Venid, benditos de mi Padre – Sor Emmanuelle
Madeleine Cinquin nació en Bruselas, Bélgica, en 1908 en el seno de una familia acomodada. Su padre era francés, su madre belga, pero tras una vida de casi cien años, ¡murió con triple nacionalidad: ¡belga, francesa y egipcia!
A la edad de seis años vio como su padre moría ahogado accidentalmente: este hecho supuso un enorme choque para ella y, posteriormente, dijo que, en su inconsciente su vocación religiosa nació aquel día tan triste. Pronunció sus votos en 1931 en la congregación de Nuestra Señora de Sión y eligió el nombre de Sor Emmanuelle.
Sor Emmanuelle enseñó la filosofía durante mucho tiempo en Turquía, en Túnez y en Egipto. Hubiera preferido ocuparse de los pobres que se encontraba en esos países, pero cuando lo solicitaba se lo denegaban, de modo que hubo de continuar con su trabajo de profesora de jóvenes de familias acomodadas. Le parecían superficiales y fue en Egipto donde por fin pudo empezar a ocuparse de las chicas jóvenes del barrio de Bacos, en Alejandría. Ahí fue donde se quedó prendada de Egipto, ese gran país tan hermoso.
Al llegar a la edad de la jubilación fue a instalarse a uno de los barrios de chabolas más pobres del Cairo, Ezbet-Al-Najl, en el seno de la comunidad de mayoría copta, los zabbalines, los «traperos del Cairo»; las estrechas callejuelas estaban jalonadas de montones de desperdicios, había carretas de madera tiradas por burros, los camiones estaban llenos a reventar de basura, y los traperos de todas las edades portaban grandes sacos a la espalda. Allí iba a poder llevar a cabo lo que deseaba hacer desde hacía tanto tiempo: establecer una comunidad, iniciar proyectos relacionados con la salud (dispensarios), la educación (escuelas, jardines de infancia), y la protección social para mejorar las condiciones de vida de los más pobres de entre los pobres.
Incansablemente, siguió con su actividad en otros barrios y creó refugios para permitir que las familias tuvieran un alojamiento lejos de los lugares en los que se separa la basura. Su carisma personal le permitió recolectar donaciones y hasta que se hicieran actos políticos a favor de las familias a las que ayudaba.
Con 85 años y a petición de su congregación, tuvo que abandonar Egipto. Pero desde Francia ha seguido luchando para que el mundo sea un lugar más solidario. Hasta que se le agotaron las últimas fuerzas puso toda su energía en escribir libros, dar conferencias, participar en programas de radio y de televisión para sensibilizar y conseguir que el público se comprometa. Su grito, «Yala», se ha hecho famoso.
«Tenemos el deber de buscar a través de los acontecimientos más terribles, a través del cielo más negro, ese trocito azul del cielo. Siempre hay, en un cielo de tormenta, una pequeña claridad. Imponte la regla de mirar la parte luminosa de todo». Esta frase de Sor Emmanuelle tiene su eco en un libro de Marie-Hélène Mathieu titulado «Más vale encender una lámpara que maldecir la oscuridad».
En nuestras comunidades, sea cual sea nuestro entorno económico, compartimos todos el mismo gozo, el gozo del que queremos ser mensajeros. Sor Emmanuelle tenía el corazón siempre lleno de gozo, y le habría gustado todo lo que se dice en nuestra Carta, este párrafo en especial: «Las comunidades de todo el mundo forman una gran familia internacional. En todas las provincias, en todos los países, compartimos las penas, los sufrimientos y las alegrías los unos de los otros. Su solidaridad se expresa a través de una ayuda financiera para la vida de Fe y Luz, pero también a través del compartir sus dones específicos, la sabiduría de su experiencia, la amistad y su fidelidad en la oración. Miembros de una misma familia, las Comunidades tienen empeño en vivir en la unidad y en el amor.» (Carta III. 4).
La Alegría del Evangelio
El todo es superior a la parte (N°237)
La Buena Noticia es la alegría de un Padre que no quiere que se pierda ninguno de sus pequeñitos. Así brota la alegría en el Buen Pastor que encuentra la oveja perdida y la reintegra a su rebaño. El Evangelio es levadura que fermenta toda la masa y ciudad que brilla en lo alto del monte iluminando a todos los pueblos. El Evangelio tiene un criterio de totalidad que le es inherente: no termina de ser Buena Noticia hasta que no es anunciado a todos, hasta que no fecunda y sana todas las dimensiones del hombre, y hasta que no integra a todos los hombres en la mesa del Reino. El todo es superior a la parte.
A ella le gustaba decir la expresión árabe «Yala», una manera alegre de decir «¡vamos!». A la imagen de Sor Emmanuelle, estamos llamados a comunicar nuestro gozo a todos, a aliviar su sufrimiento, empezando por los más pequeños. Jesús nos dice en el Evangelio: «Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis». Vamos a revivir ese pasaje del Evangelio para interiorizar mejor la palabra de Jesús.
Revivir el Evangelio
Venid, benditos de mi Padre (Mateo 25: 34-40)
Personajes: Jesús, 5 justos, el extranjero, un hombre sediento, el hombre de la manta.
Jesús está en el centro de la habitación y a su derecha los cinco justos.
- Jesús llama a los justos: Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.
Los justos se acercan y Jesús les abraza.
Jesús se dirige al primer justo: Tuve hambre, y me diste de comer.
Luego le abraza. - El justo: ¿Cuándo te he dado de comer?
El extranjero se acerca. Como en un flash back, Jesús cuenta: - Jesús: Un extranjero que había hecho un largo camino a pie y no tenía nada que comer llamó a tu puerta.
- El extranjero: Tengo hambre, ¿puedes darme un pan?
- El justo: Ten, amigo mío, toma dos.
- Jesús se dirige al segundo justo: Tuve sed, y me diste de beber. Luego le abraza.
- El justo: ¿Cuándo te he dado de beber?
El hombre sediento se acerca.
Jesús: Tras una larga caminata bajo un sol abrasador, un hombre sediento fue a llamar a tu puerta. - El hombre: Tengo sed, ¿puedes darme de beber?
- El justo: Entra, amigo mío, tengo un hermoso cántaro con agua fresca para ti.
- Jesús se dirige al tercer justo: Estaba desnudo y me has vestido. Luego lo abraza.
- El justo: ¿Cuándo te he vestido?
El hombre envuelto con una manta se acerca. - Jesús: Un hombre al que habían atacado en un camino los bandidos le quitaron todo, incluso la ropa, y llamó a tu puerta.
- El justo: Entra, amigo mío, tengo ropa para ti.
Se repite la misma escena con el enfermo, el prisionero… - Jesús se dirige a todos: En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.
Con información de Fe y Luz internacional
©2018-paginasarabes®