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El Encuentro-Día de la Candelaria

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Fiesta de la Presentación del Señor

La fiesta del 2 de febrero se celebra desde hace siglos, el primer testimonio que tenemos es del siglo IV, en Jerusalén:Fiesta de la Presentación del Señor, llamada Hypapante por los griegos: cuarenta días después de Navidad, Jesús fue llevado al Templo por María y José.

La Candelaria o Fiesta de la Purificación de la Virgen es considerada como una de las fiestas importantes de Nuestra Señora. Lo más llamativo era la procesión de las candelas. De ahí el nombre de <Candelaria>. Era una procesión clásica, tradicional, atestiguada ya en antiguos documentos romanos. En concreto, el Liber Pontificalis nos asegura que fue el Papa Sergio I, a finales del siglo VII, quien dispuso que se solemnizaran con una procesión las cuatro fiestas marianas más significativas por su antigüedad: la Asunción, la Anunciación, la Natividad y, por supuesto, la Purificación. Éste sería seguramente el origen de la procesión de las candelas. Esta fiesta había sido importada de Oriente. Luego se denominó -hypapante-, palabra de origen griego, que significa <encuentro>, y que devela el sentido original de esa fiesta: es la celebración del encuentro con el Señor, de su presentación en el templo y de la manifestación del día cuarenta. Los más antiguos libros litúrgicos romanos aún siguieron conservando durante algún tiempo el nombre griego para designar a esta fiesta.

Esta fiesta, tal como ha quedado diseñada en el actual calendario de la Iglesia a raíz del Concilio Vaticano II, recuperando de este modo su sentido original, no es precisamente una fiesta de la Virgen, sino del Señor.

Sin embargo, hay que reconocer el carácter tradicional de la Candelaria, cercana además a la fiesta de San Blas, de indudable raigambre popular y rodeada de importantes elementos tradicionales de carácter cultural y floklórico, como la bendición de los roscos de San Blas, y en algunas regiones la ofrenda de un par de tórtolas o dos pichones. Este hecho nos invita a diseñar, aunque sea de forma esquemática, la evolución histórica de la fiesta que, ya a partir de la Edad Media, se reviste de un carácter marcadamente mariano. Eso lo demuestra el contenido de las viejas oraciones y antífona, recogidas en el viejo Misal Romano, para ser utilizadas en la bendición y procesión de las candelas y que aparecen por vez primera en libros litúrgicos de los siglos XIII y XIV. El protagonismo de la Virgen en casi todos esos textos es altamente significativo y responde, sin duda, al carácter mariano que la fiesta adquiere en esa época.

El nuevo calendario litúrgico, establecido a raíz de la reforma del Vaticano II, considera de nuevo esta solemnidad como fiesta del Señor. Sin embargo, sin renunciar a este carácter fundamental de la fiesta, la piedad popular bien puede alimentar su devoción mariana y seguir celebrando a María, íntimamente vinculada al protagonismo de Jesús, en este acontecimiento emblemático de la presentación en el Templo, por el que Jesús es reconocido como Salvador y Mesías por los dos ancianos Simeón y Ana, .

Oración: Dios todopoderoso y eterno, te rogamos humildemente que, así como tu Hijo unigénito, revestido de nuestra humanidad, ha sido presentado hoy en el templo, nos concedas, de igual modo, a nosotros la gracia de ser presentados delante de ti con el agua limpia.

Una de las fiestas más antiguas

Es una de las fiestas más antiguas. El «Itinerarium Egeriae» (390) habla de esta fiesta con el nombre genérico de «Quadragésima de Epiphanía». La fecha de la celebración no era el 2, sino el 14 de febrero, es decir 40 días después de la Epifanía. En el siglo V se empezaron a usar las veladoras para subrayar las palabras del Cántico de Simeón, «Luz para alumbrar a las naciones», y darle mayor colorido a la celebración.

A esta fiesta se le llamó de la Purificación de María, recordando la prescripción de Moisés, que leemos en levítico 12, 1-8. Con la reforma del Concilio Vaticano II se le cambió de nombre, poniendo al centro del acontecimiento al Niño Dios, que es presentado al Templo, conforme a la prescripción que leemos en Ex 13, 1-12. Naturalmente, con el cambio del nombre no se quiso borrar la presencia de María, sino ponerla en segundo lugar, después del Señor. El Evangelio de San Lucas (2, 22-38) funde dos prescripciones legales distintas, ya citadas arriba, que se refieren a la purificación de la Madre y a la consagración del primogénito.

En esta celebración la Iglesia da mayor realce al ofrecimiento que María y José hacen de Jesús. Ellos reconocen que este niño es propiedad de Dios y salvación para todos los pueblos.

La presencia profética de Simeón y Ana es ejemplo de vida consagrada a Dios y de anuncio del misterio de salvación.

