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El Perfume – La forma más intensa del recuerdo

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«A Grenouille le quedaba suficiente perfume como para esclavizar al mundo entero, si hubiera querido… Habría podido entrar en Versalles y poner al rey a sus pies … Habría podido escribir una carta perfumada al papa y revelarse como el nuevo Mesías. Habría podido hacer todo ésto y más, si lo hubiera deseado. Poseía un poder más fuerte que el dinero, el terror o la muerte. El invencible poder de dominar el amor de la humanidad.

Sólo había una cosa que el perfume no podía hacer: No podía convertirle en una persona capaz de amar y ser amada como las demás»

Patrick Süskind
 

Uno de los descubrimientos claves fue el hallazgo árabe del alcohol, en el siglo VIII. Aceites y resinas olorosas diluidas en el alcohol revelaron toda la plenitud de sus cualidades aromáticas, dando así origen a perfumes mucho más finos. En el siglo X, se atribuye al médico alquimista árabe Jabir Ibn Hayyan la invención del alambique, gracias al cual mejoraron los métodos de extracción.

Historia del perfume

El arte de la elaboración de perfumes nació en Egipto, fue desarrollado por árabes y romanos , desde España se reintroduce en Europa durante el Renacimiento. Fue en Francia, hacia el siglo XIV, donde se cultivaron flores para elaborar los perfumes, permaneciendo ésta desde entonces como el centro europeo de diseño y comercio en perfumería. Mientras que en la Europa del siglo XVIII el perfume era utilizado por la nobleza, en Oriente, especialmente en Japón, el perfume constituía un arte, llamado kodo o arte del incienso, practicado además por la burguesía.

Perfumes divinos

En el año 3500 a.C., Sumeria era la civilización más avanzada y compleja del mundo; los sumerios crearon el primer sistema de escritura del mundo, los primeros en usar instrumentos de bronce, los primeros en fabricar ruedas y contrariamente a lo que muchos suponen, fueron ellos y no los egipcios los que desarrollaron por primera vez ungüentos y perfumes.

Cuando los arqueólogos encontraron el sepulcro de la reina Schubab de Sumeria, se sorprendieron al hallar a un costado del cuerpo una cucharita y un pequeño pote trabajados con filigrana de oro: la coqueta reina había guardado allí su pintura para los labios. En la Epopeya de Gilgamesh (un poema asirio del año 2300 a.C. probablemente copiado de textos acadios mucho más antiguos) se encuentran muchas citas que hacen referencia a la perfumería y a la cosmética.

Los sacerdotes egipcios literalmente fumigaban sus oraciones con perfumes –que ellos mismos elaboraban-, empleando olores fortísimos que favorecían la elevación del alma: mirra, resina de terebinto, gálbano, olíbano, láudano… Los aceites perfumados, los ungüentos y las pinturas también formaban parte del rito: muy temprano por la mañana, cada sacerdote procedía al aseo de las estatuas divinas untándolas con ungüentos y maquillando sus rostros (los de las estatuas y los propios). Así obtenían la protección de los dioses y se aseguraban un tranquilo y seguro paso al más allá. Justamente esta creencia es la que explica la práctica del embalsamamiento: conservar intacto el cuerpo en sustancias imputrescibles y perfumadas para entrar así en el cielo de los egipcios.

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A mediados del 400 a.C., Heródoto escribió sobre este tema:

Se empieza quitando el cerebro por los orificios de la nariz con un gancho de hierro inyectando en ellos drogas disolventes. A continuación, se realiza una incisión en los costados con una piedra de Etiopía cortante y se retiran los intestinos que se limpian con vino de palma y se purifican con aromas molidos. Se llena el abdomen de mirra, de canela y de otros aromas y se vuelve a coser. Después se sumerge el cadáver en natrón donde se deja durante setenta días… Luego, se lava el cuerpo y se envuelve en finas bandas de lino recubiertas por una especie de goma…

Esta cita sirve para reflejar la importancia del perfume como sinónimo de pureza y exaltación divina (cuando se abrió la tumba del faraón Tutankamon se hallaron más de tres mil potes con fragancias que aún conservaban su olor a pesar de haber permanecido enterradas por más de 30 siglos).

