Conquista de las Islas Canarias, un pueblo mágico
De entre la bruma de las primeras noches del tiempo, realidad, mito y leyenda se entremezclan y confunden en los remotos orígenes del mágico pueblo canario.
En algún momento la fidelidad no será vasalla del miedo y entonces se descubrirá la parte más oscura del odio adormecido.
Zenk
De entre la bruma de las primeras noches del tiempo y habitada por la nebulosa de lo ignorado, realidad, mito y leyenda se entremezclan y confunden en los orígenes del pueblo canario. En algunas crónicas grecolatinas, las hay que hacen alusión a los Campos Elíseos como escenario sobrenatural para los héroes y lo sitúan en esas latitudes. Otros hablan del mito de la Atlántida confusamente localizado y deslocalizado por Platón y otros autores en las inmediaciones del archipiélago, y al más “reciente” de Jardín de las Hespérides.
Desde el punto de vista genético, más de un 50% de los linajes maternos aborígenes tenían sus homólogos más cercanos en el Magreb y claras e indiscutibles raíces bereberes. Mas esta hipótesis no lo explica todo hasta simplificar de manera inteligible en qué momento de la noche de los tiempos aparece este enigmático pueblo. Sin embargo, hoy se sabe que los haplogrupos que trazan la ascendencia matrilineal hasta los orígenes de la especie humana en lo que hoy es el África etíope, dejan muchos cabos por atar en lo referente al origen concreto de los primeros pobladores, lo que sigue presentando ciertas dudas sobre la procedencia de los más antiguos habitantes de estas islas.
Los contactos mantenidos desde la Antigüedad clásica entre el mundo mediterráneo y las Islas Canarias decayeron ostensiblemente con los estertores del Imperio Romano de Occidente. Sobrevenido el inevitable colapso, la nueva expansión primaba más hacia el oriente bizantino. Una larga y oscura noche se cernió sobre occidente.
Ya el historiador egipcio Manetón, de manera algo críptica, y más tarde el griego Heródoto de manera más explícita, mencionaron los contactos mantenidos por la flota fenicia que circunnavegó el continente africano auspiciada y financiada por el faraón Necao II, y en tiempos posteriores a los fenicios en sus atrevidas singladuras como tempranos visitantes de aquella remotas y enigmáticas islas, fuente de leyendas y de enigmáticos descubrimientos.
El reparto de los archipiélagos
Por el tratado de Alcaxovas-Toledo se fraguó el reparto entre Portugal y Castilla de las posesiones atlánticas conocidas. Madeira, Azores y Cabo Verde quedarían bajo el ámbito de influencia luso, mientras que las Canarias pasarían a estar bajo control de los castellanos que por aquellos tiempos andaban desatados, ya que su influencia comercial y militar abarcaba desde los mercados de Flandes hasta las medievalmente llamadas Islas Afortunadas.
En las postrimerías del siglo XIII, menudean las visitas de europeos al archipiélago. La expansión económica de Génova y de los reinos de Aragón, Castilla y Portugal, además de la necesidad de establecer rutas seguras hacia Oriente en busca de seda y especias por un lado, y por otro la penetración en el interior de África en busca de oro, piedras preciosas y esclavos, opciones inaccesibles por el Mediterráneo oriental por el férreo control del turco en el Mare Nostrum, obligaron a explorar nuevas rutas.
El desarrollo de nuevas técnicas de navegación que incorporan la brújula, el astrolabio, el doble timón axial, las cocas reconvertidas en carabelas con un alto bordo significativamente más elevado para el trasiego transoceánico y una cartografía más elaborada y fiable (aparición de los portulanos), refleja en el Atlas Catalán del mallorquín Cresques Abraham, posiblemente datado en 1375, a las Islas Canarias casi todas con sus nombres actuales.
Por motivos ideológicos y políticos, las monarquías de la Europa meridional estaban en una fase expansiva. En los reinos de la Península Ibérica, la expansión territorial obedecía a la dinámica de lucha y reconquista frente al Islam, en consecuencia la expansión territorial reforzaba de facto el poder real apoyada en la inercia de la permanente cruzada que ahora se ampliaba a todo el que se encontraban por el camino.
