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Sion y la vieja historia de atacar y huir tratando de engañar al mundo

Atentado embajada Buenos Aires

El día 11 de julio de 1998 (menos de un mes antes de las explosiones africanas), todos los corresponsales occidentales en Oriente Medio difundieron una noticia que el gobierno libanés confirmó, luego, oficialmente: había sido descubierta en Líbano una red de espionaje israelí, integrada por 77 ciudadanos libaneses, que tenía por objetivo principal destruir – por medio de un «atentado terrorista»– la embajada de Estados Unidos en Beirut. Luego, al igual que había sucedido en Buenos Aires unos años antes, se acusaría a Hezbollah de haber realizado el atentado. Un desertor del Ejército del Sur de Líbano desbarata la operación. Nada nuevo: terrorismo encubierto. Todos los estudiosos de la política exterior israelí conocen esa estrategia.

«Es la misma historia de siempre: atacar y huir tratando de engañar al mundo» (Livia Rokach, El terrorismo de Estado israelí: un análisis de los Diarios de Moshe Sharett en Israel´s Sacred Terrorism, Arab News, 8 de marzo de 1980. Anexo 3).

En este caso, para engañar al mundo luego del fracaso libanés, había que generar a un «culpable» creíble.



La primera tentativa se orientó hacia Irak. Aunque no sea un Estado islámico es, al menos, un Estado árabe. La «venganza de Sadam« sigue siendo una imagen convincente y terrorífica. Pocos meses antes, estando Netanyahu de visita en los EUA, no se pudieron concretar los bombardeos sobre Irak, poseedor de «armas de destrucción masiva« con capacidad «para destruir tres veces al planeta tierra».

Hasta ese punto se habían deteriorado las relaciones entre los gobiernos de Washington y de Tel Aviv. Pero ahora, dos días antes de las explosiones del África oriental, los inspectores de las Naciones Unidas se retiraron intempestivamente de Bagdad, luego de adoptar una postura insultante – claramente provocadora – para la dignidad de Irak.

Se dice que ese gobierno pretendía impedir la continuidad de las inspecciones (que ya casi habían terminado: obviamente no había armas de «destrucción masiva» en Irak). Ante el extraño hecho consumado el gobierno de Sadam se queda atónito: faltaba muy poco para finalizar la inspección que levantaría el embargo. No podían impedir las inspecciones porque los inspectores, simplemente, ya se habían marchado (afortunadamente existe una película difundida por la televisión iraquí que es absolutamente clarificadora sobre este episodio).

El segundo intento consistió en relacionar los atentados africanos con anteriores operaciones contra tropas norteamericanas de guarnición en Arabia Saudí: en los sagrados lugares. Para ello se inventa una organización inexistente: Frente Internacional Islámico para la Lucha contra Israel y los Cruzados. Hasta el nombre es ridículo e ilógico. Ridículo: porque intenta implicar forzadamente a Europa occidental [los «Cruzados»]; ilógico: porque no se comparecen los conceptos «internacional» e «islámico» [pertenecen a dos épocas distintas dentro del siglo XX: la comunista «internacional» y la poscomunista]. Personalmente no tengo dudas de que fue inventado por el propio Instituto para los Estudios de Contraterrorismo de Tel Aviv. Es esa institución la que difunde en Occidente la imagen de ese Frente Internacional Islámico y Anticruzada (una forma burda de implicar al cristianismo contra el Islam): «una organización que extiende sus tentáculos desde el desierto de Nubia, en África, hasta Afganistán».

Algunos grupos en Israel están particularmente interesados en señalar la naturaleza anónima e internacional del «nuevo terrorismo», dado que no hubo ni habrá reivindicación del atentado; lo que en teoría va contra toda lógica política:

«Está claro que el terrorismo internacional e indiscriminado no está muerto, pero, como un virus maligno, parece que ha pasado por un proceso de mutación. A las organizaciones terroristas ya no les interesa identificarse reivindicando la responsabilidad de sus crímenes… porque han vuelto a la sombra. Y al igual que los terroristas que cometieron el atentado por bomba contra la embajada de Israel en Buenos Aires, los que atentaron contra las embajadas USA en Africa se han convertido en (terroristas) indiscriminadamente internacionales…» (Jerusalem Post, 9 de agosto de 1998).



