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La historia del feminismo árabe en pocas palabras

Vivir entre dos mundos es muy enriquecedor, pero a veces resulta agotador. Sobre todo cuando explicas lo que son evidencias para ti a un interlocutor que se muestra seguro de sus conocimientos y que cita sus fuentes occidentales con aire arrogante y superior, fuentes orientalistas en realidad, que arrastran siglos de prejuicios contra el mundo árabe y musulmán.

Con frecuencia me he visto obligada a hacer malabarismos mentales para desarrollar mi punto de vista y encontrarme con reacciones hasta de conmiseración hacia esta pobre mujer árabe que no es consciente de su estatus humillante y que para colmo defiende a su opresor. El retrato de la mujer árabe en Occidente es un amasijo de banalidades y prejuicios que se heredan y se transmiten desde las cruzadas. O es una odalisca en un harén o es una pobre incauta sumisa e resignada.

Por lo tanto, he descubierto en mi convivencia con los occidentales que el conocimiento de la historia de la lucha feminista en el mundo árabe es prácticamente nulo, incluso por parte de gente muy preparada o de activistas.

El inicio del pensamiento feminista árabe se sitúa a finales del siglo XIX coincidiendo con el periodo del surgimiento de los movimientos de lucha por los derechos de la mujer en Inglaterra y Estados Unidos. Las feministas árabes eran conscientes de la universalidad de su causa, que independientemente de su clase social, raza o pertenencia religiosa, su discriminación es debida solo a su sexo. Han sido excluidas por y para los hombres, confinadas a tareas domésticas, productivas y al cuidado de los hijos para perpetuar el eterno rol limitante y limitado. La mitad de la humanidad ha sido sacrificada concienzudamente para asegurar el bienestar de la mitad dominante. En ello se ha destacado la cultura patriarcal a la hora de justificar su proceder, embelleciendo con demagogia tenaz y eficacia incontestable, el rol que desempeña la mujer en su hogar, repitiéndole hasta la saciedad que el cuidado de su familia era la más noble de las tareas.

Las feministas árabes eran musulmanas, cristianas y también pertenecientes a la minoría judía, unidas contra una discriminación que sufrían por igual independientemente de su fe.

Las pioneras son mujeres que accedieron a una educación avanzada entre mediados del XIX y principios del siglo XX como es el caso de las egipcias Aïcha Teymour ( 1840-1903), Malak Hifnî Nasîf (1886-1918), Hoda Shaarawi (1879-1947), o las sirias Marie Ajamí (1888-1965) y Nazek Alabed (1887-1859) o la escritora palestino-libanesa May Ziadah (1886-1941)…etc.

Y no podemos hablar del feminismo árabe sin mencionar al escritor y reformador egipcio Kassim Amín que publicó en 1899 su libro: La emancipación de las mujeres, donde llama a la necesidad de emancipar a la mujer árabe para salvar a la sociedad entera de un letargo que se ha prolongado demasiado tiempo.

Gracias a su conocimiento de lenguas extranjeras y su amistad con algunas damas europeas que acompañaban a sus maridos a Medio Oriente, las feministas árabes pudieron descubrir que a pesar de sus aparentes privilegios, la mujer occidental no era tan libre como aparentaba. Las leyes de sus naciones hasta podían ser más severas en algunos aspectos, como por ejemplo el hecho de no poder disponer de su dinero, cuando la mujer musulmana disponía de este derecho desde el inicio del Islam. Por ello, existía la certidumbre de que compartían una causa común y las feministas árabes cuando hablaban de las mujeres occidentales se referían a ellas como nuestras hermanas en Occidente, como bien queda recogido en el discurso de Hoda Shaarawi, pronunciado en Mayo de 1923 durante la novena conferencia internacional feminista celebrada en Roma, en su calidad de presidente de la delegación egipcia.

Sin embargo, las feministas árabes eran muy lúcidas a la hora de apreciar en su justa medida la aparente solidaridad de los gobiernos de las naciones occidentales. Sabían que la conquista de sus derechos vendría de sus manos o no vendría nunca, que de Occidente no llegaría nada en nombre de la libertad y de los derechos humanos como decía su falaz propaganda colonialista.