En 1341 una prematura expedición enviada por Alfonso IV de Portugal estuvo un tiempo muy breve con objeto de cartografiar las islas. Como es sabido, nuestros hermanos portugueses albergaban un sancta sanctorum de conocimientos casi esotéricos en lo concerniente a las nuevas aristas de la geografía que se iba “descubriendo”. Era de rigor guardar bajo siete llaves en el santuario secreto de la escuela de cartógrafos de Sagres los mapas más avanzados de la época. En 1375, no se sabe cómo ni porque, aparecen en el Atlas Catalán. Un misterio.
Algunos nobles franceses, como Jean de Bethencourt, posiblemente el primer aventurero procedente de Europa se haría con el control de Lanzarote y más tarde de Fuerteventura. Parece ser que lo que originalmente les impulsó a aterrizar por aquellos pagos sería la búsqueda del mítico liquen llamado orchilla que se utilizaba para teñir los tejidos. Hacia 1405 nuestro amigo Jean se aburrió de las bondades del clima y puso en manos de un sobrino suyo el mando de las islas.
El primer registro documentado, no se sabe a ciencia cierta si pisano o genovés, aunque es más probable lo segundo, fue el de Lanceloto Malocello, mercenario a tiempo parcial que allá por el 1312 se estableció en Lanzarote. No obstante es de rigor destacar que Plinio el Viejo, en algunos pasajes de sus textos menciona una vez más la existencia de crónicas sueltas de relaciones entre “humanos” en ese espacio de coordenadas lo que supone que en tiempos pretéritos había contactos entre marinos de manera fluida.
Entre la población isleña eran abrumadoramente mayoritarios pastores y labriegos, lo cual no les privaba de echar mano de vez en cuando de un calamar o mero para celebrar uno de los muchos buenos días que tiene la vida.
La mayoría de las incursiones tuvieron un carácter económico, basado esencialmente en la captura de esclavos para ser vendidos en los mercados europeos, con casos excepcionales como el establecimiento de una comunidad franciscana en Telde entre 1350 y 1391 con la voluntariosa idea de convertir a los ora panteístas ora animistas locales practicantes de ritos mágicos, a la “religión oficial”. Durante el siglo XIV el control de Canarias se dirime entre genoveses, castellanos, aragoneses y portugueses. En el siglo siguiente esta competencia quedó reducida a las dos potencias marítimas europeas por excelencia, Castilla y Portugal. Aragón, que también lo era, miraba más desde su balcón al Mediterráneo.
Historia de la conquista
En el proceso de asimilación de las islas Canarias se dieron dos periodos de integración. Uno de ellos es la Conquista Señorial, que es la más temprana, y llevada a cabo por la nobleza en la cual la Corona solo otorga el derecho de conquista a cambio de un pacto de vasallaje del explorador/conquistador. Este honor le correspondería al noble normando Jean de Bethencourt, cuya atrevida y osada aventura abriría mentes y ampliaría fronteras. Lanzarote, Hierro y Fuerteventura serán las nuevas adquisiciones de vasallos de la Corona de Castilla, por otro lado, el único reino europeo con capacidad para apuestas más allá de los límites, y quizás el único que se atrevería a desafiar el miedo reverencial hacia la Terra Incógnita y sus cataratas proyectándose hacia el vacío absoluto.
Mediante compras, transacciones, cesiones, matrimonios y algunas truculentas anécdotas mercantiles, los pacíficos locales, habitantes de unas condiciones ambientales privilegiadas y de un mundo que sin ser idílico, se le aproximaba, se convierten en guerrilleros que solo pretendían morir con dignidad en el lugar sorteado por el destino, que en aquel caso no era otro que combatiendo al invasor. Ocurría todo esto cuando el último bastión de un antiguo paraíso del cual quedan todavía hoy algunas preguntas sin resolver, estaba al borde de la extinción en la forma en que la historia ha acabado certificándolo. Todavía hacia 1490, en La Gomera se combatía testimonialmente antes de rendir una vez más el sano juicio de una gente pacífica ante la atronadora presencia de la invasión de las “buenas nuevas maneras”.
El segundo periodo o llamado de Conquista Real, define propiamente la conquista llevada a cabo directamente por la corona de Castilla durante el reinado de los Reyes Católicos financiando y armando sucesivas expediciones. Cuando tras duras campañas de sometimiento de la indomable resistencia local y el dominio de la isla de Tenerife se da por concluido, transcurre ya el año 1496. El Archipiélago Canario es integrado en la emergente potencia que sería la Corona de Castilla.