La guerra mundial contra el «terrorismo islámico» está servida:

«El rastrear a terroristas es ahora una prioridad internacional y los americanos merecen pleno apoyo y colaboración internacional en la caza (de los terroristas). Ciudadanos de prácticamente todos los países han sido asesinados por terroristas y quedan pocos países que hacen todavía concesiones por una motivación «ideológica» de estos crímenes. Por lo tanto, si se comparte el sufrimiento, la responsabilidad de atrapar a terroristas de cualquier índole debe compartirse doblemente» (JP, ibídem.)

La «conexión saudí» es señalada explícitamente por un periódico inglés de clara tendencia pro-israelí, The Independent. En su edición del 12 de agosto Robert Fisk escribe:

«La clave de la identidad y los motivos que inspiraron a las personas que atentaron contra las embajadas de Estados Unidos en Nairobi y Dar es Salaam se encuentra en las profundidades de la nación que los estadounidenses consideran su principal aliado en el Golfo Pérsico: Arabia Saudí. El ataque… reflejó la furia creciente de miles de saudíes – incluidos algunos miembros de la familia real – contra la continua presencia militar y política de EUA en la tierra que alberga dos de los más importantes santuarios del islam: La Meca y Medina… No fue una casualidad que las bombas explotasen… coincidiendo con el octavo aniversario de la llegada de las primeras tropas de EE.UU. a Arabia Saudí, en 1990…»

El Jerusalem Post (JP), a su vez, recuerda el anterior atentado contra tropas norteamericanas realizado en territorio saudí:

«Las susceptibles autoridades saudíes, ante el temor que las investigaciones podrían revelar alguna conexión políticamente embarazosa con un Estado de la región, obstruyeron constantemente las investigaciones y negaron el acceso de oficiales USA a los sospechosos clave. Este comportamiento fue particularmente irritante, ya que los saudíes son aliados de los americanos y dependen en mucho de la protección americana contra amenazas regionales como desde Irak o Irán…» (JP, Ibídem).

La tercera hipótesis fue desarrollada por «analistas» argentinos al servicio del Estado judío, que quiere implicar a Irán a toda costa, en los atentados de Buenos Aires. Para estos cipayos los autores de los atentados africanos son miembros de

«… la internacional islamista, (que es el) ala dura del poder iraní que intenta por todos los medios ‘frenar’ el acercamiento a Occidente del nuevo presidente iraní (más) una combinación de varios actores en la que intervendrían algunos sectores disidentes del grupo chiita proiraní Hezbollah, teledirigido por Irán y Siria. El contexto interior iraní se hace obvio por la cruda batalla que libran en Teherán los renovadores de Jatamí y el ala conservadora fiel a los valores del Ayatolah Jomeini» (en Página 12, Buenos Aires, 10 de agosto de 1998).

Como de costumbre, se construye una gran imagen falsa a partir de algunos elementos ciertos. Como por ejemplo la disidencia de Hezbollah. Pero naturalmente no se aclara que el «grupo de Baalbek« no tiene ninguna capacidad de acción más allá del Valle de La Bekaa, en Líbano. De esa hipótesis, al parecer fecunda, se han derivado luego otras, como la que expone el Foreign Report de Londres, el 13 de agosto. Los «guardianes de la Revolución» iraníes habrían actuado en coordinación con las fuerzas del saudí Ussana Ben Laden, supuestamente exiliado nada menos que en el Afganistán talibán.



Conviene recordar que los talibanes, en su origen, fueron una creación de la CIA contra las tropas soviéticas que habían invadido Afganistán. Esto parece olvidarlo hoy en día la diplomacia rusa, que señala a Afganistán como el centro del «terrorismo islámico internacional». Pero ya sabemos cuál es la posición – hegemónica – que tienen los judíos en la Rusia pos-soviética. A través de los talibanes queda metido en la olla, donde se cocina este nauseabundo guiso de acusaciones, el Paquistán musulmán, flamante miembro del club atómico. Se hace difícil imaginar cómo los iraníes pueden negociar con elementos que mantienen secuestrados a 11 de sus diplomáticos en territorio afgano recientemente conquistado por las fuerzas talibanes.

Por otra parte los iraníes, al igual que antiguamente los soviéticos, siempre han denunciado la conexión norteamericana e israelí dentro de la alianza talibán-paquistaní.

Por N. Ceresole

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