La bendición de las velas es un símbolo de la luz de Cristo que los asistentes se llevan consigo. Prender estas velas o veladoras en algunos momentos particulares de la vida, no tiene que interpretarse como un fenómeno mágico, sino como ponerse simbólicamente ante la luz de Cristo que disipa las tinieblas del pecado y de la muerte.

 Purificación de la Virgen María

Posiblemente sea éste el aspecto más difícil de entender de la fiesta… Sabemos que la frase «ofrecer en sacrificio ‘un par de tórtolas o dos pichones'» se refiere a la purificación de María, porque reproduce literalmente una ley del libro del Levítico, capítulo 12, que habla de la purificación de la madre cuando ha dado a luz.

Cuando vamos al texto de Lv 12, vemos que una de las tórtolas que se ofrecen es «en expiación por el pecado» (v 6 y 8), para que la madre quede de nuevo pura. Cuesta aplicar esta idea a la figura de la Virgen; de por sí el parto no implica, de hecho, ningún pecado, pero además, ¿qué clase de pecado podría expiar la Virgen?…

Para la Biblia -como en general para la mentalidad religiosa natural- la «pureza» o «impureza» es algo que se relaciona con la interacción entre la esfera profana, en la que vive el hombre, y la esfera sagrada, en la que vive Dios. Cuando un hombre viola la ley de Dios comete pecado, y por tanto queda impuro, pero no tanto por la violación en sí, sino por haber abajado a Dios hasta lo profano. Similarmente, cuando un hombre pone en contacto su mundo profano con el sagrado, incluso para una obra buena, incluso involuntariamente, también queda impuro: no puede volver a su ámbito cotidiano, profano, hasta que no haya sido «purificado». El parto es uno de esos momentos en los que la mujer quedó en contacto con lo más sagrado de Dios, porque tocó su acto creador, en ella ha obrado la mano de Dios creando una nueva vida, entonces, aunque el hecho no viola ninguna ley, incluso al contrario, y es festivo , sin embargo la mujer no puede volver sin más a la profanidad, debe «purificarse», debe «expiar» esta especie de convivencia con lo sagrado de Dios. Para el mundo bíblico, también la menstruación era un acontecimiento que hacía «impura» a la mujer, no porque implicara ninguna clase de violación de una ley moral, sino porque ponía su cuerpo en contacto con el manantial de la vida, identificada -como es habitual- con la sangre. También después de ello debía realizar un sacrificio de purificación para poder volver a su vida diaria.

Nos cuesta mucho a nosotros, con una mentalidad por un lado enteramente profana y por el otro sumamente legalista, entender esta categoría de «pureza» (y su correlato de «pecado«) que va mucho más allá del cumplimiento o incumplimiento de ninguna ley, y de cualquier transgresión de tipo moral. Lo cierto es que la Virgen debe purificarse, como cualquier mujer que ha estado en contacto con las manos creadoras de Dios, y hasta, si lo miramos desde ese punto de vista, más todavía, porque no sólo la mano creadora de Dios ha obrado en su vientre, sino que ha obrado llenándolo todo de Dios…

Presentación del Hijo

La segunda parte de este aspecto de la purificación proviene de las prescripciones del Éxodo 13 (vv 2 y 12-15): se trata del «rescate del primogénito», que afectaba a todos los primeros nacidos («lo que abre el vientre»), sea de hombres o de animales. Éxodo pone este antiquísimo rito religioso en relación con la matanza de los primogénitos egipcios: Israel debía «comprarle» a Yaveh sus primogénitos rescatándolos con una ofrenda, en recuerdo de que Dios perdonó la vida de sus primogénitos, pero no los de Egipto. El libro de los Números (18,15-16) prescribe la cantidad que debía ser pagada en rescate (redención) por los primogénitos.

Sin embargo Lucas, aunque menciona la presentación del primogénito, no menciona que se pagara por Jesús ningún precio de rescate. posiblemente porque Lucas quiere acentuar desde el principio que Jesús propiamente no debe ser rescatado, ya que toda su vida no es sino la marcha hacia el Sacrificio de la Cruz.

Entonces, aunque se hable del tema del cumplimiento de la Ley, y de que Jesús cumple, con esta presentación en el templo, la Ley entera, no debería hacerse mucho énfasis en ese tema, que no es el central, tal como lo señala la noticia del Martirologio:

«…lo que podía aparecer como cumplimiento de la ley mosaica era realmente su encuentro con el pueblo creyente y gozoso…»

Podríamos decir que el centro de todos estos versículos están más bien puestos en Jerusalén, que es la gran protagonista: como «Madre de los pueblos» recibe a quien habrá de abrir el templo a todos. Quizás poniendo el centro allí, en la ida al templo más que en la purificación en sí, tal vez se entienda mejor porque este capítulo 2 de Lucas termina con la ida de Jesús al templo de Jerusalén al finalizar la infancia, a hablar «de las cosas del Padre».

Referencias:
Biblioteca Mercaba
Evangelio del Día
Nuevo Año Cristiano , de J.M Bernal Llorente
Presentación al Templo,de Monique Villén

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