Las potencias extranjeras únicamente querían repartirse el mundo árabe después de la caída del Imperio Otomano, movidos por sus intereses y por el provecho que podrían sacar. Por ello, a pesar de los intentos de los mandatarios de Occidente de alienarlas a su causa prometiéndoles un atajo hacia la conquista de sus derechos, las feministas árabes nunca se dejaron embaucar. Sabían que no se podía confiar jamás en las intenciones altruistas de potencias colonizadoras.

Por ello, el feminismo árabe va de la mano con las reivindicaciones nacionalistas e independistas. Las mujeres participaron activamente en la resistencia contra la colonización y llamaron a la unidad de todos los pueblos árabes. Y tal imbricación sigue practicada hasta hoy en día, como es el caso por ejemplo de las feministas palestinas en los territorios ocupados.

Sin embargo a pesar de que la mujer participó enérgicamente en la resistencia contra la dominación extranjera y propulsó junto al hombre la idea del nacionalismo árabe, después de lograr la independencia la recompensa no estuvo a la altura de sus esperanzas y de su labor. Las promesas de igualdad efectiva, hechas a las feministas por los compañeros varones durante los tiempos de la resistencia, fueron olvidadas o marginadas por razones de estrategia política.

Las primeras feministas, poliglotas la mayoría de ellas, también eran conscientes de que la lengua árabe era el instrumento más eficaz para transmitir sus ideas rompedoras y hacerlas llegar a la población conservadora y reacia al cambio. Así que se publicó la primera revista árabe dirigida a la mujer con temática reivindicativa, Arus, fundada por la pionera Marie Ajamí en 1910. La feminista siria insistía sobre la idoneidad de utilizar la lengua árabe como baluarte contra la intromisión extranjera. De modo que el idioma fue ondeado como bandera nacionalista contra el turco y más tarde contra el francés y el inglés.

La feminista egipcia, Hoda Shaarawi, en sus memorias, cuenta que mientras se le ha facilitado el acceso al aprendizaje del francés, hasta tenía una profesora nativa a domicilio, su familia le prohibió perfeccionar la lengua árabe literaria. En aquel entonces, se apreciaba en las altas esferas sociales que las jóvenes hablasen francés, como un plus más en su valor casadero y decorativo. Mientras que el dominio del árabe literario era prerrogativa exclusiva del hombre. La osadía de querer perfeccionar el árabe literario por parte de la mujer, conllevaba un peligro para el orden establecido, porque a ciencia cierta terminaría por descubrir que la habían engañado y manipulado. Por ello la lengua árabe fue la aliada del pensamiento feminista en sus inicios.

Otro instrumento, que está superpuesto al primero, fue la religión, aunque podría parecer paradójico, las primeras feministas instruidas hallaron en el Islam un aliado que les ayudó a sacar a la mujer árabe de su confinamiento social haciendo una separación entre religión y tradición, ayudadas por ulemas reformadores de la altura de Muhammed Abdou.

Se explicó a los refractarios su error al confundir las ordenanzas islámicas con las costumbres ancestrales de un pueblo inmerso en la ignorancia desde hacía siglos debido a la dominación otomana. El último gran imperio musulmán fue particularmente obtuso en la educación de los pueblos bajo su autoridad con la finalidad de mantenerlos en unas intencionadas tinieblas que facilitaban su despotismo y evitaban la contestación.

Por lo tanto, destacados ulemas reformistas llamaron a la instrucción e insistieron en incluir a las niñas, incluso unieron su voz a la de las feministas para que las mujeres se quitasen el velo y participasen en la vida social y política del país. Aunque después del primer período, a raíz del surgimiento del movimiento político de los hermanos musulmanes, las feministas se decantaron por el nacionalismo panárabe y la laicidad que garantizaba una libertad más amplia e igualitaria.

Durante la primera década del siglo XX, las pioneras árabes conscientes de que la acción matriz del movimiento feminista debería ser la educación, crearon asociaciones de mujeres donde impartían clases a las analfabetas y enseñaban un oficio a las viudas y a las mujeres necesitadas. A través de los proyectos filantrópicos consiguieron ganarse cada vez a un público más amplio de mujeres que al beneficiar de su ayuda se cercioraron de la sandez de unas normas sociales que las clausuraba condenándolas al aislamiento, a la ignorancia e incluso a la indigencia.

Estas primeras beneficiadoras de las acciones feministas decidieron enviar a sus hijas a la escuela para que su vida y futuro sean distintos al de sus madres.

