Los violentos
Violencia tiene su raíz en el latín, “vis”, que significa capacidad o fuerza, y el diccionario de María Moliner la considera en su primera acepción como “cualidad de violento”. Se hace difícil pensar que la violencia es algo que flota en el éter y estalla porque sí. Aunque guste como figura literaria, fundamentalmente es una cualidad, una forma de ser del violento, del que gusta aplicar la fuerza para domeñar a los demás. Hay situaciones en las que se favorece el ejercicio de la violencia; pero cuanto más violenta sea una persona, antes la ejercerá en condiciones semejantes a las que soportan personas más pacíficas.
Nuestro icónico “Pero Grullo” pontificaría que para que se produzcan situaciones violentas, además de condiciones que las favorezcan, se precisa la presencia de violentos. Y aún podría añadir otra perogrullada: violentos hay en todas partes… y casi siempre. Estaban también en París, apenas iniciado este año, cuando se produjeron los atentados cometidos contra humoristas, acusados de blasfemos por verdugos de análogas formas de pensar y obediencia que los que volvieron a aterrorizarnos hace unos días, fuésemos o no creyentes.
Ahora han sido más explícitos, no se conformaron con el ritual “Allâh es grande”, sino que esta vez, mientras ametrallaban a gentes indefensas, les impartieron la esperpéntica lección de que los asesinaban porque se hacía lo mismo a otros inocentes musulmanes. Quizá los violentos “yihadistas” tengan razón en acusar a los occidentales de destruir los estados de Siria o Iraq -por citar solo los que sirven de solar a su Califato- aunque los ciudadanos ametrallados fueran inocentes de la violencia de algunos de sus políticos. Los españoles vivimos la bárbara invasión y destrucción del estado Iraquí, por ansia de petróleo, contra el criterio de la ONU, a iniciativa del “Trío de la Azores”, del que solo Aznar aplaude aquella barbaridad, y lo que es más importante: muchos españoles salimos a la calle a gritar “no a la guerra”. Los violentos fueron Aznar y sus parlamentarios que, en el Congreso, aplaudieron enfervorecidos la bélica decisión o los que se sintieran felices porque esa invasión nos colmaría de prestigio; pero también fueron violentos los islamistas autores de cerca de 200 asesinatos de inocentes viajeros de unos trenes españoles, sobre los que recayó su injusta venganza.
Esta dinámica de ataques y contraataques bien puede ser tildada de guerra, aunque no sea convencional: del lado del “yihadismo”, su menor potencial económico y armamentístico hace que sus acciones no consistan en masacrar al enemigo con masivos bombardeos, sino en buscar su castigo por procedimientos más baratos o a su alcance fáctico: el terrorismo. Es ésa una actividad que puede alcanzarse con poco dinero, siempre que se disponga de combatientes capaces de arrostrar el peligro a cuerpo descubierto: a los “yihadistas” les sobran voluntarios para ganar el paraíso matando infieles. Y además, los que no sufren la marginación por la potente economía de los “cruzados”, pueden ser tocados en su fibra patriótica por sus líderes… religiosos.
Hace muy pocos días, un escritor sirio de nacimiento, Alí Ahmed Said Esber, fue entrevistado. Este sirio, cuajado como poeta en Líbano y que desde hace mucho tiempo vive en París con el pseudónimo de “Adonis”, es muy respetado, no solo por su obra poética; sino por la agudeza de su pensamiento y comprensión del mundo árabe, al que por nacimiento y crianza pertenece. Cuando el entrevistador le plantea la atracción que el Estado Islámico ejerce sobre los jóvenes, Adonis recomienda “combatir al ISIS también con cultura. No se puede hacer solo con el ejército”, para concretar más adelante que “…el ejército puede eliminar, pero no consigue mucho. Hay que buscar otro camino”. Parece una atinada crítica a los invasores de Iraq y Siria que fueron, destruyeron y no enseñaron otro camino. Sobre aquellas ruinas el Califato ha levantado esa arcaica institución musulmana, en la que el califa gobierna a sus súbditos… que también son sus fieles. Y es que, como se lamenta el sirio afincado París: “El problema árabe es no haber separado religión y política”. La teocracia es enemiga de la democracia.
Sería injusto, por falso, generalizar entre los musulmanes la condición de fanáticos o de totalitarios: los hay, como entre los budistas o los cristianos, cultos e incultos, o demócratas y totalitarios. Se cumplen cuarenta años de la muerte del dictador Francisco Franco, ferviente católico y brutal represor; pero ello no permite asegurar que todos los católicos son brutales o totalitarios. Franco, el último fascista europeo en tomar el poder y el último en dejarlo –que no perderlo- no ocultaba su espíritu católico y se proclamaba “Caudillo de España por la gracia de Dios”… Pero no todos los católicos son franquistas o seguidores del falangismo de Onésimo Redondo.
Por Domingo Luis Sánchez
Con información de Lanza
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