La falsa islamofobia de Hergé
Muchos han querido ver en las viñetas de Tintín ataques contra la comunidad islámica. Los expertos explican por qué no es así.
Hernández y Fernández -hijos del trazo de Hergé, el icónico belga que creó Las aventuras de Tintín– están perdidos en el desierto del álbum El país del oro negro (1939). El sofoco delirante les hace ver espejismos y confundirlos con la realidad: en una de esas, les parece ver agua y hasta se colocan un traje de baño. Pero no. Era una ilusión. En otra, golpean en el trasero a un orante musulmán, interrumpiéndole el rezo. Llega la disculpa: «Le confundí con un espejismo» (véase la foto principal). En un tercer momento, el desvarío les hace confundir a otro musulmán -que tiene al lado una cabra blanca- con Tintín y Milú, su perro, por similitud de colores. Aquí vuelven a propinarle al personaje musulmán un puntapié que, en realidad, iba dirigido al intrépido reportero.
Estas imágenes -sumadas al aura racista contra los negros del Congo que envuelve los primeros trabajos de Hergé– han vuelto a sacarse a la luz vía Twitter a raíz de la cadena de atentados en el aeropuerto y metro de Bruselas y son peligrosas fuera de contexto. Al señalar con el dedo la hipotética islamofobia de un dibujante emblemático, puro símbolo belga, se busca extrapolar la idea y cuestionar la islamofobia de todo un país.
En el dibujante belga hay muchísimo interés y atención por otras civilizaciones, como la oriental o la musulmana, era una persona muy poco eurocentrista.
¿Puede hacerse de esta caricatura de los años 30 una lectura político-social actual? Fernando Castillo, historiador y especialista en la vida de Hergé, no da crédito: «No mezclemos. Es cierto que Hergé, sobre todo en su primera fase, tuvo inclinaciones colaboracionistas durante la Segunda Guerra Mundial [ahí Tintín en el país de los Soviets, álbum antimarxista y encargado por su jefe, Norbert Wallez, reconocido fascista] y que se le acusa de emplear el tono paternalista y colonial en Tintín en el Congo que era habitual en su época», reconoce.
«Pero su obra no se centra en el mundo musulmán: Hergé manda a Tintín a varias aventuras en las que aparece Oriente Medio, sí, pero de manera imprecisa. Apenas emplea nombres de países, y menos aborda esta cultura con rechazo». Castillo cree que es «al contrario», que en el dibujante belga «hay muchísimo interés y atención por civilizaciones como la oriental o la musulmana» y que «era una persona muy poco eurocentrista»: «Te diré que si alguien no le caía bien, ése era Estados Unidos», subraya.
LENGUA ÁRABE NO TRADUCIDA
Otro de los puntos que señalan los detractores de la línea editorial de Hergé es que, en el cómic original, los bocadillos de los árabe-parlantes nunca están traducidos -excepto en dos personajes principales- y dejan al lector la sensación de un continuo improperio ininteligible. Por ejemplo: en una de las viñetas, un hombre árabe grita algo puño en alto y Milú le dice a Tintín: «No escuches, Tintín. Debe de ser muy requetefeo lo que está diciendo». Castillo, el experto, repone: «En las traducciones al español de Las aventuras de Tintín, todo el mundo habla en español por igual. Con todo, eso que dices es una mera concesión literaria, una broma».
Darío Adanti, historietista y cofundador de la revista satírica Mongolia, llama a Hergé «hijo de su época» y cree que «su visión colonial se explica conociendo de dónde venía el dibujante, entendiendo su momento histórico»: «Occidente tenía una mirada diferente entonces hacia todo lo que no fuese Occidente mismo, como Kipling en El libro de la selva. Los prejuicios estaban ahí. Hergé, además, era muy creyente, pero no creo que atacase al fenómeno islámico», reflexiona.
EL AMIGO Y PERSONAJE CHINO
Adanti recuerda al joven chino Tchang Tchong-Jen, que fue personaje y amigo real del dibujante. Lo conoció entre Los cigarros del faraón y El Loto Azul -cuando su cómic empezaba a madurar- y lo introdujo en la compleja realidad de China y su cultura. Ahí el menudo compañero de fatigas de Tintín con su kimono verde, su flequillo oscuro y su expresión afable. «Su amor y respeto por China saca a Hergé de la generalización racista».
