su hijo y evoca a Ismael, descendiente de Abraham y de Agar, a quien la leyenda bíblica señala como padre de la raza árabe.
El Maestro fue, además, el cronista cubano de una revuelta egipcia, la Rebelión de los coroneles, en 1881, considerada una suerte de levantamiento antieuropeo contra los intentos de tutelaje de Inglaterra.
En esta escena, el discurso arabista de Martí se manifiesta como una solidaridad interiorizada con un movimiento antibritánico y frente a todo lo occidentalizante.
Su franco anticolonialismo y admiración por el espíritu de lucha de los árabes se observa, además, cuando escribe sobre ese hecho histórico:
«El ancla británica quiere clavarse en los ijares del caballo egipcio: El Corán va a librar la batalla al libro mayor: el espíritu de comercio intenta ahogar el espíritu de independencia: el hijo generoso del desierto muerde el látigo y quiebra la mano del hijo egoísta del Viejo Continente».
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