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Andalucía y la barbarie germánica

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Blas Infante en su viaje a Agmat

Concluye el régimen feudalista germano. Hay libertad cultural. Andalucía entera aprende el árabe y dice que se convierte. Poco después, Andalucía, ¡Andalucía libre y hegemónica del resto peninsular! ¡Lámpara única encendida en la noche del Medievo, al decir de la lejana poetisa sajona Howscrita! Europa germánica, es un anfictionado, bárbaro, inspirado por el Pontífice de Roma. “Nadie, ni aún los nobles, exceptuando al clero, sabía leer y escribir. En Andalucía todo el mundo sabía”. No hay manifestación alguna cultural, que en Andalucía libre o musulmana, no llegase a alcanzar una expresión suprema. No puede llegar a existir una economía social que asegure mayor fuente de bienandanza. “Los más deliciosos frutos estaban de balde. El comercio era tan poderoso, que bastaban los ingresos aduaneros para cubrir los gastos públicos y mantener repletas las cajas del Estado”. ¡Y las artes! Andalucía canta; y su música se propaga deleitando a todos los pueblos del continente. Pero Europa, tiembla de envidia; se consume en rencores. Ella es cristiana. Andalucía, con nombre islámico, es librepensadora.

“Sigue sin poder llegar a ser bélica. Los ejercitos mercenarios destruyen el imperio andaluz, y en su lugar se crean pequeños reinos, que eran otras tantas. Academias presididas por los Príncipes” Más florece  aún la cultura de Al andalus. El afictionado de Andalucía está compuesto de pueblos de poca extensión territorial, unidos por el mismo espíritu. ¿Qué importa la unidad política imperialista? Ya lo dijo Byron: Dios, como los cosecheros, no sirve en copas grandes el licor concentrado, rico de esencias… Europa, entonces, precede al Japón. Como éste, viene a aprender a nuestras Universidades. Traduce nuestros libros y prepara con la ciencia andaluza su renacimiento. Todos sus grandes hombres, teólogos, filósofos, médicos, poetas, son discípulos de Andalucía. Pero la odian. ¡No es cristiana! Y nuestras invenciones sirven de recursos a Europa contra nosotros. ¡Francia! Ella fué, es y será, la inteligencia de Europa, contra los jamás germanizados, ni por la sangre ni por el genio. España, instrumento de Francia; los bárbaros expulsados por el auxilio árabe, con la colaboración de Europa entera, vienen otra vez contra nosotros. ¡Las cruzadas! El robo, el asesinato, el incendio, la envidia destructora, presididos por la Cruz.

Nos quitan nuestros territorios peninsulares, y llamándonos perros nos despeñan por los barrancos de la Mariánica. Fernando el Bizco nos arrebata Córdoba y Sevilla. Sangre y fuego. Empiezan a quitarnos la tierra. Los bárbaros se revuelven vencedores contra el espíritu de todas nuestras instituciones, que se derrumban ante el empuje ciego.

Por último, Isabel, la Católica, título que le concede el Papa, por haber degollado la valiente población malagueña; por haber repartido las doncellas andaluzas como a esclavas entre sus damas; por haber enviado al mismo Papa parte del botín, y un escuadrón de esclavos andaluces, cautivados en la rendición de Málaga; Isabel, la bárbara, grosera fanática, hipócrita, y cuya figura y cuyo reinado contrastado con los valores permanentes y universales de la Humanidad y de la Justicia, y aún con las normas políticas de ordinaria moral, ordenadas a la gobernación de los Pueblos, son los más desastrosos que tuvo España, como se llegará a demostrar la próxima revisión; Isabel viene a consumar la obra. se queman Bibliotecas, se destruyen templos e industrias. La tierra de Andalucía queda toda ella definitivamente, distribuída en grandes porciones entre los capitanes de las huestes conquistadoras o entre los colonos de los pueblos conquistadores que no aman la labranza; y los andaluces, que la tenían convertida en vergel, son condenados a esclavitud de los señores, y a vagar en torno de las cercas de aquellos estados territoriales, cuyas obras de riego son destruídas o abandonadas hasta llegar a convertirse en érial.

Ya lo dijo Abubekr: “A medida que las cruces y las campanas iban afeando las airosas torres de las mezquitas, la tierra de jardín se tornaba en yermo, y la cruz presidía la esterilidad de los campos, cerrados a los andaluces”.

Se encienden las hogueras de la inquisición, millares de andaluces, mosaicos y musulmanes, son quemados en las salvajes piras. Se empiezan a decretar expulsiones de andaluces, de los cuales, unos quedan en el destierro; otros se salvan en el exilio por la ocultación; otros retornan de Berbería en conmovedoras empresas, viniendo también a ocultarse en el seno de la sociedad enemiga, o en las fragosidades de las Sierras. Los Austrias continúan la obra de Isabel.

Por fin, han llegado a triunfar y a asentarse definitivamente los bárbaros expulsados de Andalucía con el auxilio árabe. El despiadado asimilismo viene a imperar. Se castiga el baño, se proscriben el traje, la lengua, la música, las costumbres, bajo graves tormentos. Empieza la labor de enterrar nuestra gloriosa historia cultural; su recuerdo es castigado como crimen; al cabo de tres generaciones los andaluces creen que son europeos, y que los moros que habían en Andalucía eran unos salvajes que ellos vinieron del Norte a echar más allá del Estrecho. De la Sociedad y de la Patria andaluza sólo quedan fermentos inorgánicos.

La Uniformidad, principio de la barbarie germánica, ha triunfado aparentemente. Sin embargo, los pueblos rurales andaluces, quedan ahí, plenos de la raza pura, mientras que las ciudades se llenaban de gente extraña. Andalucía, no se fué. Quedó en sus pueblos, esclavizada en su propio solar. En sus pueblos rurales, constituidos por los moriscos sumisos de conversión anterior y lejana a la época de las expulsiones, a los cuales correspondía ya el título de cristianos viejos; por los moriscos que retornaron de la forzosa emigración, refugiándose en sierras y campos. Su etnos y etos son inconfundibles. Fueron y son las enormes falanges de esclavos jornaleros, de campesinos sin campos…. Son los flamencos (felah-mengu – campesino expulsado).

En el XVI, se inicia la era flamenca de la Historia de Andalucía, que desarrolla dos períodos: uno de ocultación,  que va desde principios de XVII hasta últimos del XVIII; otro de revelación incomprendida, que va desde últimos del XVIII a principios del XIX, y por último, este de comprensión del sentido de lo flamenco, que es que se desarrolla, merced de los esfuerzos restauradores de la conciencia andaluza; esfuerzos desarrollados, primero, por el Centro andaluz, y después, por su continuadora, la Junta Liberalista de Andalucía y del que nosotros somos sus herederos.

Referenecia:
La Verdad sobre el complot de Tablada y el estado Libre de Andalucía. Blas Infante Pérez.  Editorial Aljibe, 1979. Junta Liberalista de Andalucía.

Con información de: Secreto Olivo

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