Siempre me llamó la atención una anécdota que me contaron cuando era pequeña: cuando se decretó el acceso a la educación de las niñas marroquíes durante la primera mitad del siglo XX, los refractarios dentro del ámbito clerical eran mayoría y uno de los ulemas más respetados del país se opuso diciendo: “Permitir la instrucción de las mujeres es como instilar más veneno a víboras”.

Era aterrador oír tal aserción de parte de un sabio que estaba comparando a su madre, abuelas, hermanas, esposa e hijas a serpientes inexorablemente venenosas. Cabe resaltar sin embargo, que el objetor no dijo que eran faltas de inteligencia o inferiores intelectualmente, dejó patente la verdadera motivación del confinamiento de la mujer: el miedo.

Las mujeres en nuestras sociedades musulmanas siempre lo han sabido por intuición y por hechos: el hombre les tiene miedo y necesita controlarlas para apaciguar sus propios demonios y uno de sus peores temores es la lascivia y el descontrol libidinoso, supuestamente inherentes a la naturaleza de la mujer, que desbaratarían el equilibrio de la familia, columna vertebral que sostiene el sistema patriarcal.

Las mujeres musulmanas siempre han sido conscientes de que ellas son víctima de un sistema cuyo objetivo es normalizar y legitimar la supuesta supremacía del hombre para mantenerlas bajo control. El miedo de la libertad de la mujer ha sido el principal motor que ha movido el hombre para confinarla y alejarla del espacio público.

La mujer árabe es consciente de su valor, por ello lidia con su sociedad de origen con sus propias armas, pero al mismo tiempo rechaza la visión que se hace de ella en Occidente. No se reconoce en la representación de la víctima ignorante, impotente que se resigna a la peor humillación. Para ella hay situaciones de mujeres en Occidente que son mucho más degradantes. La obsesión de cubrir a la mujer en las sociedades musulmanas para preservar al hombre de la tentación, equivale a la propensión y gran afición de desnudarla en Occidente, descubriendo sus atractivos para vender un coche o aumentar la audiencia de una emisión televisiva. En efecto, son dos caras de la misma moneda: el cuerpo de la mujer no le pertenece.

Las mujeres árabes son avanzadas con respeto a las occidentales en algunos aspectos, el más destacable es su sentimiento de hermandad con todas las mujeres. La sororidad no es un concepto nuevo para ellas. Acostumbradas a vivir en un entorno exterior hostil, llevan practicándola desde siempre en sus relaciones con otras mujeres. Su alianza es lógica, evidente y natural ante un opresor común.

Hay que reconocer que en la actualidad los movimientos feministas árabes han sufrido un grave revés en su trayectoria, una regresión flagrante ha asolado el mundo árabe debido a una serie de causas: regímenes dictatoriales y falta de una verdadera democracia, el wahabismo, las repercusiones de la revolución iraní sobre el resto del mundo musulmán, el activismo político de partidos de índole islamista, la gran tasa de analfabetismo y demás motivos internos, pero también por sucesos relacionados con la acción occidental durante las últimas dos décadas.

Las intervenciones militares occidentales en el mundo islámico han hecho retroceder la causa feminista de medio siglo por lo menos. Los logros tan arduamente conquistados fueron suprimidos en un santiamén en muchas naciones musulmanas.

Curiosamente, a Occidente se le llena la boca deplorando el estatus de la mujer en estos países, cuando su intromisión ha sido la principal causa y consecuencia directa de la proliferación del radicalismo islámico. Desde la primera guerra en Irak en 1991, el fanatismo religioso ha conocido un apogeo único en la historia moderna de la humanidad.

Por ello, el feminismo occidental tiene una responsabilidad ética hacia lo que ocurre en las sociedades orientales y musulmanas. Primero debería deshacerse de sus gafas confeccionadas bajo el mismo patrón y por el mismo ejecutor que había sentenciado la inferioridad congénita de la mujer: el sistema patriarcal.

Por último, quiero recalcar que a pesar de nuestras diferencias, la causa feminista está condenada a proyectarse y fraguar su estrategia de forma global, si quiere triunfar de manera eficaz. Tiene que desplegar su aspiración universal respetando los particularismos, el objetivo es común y nuestra unión es obligatoria e indispensable. En esta lucha, somos hermanas y no antagonistas.

Por Houda Louassini, escritora e hispanista marroquí.
Con información de Infolibre

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