Fez, la Atenas africana de ayer y de hoy
La capital cultural de Marruecos atrae al mundo por su patrimonio y festivales musicales.
Marruecos suma cuatro capitales. Rabat es la administrativa; Casablanca, la económica; Marrakech, la turística y Fez, la cultural. La Atenas de África recibe su sobrenombre por la educación que desde el año 857, fecha de la fundación de la mezquita universitaria Al Karaouine, ha procurado y por su riquísimo y diverso patrimonio arquitectónico.
Fez es un crisol de civilizaciones, y esto es así porque en sus intrincadas vías han morado inmigrantes andaluces y sicilianos, musulmanes, judíos, sefardíes y bereberes. Las huellas de sus asentamientos perviven indelebles en la sede imperial más antigua del reino.
La ciudad se divide en tres zonas, Fes el-Bali, que se remonta a 809; Fes el-Jdid, erigida en 1276; y la Ville Nouvelle, fundada a principios del siglo XX por los colonizadores franceses.
Sus palacios, mezquitas, residencias y laberíntico trazado urbano han atraído desde hace siglos a estudiantes, intelectuales, comerciantes y artistas de todas las esquinas geográficas. Abundantes son los tesoros, pero si hay un enclave en el que perderse (literalmente) es la medina de Fes el-Bali. El barrio antiguo fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, y es la zona peatonal más extensa del mundo.
La expresión que más veces se escucha en sus calles es ‘¡Balak!’, un grito de atención que los lugareños emplean para anunciar que pasarán con sus mulas.
La ciudadela está constituida por 187 barrios, y, a modo de anécdota, cada uno de ellos consta de una mezquita, una fuente, un hammam o baño árabe y una panadería, donde acuden los vecinos con sus masas de pan para hornearlas. En sus estrechas 9.400 callejuelas se suceden hasta 10.500 edificios históricos y numerosos zocos especializados por agrupaciones gremiales.
El barrio antiguo fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, y es la zona peatonal más extensa del mundo.
En este paraíso de las compras, “pagas el precio del deseo”, advierte Isabel Albarracín, una española casada con un marroquí que ya está curtida en las artes del regateo. Su consejo a los lectores es nunca señalar directamente al vendedor el artículo del que el visitante se ha antojado. En la Kissaria se pueden adquirir babuchas, túnicas, sedas, lanas y brocados; en la plaza Es-Seffarine, todo tipo de artículos en plata, hierro y cobre, cincelados por los latoneros; en el-Henna productos de cosmética milenaria, caso de la henna, el khol, el aceite de argán o el jabón negro, así como pieles de lagarto y caparazones de tortuga para pociones mágicas; y en el zoco Attarine, la nariz se colmará del olor de las especias y las hierbas.
De todos estos emplazamientos, el más inmortalizado en Flickr e Instagram son las curtiembres de la tenería Chouwara. Desde lo alto, el mosaico de cubas de tierra seca asemeja la paleta de un pintor. No obstante, advertencia a estómagos sensibles, la vista no es el único sentido que queda impresionado, pues fuerte es el olor que desprenden las pieles animales a la espera de ser teñidas en las tinas.
Como Fes el-Bali, Fes el-Jdid está rodeada de murallas que le procuran un aire medieval, consta de palacios con jardines, escuelas coránicas y zocos. Pero en su interior se hallan dos enclaves de visita obligada, el Palacio Real Dar El Makhzen y la Judería, cuyos labrados balcones de madera le dan un aire distintivo con respecto a la arquitectura árabe del resto de la ciudad. Esto es así, porque las casas musulmanas se caracterizan por grandes patios interiores con jardines y fuentes, que resguardan la privacidad familiar y atenúan el sofocante clima. Los judíos huyeron de Fez en 1956, pero la reminiscencia de su vida hacia el exterior ha quedado impresa en los miradores de La Mellah.
Fez redunda, en la actualidad, en su pasado cultivado, y no solo porque su medina (barrio antiguo árabe) sea un museo al aire libre y sus zocos, un vestigio de la cultura gremial y artesanal, sino porque muchas son las citas con la música y el arte a lo largo del año. Así, en abril, se celebra el Festival de Flamenco, organizado por el Instituto Cervantes, y el Festival de la Cultura Sufí; en junio, el Festival de la Música Sacra del Mundo y los Encuentros de Fez, que reúne a intelectuales, humanistas y científicos; y en julio, el Festival Nacional de la Cultura Amazigh, donde se rinde tributo a la poesía, la música y el baile bereberes.
Con motivo del Festival de Música Sacra, por ejemplo, los palacios se abren a la población para conciertos, y la medina, que casi nunca se pisa por la noche, se transita en esos días en un viaje nocturno y musical por sus sinuosas calles y riads.
No lo llames hostal, sino ‘riad’
¿Para qué alojarse en un hotel cuando puede hacerlo en una casa o en un palacio? Las viviendas con patio interior o ‘riads’, que hacen las veces de hoteles, van desde las tradicionales y económicas hasta los lujosos, con piscina y ‘spa’. Al llegar no deje caer la maleta. Es de mala educación. La hospitalidad marroquí lo recibe con té y dulces típicos. Déjese agasajar.
De fuera para dentro
Existen dos enclaves extranjeros que nutren de oferta cultural a la ciudad, el Instituto Cervantes, situado en el número 5 de la calle Douiat, y el Instituto Francés, en el número 33 de la calle Loukili, con propuestas que van de muestras de fotografía a talleres gastronómicos, pasando por ciclos de cine, conciertos, conferencias y recitales literarios.
Pruebe delicias
Podrá probar yogures artesanales, pastas a base de almendras, pistacho, miel, coco y nueces; y té a la menta, conocido como ‘whisky bereber’.
Tenga en cuenta…
En Fez saldrán voluntarios para guiarlo por el barrio antiguo, cargarle la maleta, ofrecerle alojamiento, pinturas de ‘henna’, masajes, y calzado.
Por Begoña Donat
Con información de El Tiempo
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