Un té en el Sahara
Un viaje a lo profundo de la República Árabe Saharaui Democrática, en el Sahara Occidental, para visitar Tinduf, Tifaritti y llegar hasta el Muro de la Vergüenza.
Tinduf, Argelia • Ahmed Mulay camina de un lado a otro. Está nervioso. Cada 10 segundos se fija en el reloj que tiene en la muñeca izquierda. Espera a los pasajeros que lo acompañaran a los Campamentos de Refugiados de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), a 40 minutos de la ciudad de Tinduf, Argelia, en el desierto del Sahara.
Son las 10 diez de la mañana. En dos horas saldrá el avión de Argel Aiwars que desde Madrid trasladará a los visitantes mexicanos y españoles a la ciudad argelina.
Mulay —vestido de gabardina gris oscura y un turbante negro que cubre su cuello— sigue caminando frente a las oficinas de la línea argelina en el Aeropuerto de Barajas. Espera a que lleguen los viajeros rezagados que pasaron la noche en Madrid.
Una vez reunidos en la aduana, el también embajador de la RASD en México, dice: “De ahora en adelante, tranquilidad, como decimos los saharauis: B-Shorr, porque podemos partir en una hora o en cinco, la puntualidad no es un don del Sahara”. Tiene razón. Una vez en la antesala para subir al avión, el vuelo se retrasa dos horas.
Por fin, el avión despega. Las voces con acento español se oyen por todos lados. Desde que la RASD logró su independencia de España el 27 de febrero de 1975, la sociedad civil de esa nación se ha organizado para apoyar los Campamentos de Refugiados, que tienen 35 años en Argelia por la guerra territorial que los saharauis mantuvieron entre 1976 y 1990 con Marruecos y que, hasta hoy, les impide regresar a su territorio.
Hora y media después Argel, capital argelina, abre sus puertas para que los visitantes conozcan el mundo árabe. Los guardias de la aduana se ponen un poco nerviosos ante tanta gente nueva. Las revueltas en Libia, Egipto, Yemen, Siria, Bahreim y la propia Argelia han cambiado el protocolo de entrada y salida del lugar.
A los periodistas que llegan los someten a un interrogatorio interminable: ¿A qué vienes a Argelia? ¿Por qué vienes? ¿Qué vas a hacer? ¿Quién eres? ¿Quién te mandó? ¿Qué equipo de trabajo traes? ¿Dónde trabajas? ¿Cuánto tiempo te quedarás? Después de 20 minutos de preguntas y de una revisión de arriba abajo te permiten el paso.
La verdadera espera a la que Ahmed Mulay se refería en Madrid está por comenzar. Nueve horas en Argel. Es la una de la madrugada, el último vuelo hacia Tinduf será el que traslade a los mexicanos y españoles que visitarán los campamentos. La gente lee, conversa y escucha en las bocinas del aeropuerto canciones de Enrique Iglesias.
Ya formados para documentar el equipaje, los trabajadores de Argel Aiwars reconocen a los tres mexicanos —Claudia, Patricia y yo—, gritando: “¡Eh, mexicanos, tequila, tequila… trajeron tequila!”. Lo paradójico del caso es que los árabes no pueden tomar alcohol, porque su religión se los prohíbe.
Claudia viaja a la RASD para hacer un proyecto sobre el Hassanía, lengua oficial saharaui, con el cual busca analizar la preservación del idioma en tres generaciones diferentes, niños, adultos y viejos; Patricia está de vacaciones. Mi principal interés es hacer algunos trabajos periodísticos sobre los Campamentos de Refugiados.
Finalmente aparece la ciudad militar de Tinduf. Sidi, uno de los choferes del gobierno de la RASD, recoge a los mexicanos y los lleva al Campamento 27 de febrero, donde se quedarán los próximos 15 días. El lugar se llama así porque fue el 27 de febrero de 1976 cuando se proclamó la República Árabe Saharaui Democrática. La inmensidad del Sahara se apodera de los visitantes haciéndolos sentir una aguja en el pajar.
El tiempo no es igual
Fatdija, sobrina de Ahmed Mulay, abre la puerta del cuarto de un golpe. Son las 12 del día: “¡Arriba!”, dice. Su tío le dio la orden de despertar a la visita a esa hora, para que desayunaran.