En Tintín y el país del oro negro, dos de los personajes principales son árabes: Mohammed Ben Kalish Ezab -un emir gobernante de Khemed, un país ficticio ubicado en la península de Arabia– y su hijo Abdallah -un encantador crío mimado de bromas pesadas-. «Abdallah es una figura entrañable», sonríe el historiador Castillo. Hay claroscuros en el trabajo de Hergé. Su lente ilustradora -cincelada por la influencia de la Segunda Guerra Mundial– no encuentra raíces ni paralelismos en el presente.
Aunque el dibujante belga apenas viajó -excepto aquellos campamentos jóvenes de los boy-scouts que le hicieron pasar veranos en España, Austria, Suiza e Italia– se dedicó a documentarse a fondo sobre los lugares en los que desarrollaría las historias de Tintín. Cuidó minuciosamente cada detalle, trabajaba en base a fotografías, buscando fidelidad. Retrató con mimo los espacios: las mezquitas, las alcazabas, los mercados. Hasta el personaje del pequeño Abdallah está creado en base a un retrato de la década de 1940 de Faysal II de niño -el último rey de Irak-.
EL RETRATO Y EL TÓPICO
A pesar de su esfuerzo por la verosimilitud, el dibujante pecó -quizá por no tratarlos personalmente y estudiarlos desde lejos- de caer en el tópico a la hora de retratar a ciertos personajes. En la primera versión de La Oreja Rota (1936), Hergé fue criticado por «dejarse llevar por el estereotipo racista del antijudaísmo»: presentó a un judío con nariz ganchuda, barba de rabino, una pequeña joroba… Esa viñeta desapareció en las ediciones posteriores.
Igual sucedió con la comunidad negra hasta que él mismo se explicó al respecto: «Me alimentaba de los prejuicios del medio en el que vivía… no sabía de algunos países más de lo que la gente contaba en aquella época. ‘Los negros son niños grandes, menos mal que estamos nosotros allí’, etc. Y yo dibujé a esos africanos siguiendo aquellos criterios, dentro del más puro espíritu paternalista que era el de la época en Bélgica».
Antoni Giralt, experto en cómics y autor de Del tebeo al manga (2011), habla de equilibrios: «Como en todos los personajes de Hergé, los musulmanes tienen actitudes positivas y negativas, hay buenos y malos, pero en ningún caso hace burla de ellos», explica. «Se limita a jugar con los tópicos de su momento. No sé quién dirá que era islamófobo, pero debería dejar de tener tanto tiempo libre y ponerse a trabajar».
El gran dibujante belga también fue un incomprendido algunas veces: su álbum Stock de coque (1958) pretendía denunciar la esclavitud que afectaba a los musulmanes africanos en peregrinación a La Meca, pero fue tildado de racista por el retrato simplista que hizo de los africanos. En 1967, se hizo una nueva edición corregida en la que Hergé modificaba la forma de expresarse de las víctimas de la trata.
Ya cicatrizaron los tópicos de aquí y de allá. Incluso la proclama anticomunista en carne viva y la defensa acérrima del Nuevo Orden hijo de la guerra: «Reconozco que yo también creí que el futuro de Occidente podía depender del Nuevo Orden. Para muchos la democracia se había mostrado decepcionante y el Nuevo Orden traía nuevas esperanzas. A la vista de todo lo que pasó, se trataba naturalmente de un gran error haber podido creer en ello. (…) Mi ingenuidad de aquella época rozaba la necedad, podríamos decir que incluso la estupidez», se excusó el belga en una ocasión, echando la vista atrás.
Aunque el discurso biempensante del ciudadano moderno lleve a rechazar algunas de las manifestaciones artísticas de Hergé -difíciles de aplaudir en las sensibilidades actuales-, Tintín no ha dejado de ser recurrente. El eterno reportero dicharachero lloraba a Bélgica en tres lágrimas: una negra, otra amarilla, la última roja, plasmadas en una nueva viñeta al pie de #JesuisBruxelles. No lo vemos, no hay dibujos: pero el pequeño príncipe árabe Abdallah también llora.
Por Lorena G. Maldonado
Con información de El Español
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