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Sobre Ideas y algaradas

Soldado almogávar
Soldado almogávar

Juguemos con las palabras, que ellas solas se combinan y enredan entre sí para nuestra distracción. Por ejemplo, con almogávar, algarabía y algarada que comparten una misma raíz árabe. Se denominaba almogávar a un soldado de una tropa escogida que andaba por zonas fronterizas y que hacía incursiones y correrías. Algarabía era una lengua incomprensible y significa enredo y griterío o, en un sentido festivo, juerga y jaleo. Por último, una algarada es un tumulto causado por algún tropel de gente, supone hostilidad, desorden y ruido. Muy bien, ¿y qué, por qué me he fijado en esas tres palabras?



En estos tiempos de grave confusión, no son improbables las algaradas: el eco de la revolución. ¡Revolución!, palabra mítica para unos y maldita para otros. Trabajar para ella, dijo el desengañado Simón Bolívar, es arar en el mar. Yo tampoco creo en la revolución y nunca he perdido la cabeza por ella. Otra cosa, en cambio, es desplegar y reivindicar un espíritu rebelde, libre y revolucionario, un modo de vivir y de hacer que no sirva para presumir o despreciar, sino que se practique con convicción y desinterés, día a día. Consiste en estar siempre al lado de los que están abajo, los distintos oprimidos y parias que necesitan apoyo e impulso para seguir adelante; y muy en especial, los más débiles para soportar y vencer la brutalidad humana, aquellos a quienes se les arranca incluso el sentimiento de dignidad, perdidos en el miedo y la desesperanza. Y todo esto pasa por renunciar a estar con los de arriba, con los que mandan y ejercen el poder. Otra cosa es, desde la experiencia y un hondo conocimiento de la condición humana, estar dispuesto a transigir razonablemente y saber pactar ante los diversos problemas, pues «entre tanto, la realidad va imponiendo en cada momento, inexorablemente, el punto justo, la solución relativa adecuada», como decía Gaziel en el ahora muy citado Tot s’ha perdut.

Me permitirán ustedes que rinda aquí homenaje a Eugenio Trías, muerto hace justo un año, quien deseaba que España espabilase, espoleada por la crisis, en una radical mejora de la educación y la cultura. Su amigo Francesc de Carreras señalaba de él que le indignaban los necios, los engreídos y los sinvergüenzas. Estos tipos sobran en cualquier lugar y especialmente en la primera fila. Los que hacen falta son quienes escuchan y hablan con sentido crítico, con rigor y voluntad de verdad y de aprender. Ellos nos abrazan con autenticidad, con ideas encarnadas de modo espontáneo en continuo diálogo y cuestionamiento. En su reciente Diccionario semifilosófico, el profesor Ricardo Moreno Castillo distingue entre ideas e ideologías: «Las ideas sirven para pensar. Las ideologías para disimular la ausencia de ellas. Las ideologías prestan a quienes carecen de ideas el mismo servicio que las pelucas a los calvos». Sepamos prescindir de lo innecesario y aparatoso, y centrémonos en lo fundamental: la sensibilidad por el bienestar concreto del ser humano concreto.

Por Miquel Escudero
Con información de Crónica Global

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