Las mujeres de la alta sociedad acostumbraban a ponerse debajo de las pelucas que habitualmente llevaban, unos conos fabricados con grasa de buey impregnada de diversos perfumes.

Grecia

En la Grecia clásica todo cuanto representaba belleza, estética, armonía, proporción, equilibrio, tenía un origen divino y se personificaba en divinidades y héroes mitológicos. No es extraño, por tanto, que supusiesen a los ungüentos y perfumes que contribuían a enaltecer la belleza, un origen divino.

Según la tradición homérica fueron los dioses del Olimpo quienes enseñaron a los hombres y a las mujeres el uso de los perfumes. En la mitología, encontramos muchos relatos en los que diosas, ninfas y otros personajes pasan por ser los creadores de los aromas. Y así vemos que la rosa, que antes era blanca y sin olor, tiene su color rojo y su aroma penetrante, desde el día en que Venus se clavó una espina de un rosal y con su sangre la tiñó de rojo. La rosa se volvió tan bella que Cupido, al verla, la besó y desde aquel momento tomó el aroma que ahora tiene.

Otro día que Venus se bañaba a la orilla de un lago, fue sorprendida por unos sátiros. Venus, huyendo, se escondió entre unas matas de mirto que la cubrieron y los sátiros no la encontraron. Agradecida dio a los mirtos la fragancia intensa que ahora desprenden. Cuando Esmirna cometió su gran pecado, como castigo fue convertida en un árbol, pero lloró tan amargamente que las diosas aminoraron el castigo y la convirtieron en el árbol de la mirra que llora resinas aromáticas.

Dejando aparte la mitología, el origen y desarrollo de la perfumería en Grecia lo encontramos en sus vecinos de Creta y en sus colonias, así como en Siria y otros pueblos mediterráneos. Los perfumistas de estos países instalaron sus negocios en las ciudades griegas, y, en pequeñas tiendas o en paradas desmontables en las ágoras o en los mercados públicos, vendían los productos que elaboraban.

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Los griegos no tardaron en aprender y muy pronto importaron esencias orientales y se convirtieron en grandes maestros en la elaboración de ungüentos y perfumes. Hombres y mujeres los usaban en tanta abundancia que Solón, el Arconte de Atenas, prohibió por ley el uso de esencias para limitar los gastos que ocasionaban sus importaciones.

Estas leyes restrictivas duraron poco tiempo. No se podía ir en contra de la voluntad de la mayoría y muy pronto volvió la costumbre de perfumarse y ofrecer a los dioses, después de los sacrificios habituales de animales, los aromas del incienso y de la mirra en los actos litúrgicos.

Estas resinas olorosas las importaban de Arabia y resultaban muy costosas, hasta el punto, que cuenta Herodoto, que en cierta ocasión vio como Alejandro Magno ofrecía en su oración gran cantidad de incienso delante un altar, su maestro Leónidas le reprendió diciéndole: «si quieres quemar tanto incienso espera conquistar la tierra que lo produce». Alejandro no respondió, pero mas tarde, cuando conquistó la Arabia, envió a Leónidas un cargamento de 500 talentos de incienso y 100 de mirra.

Pero no todo el mundo en Grecia tenía afición por los olores. A Sócrates no le gustaban y afirmaba que los hombres no debieran usar perfumes, puesto que una vez perfumados, tenían el mismo olor un hombre libre que un esclavo. En cambio Diógenes que era hombre descuidado, más bien sucio, que vivía dentro de un túnel, se perfumaba los pies y lo justificaba diciendo: «si me perfumo mis pies, el olor llega a mi nariz, si me lo pongo en la cabeza solo los pájaros pueden olerlo».

Etruria

La antigua Etruria, que se corresponde geográficamente con la actual Toscana italiana, desarrolló una cultura autóctona, diferenciada de sus vecinos, y misteriosa por sus orígenes. Aun hoy en día, los historiadores no se han puesto de acuerdo, acerca de su aparición en la historia de los pueblos. Unos, la hacen derivar de la cultura protohistórica vilanovense que se desarrolló en la ribera del Adriático, entre los valles del Arno y del Tiber, y que surge en la historia de las culturas hacia el 750 a.C.; en tanto que otros, Herodoto el primero, los hacen originarios de Lidia de donde hubieran llegado, huyendo de una ola de hambre en su país.

