Alejandría, el sueño del gran Alejandro Magno
Al inicio de su campaña en pos de la conquista del mundo, Alejandro III, hijo de Filipo II de Macedonia y luego conocido como Alejandro Magno, había conquistado el primer gran poderío persa, cuando expulsó a las fuerzas de Darío III de Egipto.
Alejandro dejaría a Ptolomeo Sores, uno de sus generales, a cargo de Egipto y seguiría su marcha hacia oriente.
El proyecto de Alejandro, discípulo de Aristóteles, era fundir el mundo en uno.
En la cosmopolita Alejandría.
El ideal se concretó, particularmente en el primer centro de conocimiento de la humanidad establecido con la pretensión de abarcarlo todo, la Biblioteca de Alejandría.
La Biblioteca funcionó hasta la conquista árabe del puerto (640), es decir, durante casi un milenio.
La fundación de Alejandría
En el año 332 a.C. Egipto estaba bajo el dominio persa.
Alejandro Magno entró triunfante en ese mismo año a Egipto como vencedor del rey persa Darío III y los egipcios lo aceptaron y lo aclamaron como a un libertador.
Al año siguiente, en el 331 a.C, fundó la ciudad que llevaría su nombre.
Dicen que Alejandro Magno se sentía arrastrado por un anhelo siempre más grande, un impulso interior que lo empujaba a traspasar fronteras geográficas en busca de lo desconocido –«Repetidamente me aconsejaban volver los compañeros, pero yo no quise, porque deseaba ver el fin de la tierra»– y a traspasar también barreras establecidas por tradiciones inveteradas y costumbres arcaicas.
A través de gestos simbólicos como los matrimonios de macedonios con mujeres persas y de él mismo con la hija de Darío deseaba fundir Oriente y Occidente en una nueva humanidad unida por el ideal de la concordia.
Los ideales de la Grecia clásica y el afán del conocimiento le habían llegado a través de su maestro Aristóteles.
En sus expediciones militares le acompañaban científicos y cronistas que registraban todas las novedades de las tierras conquistadas.
Después de conquistar Siria y Egipto, Alejandro buscaba un lugar donde establecer la capital de su imperio y ese lugar lo encontró en el delta del Nilo.
El territorio elegido fue una península habitada por el poblado Rakotis, un pueblo de pescadores que más tarde formaría parte de la ciudad de Alejandría.
Al abrigo de las crecidas del Nilo y con la posibilidad de crear dos puertos fundamentales, uno marítimo en el mar Mediterráneo y otro fluvial en el Nilo, que a través de un canal unía el Puerto, el Lago y el Nilo, y con el Nilo acceso a todo Egipto.
En torno al año 331 a.C había fundado, bajo la dirección del arquitecto Dinócrates, la ciudad de Alejandría en la desembocadura del Nilo.
Dinócrates se ocupó del trazado de la ciudad y lo hizo según un plan hipodámico, sistema que se venía utilizando desde el siglo V a.C: una gran plaza, una calle mayor de treinta metros de anchura y seis kilómetros de largo que atravesaba la ciudad, con calles paralelas y perpendiculares, cruzándose siempre en ángulo recto.
Se construyeron barrios, semejantes a los que levantaron los españoles en las ciudades hispanoamericanas, las llamadas cuadras.
Las calles tenían conducciones de agua por cañerías.
Administrativamente se dividió en cinco distritos, cada uno de los cuales llevó como primer apelativo una de las cinco primeras letras del alfabeto griego.
Ciertamente Alejandría era una ciudad cosmopolita, cuya población en un principio estaba integrada por griegos, judíos y egipcios procedentes del campo.
Alejandría Helenística
Alejandría fue durante siglos no sólo la capital de Egipto, sino la reina del mediterráneo, el puerto más grande del mundo clásico.
En el siglo I a.C , escribe Diodoro Sículo: «Es sin duda la primera ciudad del mundo civilizado, está muy por delante del resto ciertamente en cuanto a elegancia y extensión, riqueza y lujo».
Situada en una encrucijada de rutas comerciales que comunicaban Asia y África con Europa se convirtió en un centro de fermentación intelectual.
Alejandría se hizo muy pronto famosa en el mundo helenístico por su biblioteca.
Lo que sabemos de la antigua biblioteca son ecos de noticias posteriores a su época de esplendor.
La estructura de Alejandría está reflejada como telón de fondo en la descripción de la creación que hace Filón en su tratado De opificio mundi, cuando habla de que Dios funda la megalovpoli cósmica.
Megalovpoli (así la llama Filón el Judío en su In Flaccum), quien dice “Alejandría está evocando el Cesareón en el que se suicidó Cleopatra y donde siglos más tarde una población fanática y exaltada remató a la filósofa neoplatónica Hipatia; el Faro, una de las siete maravillas del mundo antiguo; el Museo, la gran biblioteca con sus setecientos mil rollos o volúmenes y su filial del Serapeo; la tumba de Alejandro”.
El gran sueño de Alejandro
Ptolomeo I, uno de los generales de Alejandro y su amigo más fiel, conocía como nadie los sueños del gran conquistador.
A la muerte del héroe logró recuperar su cadáver para enterrarlo en la ciudad de su nombre.
Como fundador de la dinastía Lágida, Ptolomeo I quiso traer también a Alejandría la biblioteca de Aristóteles, muerto un año después de Alejandro (322 ac), y a su discípulo Teofrasto.
No se sabe si lo consiguió pero al menos logró atraer desde Atenas a Demetrio de Falerón, discípulo de Teofrasto, y de la misma escuela peripatética, quien influyó en la fundación y concepción de la Biblioteca del Mousei’on, el santuario de las Musas, construida en torno al 306 a.C, junto al palacio real.
Ptolomeo II Filadelfo, continuó enriqueciéndola hasta convertirla en la primera institución académica e investigadora de la Antigüedad, en la ciudad más importante del Mediterráneo y de toda la tierra habitada.
Los Ptolomeos eran de origen macedonio, habían heredado de los griegos el gusto por el saber y el conocimiento, y, como dinastía extranjera en Egipto, buscaban legitimar su autoridad con una intensa política cultural.
Como expresión de esta política fijan la capital del imperio en la ciudad de Alejandría y crean una biblioteca que deslumbró a los contemporáneos por su carácter grandioso y excepcional.
Durante siglos fue el vehículo por el que se transmitieron a Occidente los principales saberes de la antigüedad, gracias a la lengua común, el griego.
Con información de Alejandría, el sueño de Alejandro Magno.
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