Crónicas: La limpieza étnica de Palestina – Por Ilan Pappé
El historiador israelí Illan Pappé ha logrado ponerle un punto final a una de las polémicas más sensibles y persistentes de la historia moderna.
La limpieza étnica de Palestina, que hace referencia a hechos ocurridos entre 1947-49, cauteriza un tema del cual dependen desde hace más de sesenta años tanto la identidad palestina como la israelí.
Para los primeros fue el ’Desastre’, la Nakba , un componente fundamental de representación nacional; para los segundos, la guerra de la independencia, con acontecimientos considerados casi como ’secretos de Estado’ y hasta ahora silenciados y negados.
Pappé es parte de una generación de investigadores e intelectuales conocidos desde los años ‘80 como ’los nuevos historiadores israelíes’, quienes han sabido analizar de una manera mucho más crítica y fundamentada el material oficial israelí desclasificado en las últimas décadas junto con la incipiente historiografía y testimonios palestinos.
Tom Segev, también integrante de este grupo, prefiere hablar de “los primeros historiadores, porque durante los inicios de Israel no hubo historiografía, sino mitología, ideología y adoctrinamiento”.
(Pappé en) Su libro combina rigor académico y claridad periodística para explicar (a la vez que denunciar y responsabilizar) la política árabe de Israel a partir del concepto de limpieza étnica, entendido como el esfuerzo de homogenizar la población de una zona mediante la expulsión y la violencia.
Pappé corrobora la existencia y puesta en práctica por parte de los dirigentes sionistas liderados por Ben Gurión de un plan conocido como D (Dalet en hebreo).
Este plan, oficialmente nombrado Yehoshua, se basaba en un relevamiento realizado durante los últimos años del mandato británico en Palestina que incluía pormenorizadamente casi todos los aspectos de la sociedad árabe en las ciudades, aldeas, mezquitas, iglesias y centros comunitarios.
“En la creación de su Estado–Nación el movimiento sionista no libró una guerra que «trágica, pero inevitablemente» condujo a la expulsión de «una parte» de la población indígena, sino todo lo contrario: su principal meta era la limpieza étnica de toda Palestina, el territorio que el movimiento codiciaba para su nuevo Estado” sintetiza claramente el autor lo ocurrido en 1948.
La limpieza étnica de Palestina rebate los argumentos de que los árabes de Palestina huyeron por voluntad propia, y que la idea de hacer un Estado exclusivo para los judíos en Medio Oriente no podía significar otra cosa que ’desarabizar’ el territorio.
’A partir del 10 de marzo de 1948, cuando se aprobó el plan (Dalet), en seis meses se desarraigó a más de la mitad de la población nativa de Palestina, se destruyeron 531 aldeas y se vaciaron once barrios árabes de las ciudades’, sostiene.
Mediante los más variados métodos de presión, terror y guerra psicológica, 800.000 palestinos fueron expulsados en aquel entonces, y sus casas, posesiones y tierras saqueados, demolidos y/o expropiados.
El autor sugiere que los 150.000 árabes que lograron quedarse dentro de las fronteras israelíes (hoy casi 2,5 millones de palestinos israelíes), una gran parte de ellos colaboradores o informantes y que pasaron a ser ciudadanos de segunda, fueron simplemente la excepción que confirmó la regla.
También queda expuesta la responsabilidad de Inglaterra en la generación del conflicto.
Más allá de que “los británicos ya habían destruido la jefatura y las capacidades de defensa palestinas al suprimir la revuelta árabe palestina en 1936”, la mayor parte del sistema de información sobre los árabes, así como el comienzo de la limpieza étnica, se cometieron siendo ellos aún los garantes de mantener la ley y el orden en su mandato sobre Palestina.
Pappé desarticula también el mito de que en 1948 un pequeño ejército israelí tuvo que enfrentar una aplastante coalición de ejércitos árabes.
La disparidad de efectivos, coordinación, motivación, entrenamiento e incluso armamento evidenció una ’supremacía militar israelí garantizada’.
Más aún, la actividad militar pan árabe no sólo tuvo un carácter “extremadamente limitada”, fue también tardía (a cinco meses y medio de la resolución de la ONU) y además existía un acuerdo tácito entre los israelíes y el ejército del rey de Jordania, el único importante de la región.
“Casi la mitad de las aldeas árabes habían sido atacadas para la época en la que los gobiernos árabes finalmente decidieron intervenir (a regañadientes, como sabemos)”.
Los mismos informes israelíes citados revelan que los ’Palestinos no estaba inclinados a luchar’ ante ’un ejército judío que casi duplicaba a todas las fuerzas árabes combinadas’.
Otro punto crucial para entender los orígenes del conflicto en Medio Oriente fue la indiferencia de la comunidad internacional, ocupada en aquellos años con las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, y el papel de una joven ONU que dictaminó con su resolución 181 de partición de Palestina ’una receta garantizada para la tragedia’.
’La división en dos partes iguales del país, abrumadoramente palestino -anota Pappé-, ha tenido consecuencias tan desastrosas porque se llevó a cabo contra la voluntad de la mayoría de la población nativa’.
Y continúa: ’Si la ONU hubiera decidido hacer corresponder el tamaño del futuro Estado con el territorio en que los judíos se habían asentado en Palestina (compraron el 5,8% de la tierra y representaban un tercio de la población total), a éstos no se les habría otorgado más de un 10% del total del país.
Pero la ONU aceptó las exigencias nacionalistas del movimiento sionista y, además, buscó compensar a los judíos por los estragos causados por el Holocausto nazi en Europa’.
La resolución 181 tampoco incluía mecanismo alguno para impedir la limpieza étnica, sino que dejaba dentro del área judía 400 aldeas palestinas con casi un millón de palestinos, quienes ’de acuerdo con el derecho internacional se habían convertido en ciudadanos israelíes’.
Si a esto se le suma lo dicho por Ben Gurión durante un discurso en diciembre del ´47: “hay un 40% de no judíos en las áreas asignadas al Estado judío (…) únicamente un Estado con al menos un 80 % de población judía puede ser viable y estable”, era de preverse un futuro bastante catastrófico.
Este libro puede ser valorado como una suerte de J’accuse del conflicto, un intento por parte de Pappé de salvar el abismo entre realidad y representación, por invertir una “realidad deformada que demoniza a un pueblo que ha sido colonizado, ocupado y expulsado, y glorifica en cambio a las mismas personas que lo colonizaron, ocuparon y expulsaron” .
Su aporte es clave ya que la base de todo el conflicto palestino-israelí se condensa en el reconocimiento de lo ocurrido durante 1948, y que cualquier intento de resolución que no lo entienda o perciba de esa manera parece destinado de antemano al fracaso.
Por Andrés Criscaut
Con información de Revista ADN El sitio cultural del diario La Nación
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