El quinquenio en prisión que inspiró a Cervantes
De no haber estado cautivo en Argel, quizá nunca hubiera escrito «El Quijote«. Allí Cervantes convivió con gentes de toda raza y condición.
No le degollaron porque era valioso: llevaba las cartas de recomendación que recibió tras la batalla de Lepanto, y eso elevaba a 500 escudos el rescate que pagó su familia por él.
El periodista recorre los lugares donde estuvo y entra en la cueva en la que se ocultó en una de sus fugas.
El 26 de septiembre de 1575, Miguel de Cervantes viaja junto a su hermano Rodrigo camino de España en la galera Sol tras seis años de servicio en el Ejército.
A medio camino, el barco es asaltado por una flota corsaria, mandada por el turco Arnaute Mami.
Es conducido a Argel y adjudicado en condición de esclavo a un corsario menor, Dali Mami.
Lleva consigo cartas de recomendación que Don Juan de Austria le brindó por su valeroso comportamiento en Lepanto, lo que hace creer a sus captores que se trata de un prisionero notable y fijan por él un rescate de 500 escudos, imposibles de reunir por su familia.
Comienza entonces la etapa más intensa de su vida, toda ella digna de sus propias novelas.
Puso en juego su existencia intentando escapar en cuatro ocasiones; en todas falló.
Conoció a numerosas personalidades, convivió con piratas, renegados, musulmanes y cautivos.
Cuando, pasados cinco años, los padres trinitarios pagan la suma del rescate reunida en parte por su familia, Cervantes se dirige a España con la idea de ganarse la vida como autor de teatro y escritor, decisión que, es posible, jamás hubiera tomado de no haber cumplido esta peculiar condena.
Fue allí, con 28 años de edad, donde Cervantes creció moral e intelectualmente. Hay un antes y un después del cautiverio.
Adriana Arraigada de Lassel, cervantista residente en Argel y experta en su cautiverio, cree que en esta ciudad terminó de edificar su personalidad, «su conciencia religiosa y su identidad española».
Sus cinco años en Argel son los más documentados de su biografía, pero a la vez los más controvertidos, ya que si bien se han hallado los escritos en los que figuran la partida de rescate, sus nóminas como soldado y otros datos biográficos, siguen ocultos los detalles sobre su intimidad y espiritualidad.
Que renegó de su religión, que mantuvo relaciones homosexuales —en Argel se le han buscado varios novios—, que se planteó no volver jamás a España…
Existen multitud de conjeturas sobre su periplo argelino, difuminadas más si cabe por la cantidad de referencias autobiográficas que aparecen en las numerosas obras y personajes ambientados en el filo de la Cristiandad y la Berbería, con los que Cervantes enturbia su propia huella mezclando sus vivencias con la ficción.
La sociedad fronteriza de Argelia fue escenario en las obras teatrales Los baños de Argel, El gallardo español, Los tratos de Argel, la novela corta La gran sultana y, especialmente, los tres capítulos de El Quijote donde se narra la historia de El cautivo, que algunos estudiosos consideran como el germen mismo de El Quijote, una historia con entidad propia que pudo haber sido escrita años antes que iniciar su gran novela.
A finales del siglo XVI, Argel, el corazón del Mediterráneo bajo el dominio del Gran Turco, goza de la mayor gloria de su historia.
Su puerto guarda la flota de 35 grandes corsarios que, con sus veloces embarcaciones, salen en primavera al asalto de los barcos españoles e italianos.
Su población cosmopolita —desde musulmanes, judíos y turcos a todo tipo de pobladores de tránsito— se comunica gracias a una lengua franca.
Aislada por tierra, servía de cárcel natural para 25.000 cristianos cautivos que esperan su rescate, alojados en prisiones —conocidas como baños— donde disfrutan de cierta libertad de movimiento.
Siempre se habla de una forma global de la estancia de Cervantes en Argel. Sin embargo, Adriana Lassel identifica tres etapas en el periplo argelino del escritor.
«Con la libertad que Dali Mami le deja para moverse por la ciudad, recién llegado a Argel, encuentra a su hermano Rodrigo y toma contacto con muchos compatriotas, no todos ellos esclavos, pues había españoles en la milicia —entre los jenízaros y los mercenarios—, entre los corsarios y los comerciantes que atracaban en el puerto para sus negocios».
Así pues, Cervantes pronto contacta con compañeros y planea su primera fuga: la marcha hacia Orán, en compañía de un guía.
Los nombres de estos soldados se conocen, eran sargentos, alféreces y algunos caballeros.
Engañado
La aventura de Orán fue un auténtico fiasco, era imposible recorrer a pie los más de 450 kilómetros entre ambas ciudades, más aún cuando la costa argelina está llena de montañas.
No se podía caminar sin más en dirección Este, había que conocer el camino y el guía que había accedido a acompañarles por una cantidad de dinero les abandonó.
La segunda etapa de Cervantes comienza en 1577, en abril, cuando llega a Argel la galera San Pablo, con 269 cautivos, entre los que está el clérigo portugués Antonio de Sosa.
Este personaje mantendrá una verdadera amistad con Cervantes, un hombre delicado de salud, teólogo, conocedor de la cultura humanística y de la poesía y que tendrá para el escritor gran influencia.
Empieza una amistad entre un hombre de una gran cultura y un joven con inquietudes deseoso de conocer y escribir.
«Cervantes tuvo que haber escrito en Argel, esto es seguro, y de Sosa tiene que haber sido su oyente pero, lamentablemente, no hay documentos sobre esto», observa Lassel.
