Aristóteles en España
Pocos saben que los escritos de Aristóteles, piedra angular del conocimiento científico y filosófico de nuestro tiempo, estuvieron a punto de perderse irremediablemente. Nuestro territorio, antes siquiera de llamarse España, tuvo una importancia capital en la salvaguarda de todo aquel compendio del saber, en la transmisión a occidente de tan valioso legado.
España fue correa de transmisión de una parte trascendental del saber científico y filosófico de la antigüedad hasta nuestros días. El proceso, a nivel geográfico, fue en cierto modo laberíntico, y en general no estuvo exento de buena fortuna, teniendo en cuenta los factores externos que pudieron haber alterado la consecución del resultado.
Para comenzar por el principio, digamos que con Europa meridional aún convulsionada, durante el siglo VI tendrá lugar un hecho cultural muy significativo: nos referimos al traslado de buena parte de los escritos de los sabios griegos, que corrían peligro de perderse, en dirección a Oriente Medio. Bagdad, en particular, se había erigido como referente del saber, escenario en el que durante mucho tiempo se darían cita los mejores científicos, filósofos y traductores de un Islam en plena expansión migratoria y cultural. Alrededor de esa “nueva ágora” representada por la biblioteca de Bagdad, es donde se establecerán los primeros y decisivos lazos entre una cultura en vías de desaparecer, la griega, y otra en plana ebullición, la musulmana.
Los eruditos árabes, de mente abierta y seducidos por la sabiduría contenida en aquellos legajos, procedieron a la traducción de todos ellos y posteriormente a su estudio, crítica y comentario. Concluyamos, por tanto, que el saber griego tomó un rumbo inesperado hacia Oriente Medio, en primer lugar como consecuencia del declive e invasión europeos, en segundo lugar gracias a una influencia oriental absorbida por el mundo árabe, y en tercer lugar, y más importante, debido a la propia inquietud científica del Islam y su predisposición a aglutinar otras corrientes culturales.
De esta simbiosis, en definitiva, surgiría un apetito científico sin parangón que no se tradujo en un simple eclecticismo cultural, sino en el surgimiento de una nueva fusión cultural gracias a una actitud abierta, revisionista, crítica y personal del mundo árabe.
Entre estos primeros filósofos del Islam, destacó al-Kindi, no en vano apodado como «filósofo de los árabes». Sin embargo, el hilo conductor aristotélico propiamente dicho vino de la mano de otros dos grandes filósofos árabes, Avicena (s. XI) y sobre todo el cordobés Averroes (s. XII) que traducen e interpretan dos versiones distintas del pensamiento aristotélico, en el caso de Avicena de un estilo más neoplatónico, y en el caso de Averroes considerada más fiel y coincidente a las ideas de Aristóteles.
Cabe preguntarse, no obstante, cómo pudo ser que finalmente fuera un filósofo cordobés como Averroes el máximo exponente del aristotelismo. La razón hay que buscarla en la presión ejercida por las diferentes facciones árabes, y en particular en el alto grado de independencia cultural alcanzada por el Califato de Córdoba, a partir de Abderramán I (siglo VIII), respecto a los Omeyas y el Califato de Damasco.
La consecuencia directa de esta independencia, fue la genuina personalidad que alcanzaría el desarrollo filosófico de al-Andalus. La obra de Averroes, nuestro polifacético filósofo cordobés, fue ingente, destacando en disciplinas tan dispares como la astronomía, la medicina, el derecho, la teología y por supuesto la filosofía. De alguna forma, la figura de Averroes significa un punto de inflexión en el desarrollo de la filosofía árabe, pues será él quien rompa definitivamente con los lazos que le unen a ella para volcarse en la lectura e interpretación aristotélicas. Con Averroes, morirá de algún modo la filosofía tradicional del Islam.
Concluyamos por tanto que al-Andalus se había convertido, ya en el siglo XII, en un hervidero cultural donde la ciencia, las artes y la filosofía ocupaban las mentes privilegiadas. No obstante, cabe relatar la forma en que la Europa Continental puso sus ojos en esta fuente de sabiduría, cómo el mundo del Islam, en cierto modo, se transformó en paradigma para muchos teóricos europeos.
Con anterioridad a estos acontecimientos, y aunque pudiera parecer anecdótico, siempre existieron diplomáticos, viajeros y comerciantes bilingües que conectaron el saber entre fronteras, contactos culturales que sumados unos a otros fueron creando un poso de confianza, aceptación y curiosidad hacia el mundo islámico, y en menor medida judío, depositarios últimos de riquezas intelectuales inimaginables hasta entonces.
Poco a poco, a Europa habían llegado las primeras traducciones del árabe al latín, entre ellas varios tratados sobre matemáticas o el astrolabio realizados en el siglo X en España, o una serie de tratados médicos, y más concretamente galénicos, llevadas a cabo por un monje norteafricano llamado Constantino, despertando un inusitado interés por aquel saber que veía la luz.
Pero no cabe duda de que la consolidación de estos contactos, así como de este interés foráneo por lo nuestro, tuvo su explicación en las irrepetibles condiciones sociales, de convivencia y tolerancia religiosa, que se dieron en España en plena Reconquista, donde algunos territorios mantuvieron unas relaciones sociales y un equilibrio dignos de elogio.
A nivel teórico, el gran reto era salvar la dificultad de comprensión de unos textos tan importantes como ingentes, en su mayoría traducidos al árabe desde fuentes clásicas ya desaparecidas, motivo por el cual en el futuro la traducción del árabe al latín se convertiría en una labor de investigación crucial.
Tal como afirma David C. Lindberg en su obra Los inicios de la Ciencia Occidental, España tenía la ventaja de poseer una brillante cultura árabe, una amplia provisión de libros árabes y, sobre todo, comunidades de cristianos, los mozárabes, a los que, bajo el gobierno musulmán, se les había permitido practicar su religión y que ahora podían ayudar a mediar entre las dos culturas.
Como resultado de la reconquista cristiana de España, los centros de cultura arábiga y las bibliotecas de libros árabes cayeron en manos cristianas. Toledo, el centro más importante, quedó en manos cristianas en 1085, y en el curso del siglo XII las riquezas de su biblioteca empezaron a ser seriamente explotadas, gracias en parte al generoso mecenazgo de los obispos locales. La creación de Toledo como centro intelectual se debe, en gran parte, a la penetración en el territorio de los almorávides y concretamente de los almohades, cuyo fanatismo religioso obligaría a muchos musulmanes y judíos a refugiarse en esta ciudad.
Algunos de estos traductores eran de origen español, como Juan de Sevilla (probablemente mozárabe), o Hugo de Santalla, o Marco de Toledo, que dominaban por diferentes razones el árabe y el latín. Otros traductores, no obstante, llegaron desde Europa sin previo conocimiento del idioma, y una vez en en España tomaron los servicios de un maestro de árabe, o incluso se unieron a algún judío o mozárabe para traducir en equipo.
Por Gabriel Muñiz
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