Muere Mariem Hassan,gran dama del ‘haul’ saharaui
Era capaz de expresar desesperación y esperanza a la vez. Su alarido, su grito de libertad, se ha callado para siempre este 22 de agosto.
La voz de Mariem Hassan encerraba muchos secretos. Era capaz de expresar desesperación y esperanza a la vez. Su alarido, su grito de libertad, se ha callado para siempre la mañana del sábado 22 de agosto en su jaima del campamento de población refugiada saharaui de Smara. Su grito, era a la vez el grito de todo el pueblo saharaui que en el próximo noviembre llevará justo 40 años de angustia. Un pueblo obligado a partirse en trozos: una parte exilada en los campamentos, sobreviviendo en condiciones muy precarias; otra, en el propio Sáhara Occidental, humillado por la represión de Marruecos, que lo ocupa ilegalmente desde 1975, cuando España abandonó la región fruto de los denunciados Acuerdos Tripartitos de Madrid, firmados por el gobierno de Arias Navarro en plena agonía de Franco. Y otra, como la que vivía más o menos Mariem Hassan hasta hace unas semanas, repartida por el mundo para que éste no olvide la lucha de ese pueblo.
Era apenas una adolescente cuando tuvo que huir con su familia del ejército marroquí para refugiarse en la Hamada argelina. Vivió muchos años en la wilaya de Smara, uno de los cinco grandes campamentos levantados en torno a la ciudad de Tinduf, al suroeste de Argelia, que tributan su nombre a las cinco grandes ciudades ocupadas. En el exilio del campamento, aprendió los secretos de los viejos poetas saharauis y la tradición de haul, la música del desierto, que habla de arengas guerreras y loas sagradas a Allâh. La música popular, el folclore, de las celebraciones que recuperó en ese tiempo que dejó de ser nómada para convertirse en refugiada, la misma suerte que corrió su pueblo.
Hace poco más de diez años Mariem Hassan se instaló cerca de Barcelona para hacer más viable su carrera musical, pues era constantemente reclamada en numerosos festivales de músicas del mundo y muchos conciertos y actos reivindicativos de la lucha pacífica saharaui contra la ocupación y su derecho a la autodeterminación. Ella siempre hacía ver que esa lucha sin más armas que las de su canto, era avalada además por diversas resoluciones de Naciones Unidas que desde los años sesenta del siglo pasado, primero a España y luego a Marruecos, exigían someter a referéndum la voluntad de los habitantes del Sáhara Occidental.
La experiencia vital de Mariem conmovía en sí misma: huida de la casa familiar, el exilio, el refugio, la diáspora. Por eso, allá donde el desierto se hace aun más inhóspito, su garganta sonaba lejana, pero íntima. Su voz era una punzada en el corazón que hacía sentir al escucharla el escalofrío de la injusticia.
En mayo del año pasado, fue la encargada de clausurar el FiSahara(Festival Internacional de Cine del Sáhara). Fue su último concierto, pues ya venía arrastrando un cáncer detectado tiempo atrás y contra el cual era difícil luchar. Aquella noche estrellada, entre canción y canción, se despidió de su pueblo y le pidió perdón por si alguna vez le había fallado. Sabía que iba a morirse pronto.
Han pasado quince meses de aquello, los médicos de Mariem Hassan y su propia hija menor, convertida en enfermera, siguieron cuidándola después en Barcelona. Consciente de que había llegado su fin, Mariem Hassan pidió volver a su jaima del campamento de Smara. Y allí la llevaron a principios de este mes su marido y sus dos hijas, y allí, entre los suyos, entre las jaimas y la casa de adobe, entre té y té, ha muerto. Su voz sublime ha quedado al menos grabada en unos cuantos discos editados siempre por el sello discográfico madrileño Nubenegra. En el último, de 2012, El Aaiún Egdat (Arde El Aaiún) hacía un homenaje al campamento de la dignidad que arrasó la policía marroquí cerca de la ciudad ocupada de El Aaiún en noviembre de 2010 y que es considerado por muchos analistas como el primer estallido de la conocida luego como primavera árabe. Se lleva Mariem Hassan su canto, el canto de una mujer y un pueblo que sólo pide justicia y resiste donde parece imposible resistir.
Por Fernando Iñíguez
Con información de El País
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