Cultura literaria
Esta etapa de Cervantes fue muy fructífera en cuanto a su enriquecimiento literario y la afirmación de su fe religiosa (frente a la opción de renegar, que hubiera supuesto su libertad inmediata), pues Antonio de Sosa era teólogo.
A Sosa se le atribuye la autoría de La Topografía General de Argel, publicada en 1612, y obra clave para el estudio del cautiverio de Cervantes.
Se dice que Sosa se ayudó de libros de geógrafos que habían pasado por Argel, como León, el Africano o Estrabón.
«Seguramente viajaba con estos libros cuando fue capturado.
En Argel había libros y una cultura literaria, pero se desconoce qué tipo de libros había en las bibliotecas y por eso es muy aventurado qué pudo haber leído Cervantes allí», añade.
Durante este periodo, el escritor español protagoniza el segundo intento de fuga.
En 1577, aprovechando que su familia paga el rescate de su hermano, da órdenes de comprar una galera que debía llegar desde Mallorca.
A la espera, 14 prisioneros se esconden en una cueva junto a la bahía, en unos jardines propiedad del rey Hassan Pachá, el Veneciano.
Durante semanas, Cervantes va y viene a la cueva, cuyo paradero sólo conocen el jardinero, que era español, y un melillense apodado El Dorador que les asiste y que, con la galera ya a la vista, será quien les denuncie.
«Ninguno de estos cristianos que aquí están tiene culpa de este negocio porque yo solo he sido el autor del plan y les he inducido a que huyesen», confesó Cervantes ante el rey.
A pesar de que los intentos de evasión se castigaban con la muerte —suerte que corre el jardinero—, su jugoso rescate despierta la codicia del rey, que se apropia del esclavo y lo confina cinco meses en los baños reales.
«Como tuviese guardado al estropeado español, tenía seguros sus cristianos, sus navíos y a toda la ciudad», se dice que comentó el rey cuando le encarceló.
Tras este largo encierro, Cervantes vive un nuevo periodo obsesionado con encontrar la libertad.
Por tercera vez lo intentó por medio de un musulmán, enviando unas cartas al general de Orán, Martín de Córdoba, pero fueron descubiertas y el mensajero empalado.
«Esta vez se libra de ser apaleado por intercesión de un renegado influyente amigo de Cervantes», aclara Lassel.
Este renegado era un poderoso corsario español, Mourad Raïs Maltrapillo, cuya demanda «podía ser una petición o algo más, en función del poder de entonces de la taifa corsaria.
Renegado murciano, que mandaba una galera de 22 bancos, posiblemente es la figura notable que inspira el personaje de el renegado en el episodio de El cautivo», añade.
Finalmente, en septiembre de 1579, consiguió la ayuda de un comerciante valenciano, Onofre Exarque, quien aportó el dinero para que otro renegado, Abderramán, comprara una barca para huir, en una historia muy similar a la que se narra en el pasaje de El cautivo, en El Quijote.
Para la evasión, Cervantes había contactado con 60 ó 70 caballeros, «lo más florido de Argel», según las crónicas.
Pero la información sobre la fuga llega a manos de Blanco de Paz, otro cautivo, ex dominico, que había acusado a Cervantes de «comportamientos deshonestos», y se lo comunica a Hassan Pachá, conocido por su crueldad.
Es una incógnita la causa de la enemistad de Blanco de Paz y el escritor, aunque algunos biógrafos hablan de que el primero sentía rencor porque Cervantes no contactara con él para la huida.
Carismático
Es obvio que, para conocer y convencer a tanta gente y tan diversa, Cervantes tuvo que gozar de un carisma y una simpatía personal.
En sus obras, describe a los cabileños, a los jenízaros, a los turcos.
Aprendió algo de árabe, que más tarde empleó en sus comedias.
En El trato de Argel, habla de representaciones teatrales que se llevaban a cabo en los grandes baños de la ciudad.
También, en algún momento tuvo que haber estado en las mazmorras subterráneas, bajo la actual Plaza de los Mártires, lugar donde los franceses pusieron en el siglo XVIII una placa con la leyenda:
«En estas mazmorras permaneció Cervantes encerrado cinco años».
Y, como esclavo real, debió pasar tiempo en palacio, donde pudo entablar relación con Hassan Pachá, que en las obras de Cervantes no aparece mal parado.
«Pudo existir entre ellos un franco cruce de ideas y opiniones.
El cautivo repudiando el reniego y defendiendo los valores de la libertad, y el rey, divertido o admirado, considerando que más valía una vida brillante, afortunada y aventurera, que ser un pobre habitante de su país de origen.
En los momentos que hablaba con él —en italiano— pensaba que no le quedaba mucho por perder, creyendo que iba a morir.
Si hubiera temido a Hassan, éste le hubiera matado», reflexiona Lassel.
En Argel, Cervantes se convirtió en un defensor de la libertad.
Como afirma Emilio Sola, otro biógrafo cervantista, «nunca sometió a burla ni a un humor corrosivo ningún concepto o actitud humana de gravedad esencial, como la libertad, la pobreza o la muerte».
Doce años después de su marcha, Cervantes pone de nuevo los pies en la Península en septiembre de 1580, en Denia, liberado por los trinitarios Juan Gil y Antonio de la Bella, una vez que entre su familia y los religiosos pudieron reunir la alta suma del rescate.
Por Jose F. Leal
Con información de El Mundo
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