Una vez levantados, los tres mexicanos se dirigen a la jaima, saludan a Smula, Mayama y Husein, esposa e hijos de Ahmed, respectivamente, y toman té. En cada jaima, especie de tienda de campaña pero con cuatro puertas orientadas a los puntos cardinales, se toman tres tés. Cada uno de ellos tiene un significado: el primero es amargo como la vida, el segundo dulce como el amor y el tercero suave como la muerte.
En los primeros días, los mexicanos recorren los ministerios de información y cultura. Conocen el Archivo Nacional Saharaui y la Unión de Mujeres Saharauis. Acuden a la celebración del Día Internacional de la Mujer y buscan a uno de los mejores poetas de la zona: Beibúh.
Después de dos días, logran encontrarlo. Con él platican del significado de la poesía saharaui: “En tiempos de paz ésta debe hablar del desierto, la arena, el sol y las estrellas, pero en tiempos de guerra debe funcionar como una ametralladora que motive a los combatientes”, dice el poeta de 83 años.
La gente es amable y curiosa sobre el origen y destino de cada uno de sus visitantes: ¿De dónde vienes? ¿A dónde vas? ¿De dónde eres? ¿A qué vienes? ¿Cómo te llamas? ¿Tienes novia? ¿Te vas a quedar con nosotros?
Los forasteros caminan por el Campamento 27 de febrero. Se meten entre las casas de adobe, las jaimas y la arena del desierto. Viajan a Rabuni, otro de los campamentos, para conocer el Hospital de Víctimas de las Minas Unipersonales, y la zona agrícola donde cultivan cebollas, zanahorias, melón y sandía. Y donde hay palmeras con dátiles que consumen para evitar la deshidratación.
Después de este primer contacto con los lugares y gente de los Campamentos de Refugiados, el verdadero viaje está por comenzar. El segundo domingo de marzo Claudia, Patricia, Ahmed Mulay, Sidi, un cocinero que no dice su nombre y yo viajamos a Tifaritti. El lugar se encuentra en los Territorios Liberados por el Frente Polisario —actual gobierno de la RASD— durante la guerra con Marruecos entre 1976 y 1990, a nueve horas de los Campamentos de Refugiados. Para llegar se debe atravesar el Sahara Occidental.
Antes, hay que comprar suficiente comida, agua y Coca-Cola. El viaje es primero por carretera y después por el desierto. En el paisaje sólo se ve arena y cielo que se confunden entre sí. Hay tres tipos de desierto, o por lo menos eso parece: el primero lleno de arena, el segundo de piedras y el tercero con algunos árboles, arbustos y palmeras.
En el trayecto solo se ven dos camionetas que pasan a lado de la que nos llevan, una que otra jaima habitada por beduinos y camellos color arena y blancos. Éstos últimos son difíciles de encontrar, son una rareza de la naturaleza y el desierto.
Al pasar las primeras cuatro horas, hay que detenerse para comer. Un paraje lleno de arbustos que dan un poco de sombra es el lugar idóneo. Alrededor únicamente hay piedras gigantes.
El lugar está en medio de la nada y del todo. “Así lo creemos los Saharauis”, comenta Sidi. Si pasa algo, nadie te puede ayudar. No hay internet ni señal de teléfono celular. Para quienes no están acostumbrados a ver ese paisaje desértico y viven en medio de la comodidad que brinda una ciudad llena de gente, una sensación de soledad se apodera aquí de ellos.
Nalga de camello en aceite es la comida del día. Es la primera vez que los visitantes comerán como beduinos: de un solo plato y con la mano. Se hacen acompañar con pan y Coca-Cola, imprescindible aun en lugares como éstos.
Al terminar el almuerzo, Ahmed sugiere: “Antes de limpiarse soben sus brazos y piernas con las manos llenas de grasa. Ya comió el estómago, ahora se debe alimentar el cuerpo. Aunque esto es algo que no van a entender porque son de Occidente, háganlo, los protegerá del sol”.
Minutos después, Ahmed, Sidi y el cocinero rezan mirando hacia la ciudad sagrada de La Meca. Dan gracias a Alá por el buen comer, piden ayuda para tener un mejor camino.
La siguiente parte del trayecto es similar: arena, sol, uno que otro arbusto, camellos, cinco horas en las que el silencio se apodera de los viajeros, hasta el llanto se hace presente, la inmensidad del desierto muestra sus secretos más íntimos.