A este hecho enigmático de su origen, se ha de añadir el de su lengua; todavía no descifrada; la singularidad de sus creencias basadas en los oráculos y adivinanzas; su arte original e inconfundible, de influencias orientales, marcado, mas tarde, por la impronta del mundo helenístico; su ordenamiento social y el protagonismo de la mujer etrusca dentro de una sociedad liberal y epicúrea.

Todos estos enigmas trasladados a nuestro objetivo de relatar la evolución de la historia de la perfumería, se traducen en la incógnita de saber si fueron los lidios los que trajeron consigo el uso de los cosméticos y los aromas, o bien, se desarrollaron dentro de una propia cultura anterior.

La falta de fuentes literarias nos impide el conocimiento exacto de cuales fueron las materias utilizadas en la elaboración de los aromas. Nos obliga a recurrir a la ayuda de la arqueología, para ilustrarnos sobre las primeras materias usadas y sobre los envases que hicieron servir como contenedores de perfumes. En este último aspecto, destacan las formas clásicas de los alabastrones egipcios, la de los «lekytos» griegos», así como los «askos«, las «píxides»o pequeñas cajas de cerámica para guardar ungüentos o cosméticos y los «arybalos» esféricos, o en forma de bombilla y también los llamados de rosquilla por su forma característica.De los numerosos materiales con los que estaban elaborados, no nos podemos olvidar ni de los metales preciosos ni de las piedras duras, pero una exclusiva de la artesanía etrusca aplicada a los vasos para ungüentos perfumados, fue la cerámica de «buchero», de color negro y de textura muy fina, con la que lograban vasos de paredes extremadamente delgadas y brillantes que los hacían especialmente delicados y bellos.

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El pueblo fenicio y Cartago

Los fenicios, cananeos de raza y semitas de lengua, se establecieron hace 7000 años, en una débil franja de tierra entre el mar y los montes de Líbano. Era gente hábil, inteligente y laboriosa, que se enriquecieron con el comercio de dos productos que tenían a pie de obra: la púrpura para teñir la tela, que extraían del murex, un caracol de mar, y la madera de los cedros de las montañas del Líbano.. Fueron grandes navegantes y mejores comerciantes. Vivieron en ciudades-estado, prósperas e independientes y fueron grandes amantes de los perfumes. Con estos antecedentes y con una gran flota de naves ligeras, de proa estilizada, eran temibles en el mar y estaban preparados para abrir factorías en todo el mediterráneo que. con el tiempo, se convertirían en ciudades. Compraban metales de toda clase, nobles y útiles, y vendían madera de cedros a los egipcios y artículos manufacturados a los habitantes de las islas griegas hasta las costas del sur de Italia y España. No tenemos demasiadas noticias de los productos aromáticos que usaron, pero si que tenemos, y muchas, de la enorme cantidad de frascos para perfumes que manufacturaron. En todos los periplos que hicieron en todas las factorías donde se establecieron y sobre todo en todas las ciudades que fundaron, en particular Cartago, pero también, Chipre, Creta, Málaga, Cádiz e Ibiza y tantas otras, encontramos los restos de su paso o de su estancia. En relación con la perfumería, podríamos decir que, aparte de los frascos de vidrio o de pasta vítrea, que cambiaron o vendieron, y que encontramos en todos los museos arqueológicos del mediterráneo, fueron los suministradores de esencias para los habitantes de sus colonias. Sin pecar de exagerados, nos atrevemos a decir que los fenicios se convirtieron en los primeros distribuidores de perfumes de la cuenca meditarrénea.

Cuando Tiro, la última ciudad de los fenicios, cayó en manos de Alejandro, después de mas de 6000 años de estancia, todos los vencidos que pudieron, huyeron a Cártago que era ya una gran metrópolis de raíces fenicias. Los cartagineses continuaron las costumbres de su origen y, entre ellas, el uso de los perfumes, pero sin que se distinguieran en abusar de ellos. Los cartagineses se convertirían en un pueblo de conquistadores, y después de 118 años de guerras con los romanos, Cártago acabaría en una ciudad tan romanizada como la misma Roma.

