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Tras la primavera árabe, las minorías siguen en peligro – Por Robert Fisk


Las estadísticas son fáciles, el futuro no. Hasta 20 millones de coptos en Egipto, 10 por ciento de la población, la mayor comunidad cristiana en la región. Pero el presidente Anuar Sadar se describió alguna vez como «un presidente musulmán para musulmanes», y los cristianos no lo han olvidado.

Claro, el ataque a la iglesia en Asuán ayudó a avivar el fuego, y los 26 muertos son el número más grande de bajas egipcias desde los peores días de la revolución que depuso a Hosni Mubarak, sucesor de Sadat. Pero los temores cristianos –agitados por el propio «Amu Hosni» cuando sintió que el trono se le escapaba– llevaron a los dirigentes de la iglesia copta a no apoyar la revolución hasta dos días antes de la caída de Mubarak.


Los coptos son los cristianos originales de Egipto. Fueron mayoría durante el gobierno de Roma en la antigüedad, cuando el profeta Mahoma no había nacido. Pero, ¿son árabes? Algunos cristianos dicen que sí. Otros dicen que ellos son los egipcios «originales», afirmación un tanto exagerada si se considera que los musulmanes ahora los superan por 10 a uno. Durante la revolución, los cristianos llegaban los domingos a la plaza Tahrir de Egipto a orar, bajo la protección de musulmanes. Cuando los musulmanes oraban en la plaza los viernes, algunos cristianos llegaban para protegerlos. Pero eso fue entonces.

Correrán en El Cairo las acostumbradas teorías de conspiración acerca de los terribles sucesos de la noche del domingo. Pero más allá de eso yace un problema mucho más profundo. En muchas naciones de Medio Oriente, a los cristianos les han dicho siempre que son minorías y que necesitan acogerse a la protección de los gobiernos. El primer ministro libanés asesinado solía decir a los cristianos: «el patriarca Sfeir es mi amigo»… quizá no tan cercano como Hariri creía. Ahora el nuevo patriarca maronita libanés, Bechara Rai, se ha atraído mucha hostilidad por sugerir en París que se debe dar al régimen sirio «una oportunidad» de resolver los problemas del país y, aunque él dice que se tergiversaron sus palabras, por esa declaración al parecer le retiraron una invitación a reunirse con el presidente Obama.


Jordania tiene comunidades cristianas; hasta en Argelia existe una minúscula comunidad de cristianos franceses. En 1996, siete monjes franceses fueron sacados de su monasterio en Tibhirine y asesinados –tal vez en una mal ejecutada emboscada militar a sus secuestradores –, y el arzobispo de Argel me dijo que tuvo que identificar las cabezas cercenadas, que dejaron colgadas de un árbol. “No puedo dejar de recordar que Jesús fue asesinado por la violencia humana –comentó–, y en nombre de la religión.”


No hay nada nuevo en la violencia «religiosa» en Egipto. Pero, desde luego, se suponía que la revolución egipcia era más limpia, un camino resplandeciente hacia un nuevo futuro que todos los árabes querrían emular. Bueno, quizá. El periodista Abdel Bari Atwan ha dicho a menudo que “estas cosas –las revoluciones– no son perfectas”. Lo volverá a decir hoy, sin duda. Es un asunto penoso, que refleja la rabia de cristianos y musulmanes por igual, y el largo trayecto que las revoluciones deben recorrer para llevar libertad al pueblo de Egipto.

© The Independent

 Traducción: Jorge Anaya

 La Jornada

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