Al cumplirse las nueve horas de viaje aparece Tifaritti, la ciudad más cercana a la frontera con Marruecos y al Muro de la Vergüenza que los marroquíes construyeron de arena a lo largo de dos mil 700 kilómetros, vigilado por 120 mil militares de esa nación. Es famosa por ser el lugar en el que anualmente, desde 2007, todos los octubres, se realiza el Artifaritti, un festival de artes plásticas que convoca a cientos de artistas internacionales para que hagan lienzos, murales, instalaciones y esculturas relacionadas con la identidad saharaui y con la exigencia de libertad que quieren para la RASD.
En sus calles, se ven las obras de arte combinadas con los edificios destruidos por los bombardeos de la guerra, los pedazos de un avión que fue derribado y hasta un tanque que los saharauis le quitaron a los marroquíes.
También se encuentran las oficinas de la Misión de las Naciones Unidas para el referéndum del Sahara Occidental (MINURSO), las cuales están desde principios de los años noventa. Hace unos años el gobierno de la RASD acusó a los agentes de la MINURSO de robarse las pinturas rupestres de la zona, aunque la Organización de Naciones Unidas (ONU) aceptó el hecho, pidió disculpas y suspendió de sus funciones a los oficiales responsables.
En Tifaritti también se encuentra el Parque Arqueológico Erqueyez. En él se resguardan dos mil años de pinturas rupestres saharauis. El sitio fue declarado Patrimonio de la Cultura Saharaui después de los robos que los agentes de la ONU cometieron. Ahmed Jiatri, director del lugar, dice que las pinturas rupestres fueron descubiertas en 1902. Desde ese momento se han hecho diferentes intentos por explorar la zona, siendo la Universidad de Gerona y la de Granada, en España, las más interesadas en el tema.
Un grupo de arqueólogos estadunidenses, italianos y alemanes también han trabajado ahí. “Ellos descubrieron dos tumbas en lo que fue el Río Tifaritti, sepulcros de gente que vivió tres mil años antes de Cristo. Una de ellas es de una persona que murió cuando tenía 16 años. Todos los descubrimientos hechos recientemente se lograron entre 2002 y 2005”.
El Muro de la Vergüenza
Un día antes de regresar al Campamento 27 de febrero, dos catalanes, José y Martín, aparecen en Tifaritti. Se dirigen al Muro de la Vergüenza. Decidimos acompañarlos hasta el lugar. Salimos de Tifaritti, donde dormimos los tres días de la estancia, pasamos una zona de camellos, otra de montañas rocosas, otra de arbustos y una escultura del Caballo de Troya que hizo el artista mexicano Rolando de la Rosa para el encuentro internacional de artes plásticas Artifaritti en 2008, y que se ubica en medio del desierto, hasta que llegamos.
Bajamos de las camionetas y caminamos unos 15 metros hasta donde se hallan las minas unipersonales que rodean el muro hasta 300 metros cuadrados por ambos lados. José y Martín comienzan a gritar al grupo de guardias marroquíes que se encuentra vigilando.
—¡Sahara libre!
—¡Queremos libertad para los saharauis!
—¡Libertad!
Al tiempo que los gritos retumbaban frente al muro, José se sube al techo de una camioneta para sacar una bandera de la República Árabe Saharaui Democrática, lo que terminó de provocar a los soldados marroquíes. La reacción de éstos fue la de invitarnos a caminar hacia el frente, donde se encuentran las minas y así poder activarlas.
—Vengan, caminen.
—Sigan caminando.
—Avancen, aquí los esperamos.
Mientras los soldados marroquíes piden que mexicanos y catalanes se acercaran, Ahmed Mulay y Sidi solicitaban todo lo contrario: “¡No vayan, es peligroso, por favor no avancen más, quédense donde están!”.
Después de media hora de observar el muro, fotografiar a sus guardias y protestar contra la opresión marroquí, los visitantes siguen su trayecto.
En el camino se encuentran a un hombre que tenía varado en el desierto tres días porque su camioneta se había roto.
—¿Qué le pasó a su camioneta?
—No sé. Se descompuso y no puedo arreglarla.
—¿Quiere que lo llevemos a los campamentos?
—No. Esperaré a que alguien me ayude a arreglar el coche.
Al despedirse, Ahmed y Sidi dicen simultáneamente: “Esa es la cultura del beduino, no le importa quedarse sólo en medio de la nada”.
Siete horas más tarde aparece el Campamento 27 de febrero. La Luna, las estrellas y los tres tés esperan en la jaima de Ahmed.
Por Emiliano Balerini Casal
Fuente: Milenio