La rebelión de los gomeros
Es un hito principal y de consecuencias indelebles en el futuro del posiblemente mayor imperio transoceánico conocido de la historia, pues fueron en definitiva la plataforma desde la que se pudo saltar hacia América con mayores garantías. Desde esas bases insulares cercanas a las fronteras africanas, y a las puertas de uno de los desiertos más enigmáticos de la tierra por sus inescrutables secretos y el fatalismo inherente a sus riquezas, un gigantesco baúl lleno de enigmáticos recuerdos, yace escondido en alguna oscura región de la historia. Hacia el este, una vasta extensión de arena dejaba paralizados a los exploradores que tentaban suerte. Hacia el oeste el inabarcable Atlántico no presagiaba algo mejor.
Mientras tanto, la Rebelión de los Gomeros era el último testimonio de resistencia de un pueblo que encierra más preguntas que respuestas.
La escasa población aborigen en gran parte fue vendida como esclava, salvo en los casos de integración o rendición rápida en que serían asimilados aceptando el nuevo estatus. Posteriormente se repoblaría la isla con colonos normandos, castellanos y flamencos. Hubo particulares interesados en la explotación económica de los recursos de la isla que se encastraron en el proyecto regio, pero cuya representación, sin ser simbólica, tampoco fue determinante.
Hay que decir que en el caso de la isla de Gran Canaria, esta estaba dividida en varios reinos o guanartematos. Hacia 1481 uno de estos reyes locales fue trasladado a Castilla contra su voluntad y le sugirieron la conveniencia de firmar la Carta de Calatayud, documento por el cual se cedía la isla a Castilla, eso sí, sin mucho entusiasmo por parte del firmante que estaba algo desubicado. Este caudillo llamado Tenesor fue acogido a su vuelta con un silencio bastante preocupante. Algunos le vieron como un hombre que había buscado la paz; otros, sin embargo, como un traidor. Algunos de los aborígenes resistieron hasta el último hombre y hubo otros que a la desesperada, decidieron suicidarse.
Tenerife era la más poblada de las islas que configuran el archipiélago y estaba dividida en varios pequeños señoríos o menceyatos. Unos estaban a favor de la unión con los castellanos y otros no. El primer intento de la Corona de Castilla por anexionarse la isla acabó en una catástrofe importante para los peninsulares. Sucedió en un lugar llamado Acentejo.
Ocurrió que en diciembre de 1495 y tras un largo periodo de escaramuzas guerrilleras y saqueos recíprocos, los castellanos volvieron a penetrar desde el norte de la isla. Varios miles de guanches aguardaban agazapados silenciosamente en un barranco cercano al actual municipio de La Victoria de Acentejo, próximo a donde se produjo la primera batalla. La victoria castellana en la segunda batalla de Acentejo, facilitó el hundimiento de la resistencia.La batalla fue decisiva para la conquista de la isla de Tenerife al tiempo que el colofón de la conquista de las Islas Canarias. Demasiados miles de muertos para ser sumados fríamente, pero la parte contable del debe en la historia, y sobre todo en los ciclos de expansión, suele ser bastante obscena.
Algunos años más tarde, una voraz epidemia que causó muchas bajas entre los guanches, remataría a la escasa población refugiada en cuevas y montes aledaños. Los castellanos consiguieron vencer en el segundo tiempo a los correosos locales y con “ayuda del árbitro”.
Mediado el siglo XVI las costumbres de los otrora indígenas eran solo un recuerdo ingrávido. Canarias pasaría a ser en primera instancia territorio castellano, para con el tiempo formar parte de los reinos de España. El mestizaje fue casi obligado ya que en las dos grandes islas, la lucha fue a muerte con los castellanos y los locales perderían a más de un 60% de sus hombres en combate en los casi cien años de guerra que duraría la conquista y resistencia.
Quedan enigmas sin respuesta, como la sensación de aquellos exploradores al ver por primera vez las pirámides truncadas de Güímar con su doble función ceremonial y de infraestructura civil de retención de aguas. Hoy sigue siendo un misterio y objeto de especulación entre eruditos la presencia de estas piedras mudas y bien alineadas. Quizás ellas y nosotros no hablemos el mismo idioma.
Un lujo para España contar con un pueblo depositario de lo mágico y heredero de uno de los mayores misterios de la humanidad.
Por Álvaro Van Den Brule
Con información de El Confidencial
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