Con la llegada de los árabes a España la perfumería se extendió al resto de Europa. Los países mediterráneos contaban con el clima adecuado para el cultivo de flores y plantas aromáticas, principalmente el jazmín, la lavanda y el limón, por lo que las costas de España, Francia e Italia se vieron de repente rodeadas de plantaciones cuyos frutos eran aprovechados por los árabes, haciendo del perfume la principal herramienta de su comercio. Por oriente, el perfume es introducido en Japón a través de China, que ya contaba en el s. VI con grandes artesanos de la jardinería natural que destinaban parte de sus cosechas al prensado de pétalos para la fabricación de perfumes. En este país se le concede al perfume un gran poder, y el sentido del olfato, siempre desplazado frente a los otros cuatro, es colocado en la posición que le corresponde. Una de las artes obligatorias que recoge el Kamasutra es, precisamente, perfumarse, para así formar una sólida alianza entre olor y amor, favorecedora del encuentro erótico entre sexos. Aunque en la Edad Media la utilización del perfume quedara relegada gracias a la iglesia, sí se siguió usando entre las clases sociales más favorecidas. Como la higiene personal dejaba mucho que desear, las mujeres se perfumaban con fuertes y persistentes aromas, como el ámbar, que alejaban, aparentemente, el mal olor. En los castillos se aromatizaban algunas estancias, naciendo así el primer ambientador de las historia.

Es aproximadamente en el año 1200, cuando tiene lugar el acontecimiento más significativo relacionado con el desarrollo de la industria perfumista tal y como hoy la conocemos. El Rey Felipe II Augusto, sorprendió a los perfumistas, que hasta ahora habían trabajado por su cuenta, con una concesión mediante la cual fijaba los lugares de venta de perfumes y reconocía la profesión como tal, así como la utilidad social de estas sustancias. Fue entonces cuando se empezaron crear las primeras escuelas donde se formaron los primeros aprendices y oficiales de esta profesión, que tras cuatro años de estudios pasaban a ser maestros perfumistas que supervisaban los trabajos de prensado de pétalos, maceración de flores, mezclado de ingredientes, y, en resumen, expertos encargados de conseguir la fórmula del perfume deseado. Esta concesión a los artesanos fue apoyada posteriormente, en 1357, por Juan II, en 1582 por Enrique III, y, en 1658, fue ampliada por Luis XIV. Se convierte así Francia en la cuna del perfume.

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La aparición de la industria del perfume

La aparición del primer envase coincidió con la aparición del primer perfume, sólido (ungüentos y ceras) o líquido. Al ser una sustancia volátil se debía evitar de algún modo su natural y rápida evaporación. Pero mucho antes de la aparición del cristal, hacia el s. I a. C., los egipcios ya fabricaban recipientes de diorita y de alabastro que, además de aislar el producto, conservaban frío su contenido para que no perdiera ni una de sus propiedades odoríferas. Los griegos y romanos utilizaban cerámicas decoradas con esmaltes hasta que Egipto comenzó a exportar sus envases. Posteriormente, con la llegada del vidrio, todos aceptaron rápidamente este material por su ligereza y transparencia. Casi inmediatamente llegaron los frascos esmerilados.

Entre los s. XVI al XIX los nobles adquirían separadamente perfume y envase, teniendo así el consumidor su fragancia favorita dentro del envase que más le agradaba. Cuando la burguesía comenzó a ser consumidora, la demanda de envases de vidrio se disparó, apareciendo de este modo los primeros envases fabricados exclusivamente para perfumes. Los cristales eran cortados por los artesanos con sumo cuidado, para posteriormente ser tallados almano.Por tanto, poseer un perfume era símbolo de poder económico y refinamiento, así los frascos con perfume eran colocados en los salones de las casas,a la vista de todos. Es en esta época cuando se fabrican verdaderas obras de arte que ahora sería imposible elaborar debido a que el coste del envase superaría con creces al coste del perfume; todavía se conservan en museos (o en domicilios particulares, por herencia) auténticas joyas realizadas a mano y adornadas con oro, plata y piedras preciosas.

«Olvidado el olfato que elaboraba otros tantos vocablos de un léxico precioso, los perfumes permanecerán sin palabra, inarticulados, ilegibles.»

Italo Calvino

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