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El milenario rebozo

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Rebozo mexicano

Las mujeres de México lo usaban para cargar a sus hijos y hoy es una de las artesanías que distingue a ese país. En Perú dio origen a las “tapadas”. En España cubrió la cabeza de las mujeres que asistían a la iglesia, en América su uso se relacionó con las actividades de la feligresía, y en nuestro Litoral ya estaba presente cuando llegaron los colonizadores. La historia del rebozo, una prenda que, con diferentes usos y sentidos, atravesó siglos y continentes.

El rebozo fue una de las tantas prendas que llegaron a América de la mano de la colonización española y que entró en diálogo con usos instalados en la vestimenta de los pueblos originarios, como lo fue el manto con que se cubrían numerosos grupos. Este diálogo hizo que, de a poco, fuera fuertemente incorporado por las mujeres de estas tierras. La presencia del rebozo, confeccionado en diferentes tipos de géneros, más finos como la seda o más rústicos de algodón o lana, fue compañero de la mujer en las colonias americanas y, como veremos, aún después de la independencia. Pero la historia de la prenda es aún más antigua. Fue introducida en España a partir de la presencia musulmana del siglo VIII al XV la que ejerció una profunda influencia cultural en la península ibérica y luego trasladada aquí. Encontramos el sentido del rebozo en el siguiente texto sobre la cultura árabe de estas tierras.

La práctica del velo se debe, en gran parte, al compañero y cuñado del Profeta, Omar, quien habría expresado: “Di a tus mujeres, a tus hijas, a las mujeres de los creyentes que hagan bajar sobre su ropa algo y que se cubran así la cara de forma más conveniente a fin de que no sean reconocidas y no puedan ser confundidas con las mujeres disolutas, para que no puedan ser ofendidas en acto y palabra”. (Antaki, Ikram, 1990 pp. 261-263).

En las regiones americanas fue connotando distintos sentidos, por ejemplo en México las nativas y mestizas lo usaron, entre otras formas, para llevar a sus hijos y hoy es una de las artesanías que distingue a ese país. En Perú, su uso dio origen a las denominadas “tapadas”, mujeres que cruzando el manto sobre el rostro, sólo dejaban ver un ojo y ocultaban su identidad, fueron muy cuestionadas, aunque la moda tuvo trescientos años de vigencia. En el caso de nuestro Litoral, los colonizadores encontraron que los nativos llevaban mantos confeccionados con pieles de nutria o venado.

La cita de Antaki Ikram sobre la prescriptiva religiosa musulmana nos permite reflexionar acerca de que la vestimenta no sólo responde a imperativos utilitarios, vinculados con la protección del medioambiente, sino a factores de índole social y cultural. También en España cumplió un rol similar por cuanto las mujeres concurrían a la iglesia con la cabeza cubierta. Esto no obsta para que también fuera usado en ocasiones propias de la vida cotidiana como, por ejemplo, en el trabajo, y así se manifiesta en el óleo del género bodegón “Gallinera” -1626, de Alejandro Loarte- donde se observa a la mujer, vendedora de gallinas en el Mercado, que cubre su cabeza con la llamada “toca rebozo”.

“Gallinera” -1626, de Alejandro Loarte
“Gallinera” -1626, de Alejandro Loarte

En América siguió el mismo derrotero. Su uso se relacionó con las actividades de feligresía pero también se extendió a otros momentos. Un ejemplo del primer caso lo encontramos en la acuarela “Porteñas en el interior del templo”, de Juan León Palliere (1823-1887) en la cual un grupo de porteñas están junto al altar de la iglesia, con la cabeza cubierta de acuerdo con las costumbres religiosas de la época; al igual que la acuarela de Emeric Essex Vidal (1791-1861), quien pintó la vida y las costumbres de Buenos Aires, una vasta obra de carácter documental relativa al ambiente como también a la indumentaria de la época. La escena representa la salida de la Iglesia de Santo Domingo, donde se observan a las mujeres que concurrían al templo con la cabeza tapada.

“Porteñas en el interior del templo”, de Juan León Palliere
“Porteñas en el interior del templo”, de Juan León Palliere

“El rebozo: prenda de vestir femenina en forma de manto o mantilla, que envuelve hombros, espalda y pecho y que permite cubrirse la cara. El rebozo impide que el frío y el viento den en el rostro de quien lo usa”.

Usos y costumbres

A partir de las obras nos plateamos un interrogante ¿qué diferencia había entre rebozo y mantilla? Encontramos, por un lado, lo dicho por Essex Vidal, quien como marino inglés realizó dos viajes a Buenos Aires, entre 1816 y 1829, y nos informa que la diferencia entre la mantilla y el rebozo estaba dada por la condición social. Las mujeres de alcurnia llevaban mantillas de seda que sujetaban bajo la barbilla con la mano o el abanico. El rebozo, confeccionado con tela de bayeta, era característico de los sectores más bajos, aunque con el correr del tiempo todas las mujeres lo usaron para protegerse del frío.

En ambos casos advertimos que la forma era la misma: un trozo de tela rectangular que cubría cabeza, cuello, hombros y, a veces, parte del tronco. La tela de bayeta, es un tejido de lana muy flojo, especie de frisa o franela muy grosera, que le daba una rusticidad al rebozo, que la mantilla no tenía. Estas diferencias sociales las advertimos claramente en la pintura “Porteñas en el interior del templo” donde la mujer que se encuentra arrodillada en primer plano lleva una mantilla que parece ser de seda labrada y que se asemeja al detalle que da terminación al ruedo de la falda, en cuanto al estampe y color, mientras que la mulata que la asiste o las otras mujeres paradas y a sus espaldas, llevan rebozos de telas opacas y lisas.

Por otro lado, la autora de “Vestuario criollo”, Lidia Teresita Berón, nos dice que, desde fines del siglo XVIII y principios del XIX la mantilla pasó a convertirse en el elemento característico del atuendo femenino, consistiendo en una especie de paño de seda (…) una que otra niña rebozada, que, ligera como perdiz y remolcando a la chinita de la alfombra, se apuraba hacia el convento (Berón, Lidia T.; 2011 pp.181-182)”.

En esas afirmaciones observamos que se refieren a mujeres del mismo sector social acomodado, como lo indica el uso de la seda y el hecho de contar con la asistencia de la “chinita de la alfombra”: recordamos que la alfombra era adminículo indispensable para arrodillarse en el templo. En consecuencia, Berón no sostiene la diferencia entre mantilla y rebozo que indicaba Essex Vidal, sugiriéndose más bien que se trata de la misma prenda y que el rebozo es más bien la acción de taparse.

Petrona Candioti y Melchora Cuenca 

En la región litoral, durante el siglo XIX, la prenda aparece en los retratos de dos mujeres fuertemente relacionadas con el proceso de autonomía provincial que vivió Santa Fe a partir de 1815. Se trata de los daguerrotipos de Petrona Antonia Candioti de Iriondo (1809-1899) y de Melchora Cuenca (nace en la década que va de 1780-1790 y fallece hacia 1870). Recordamos que esta técnica fotográfica, descubierta por Louis Jacques Mandé Daguerre en 1838, llega a nuestro país en la década de 1840.

Petrona Antonia Candioti Larramendi fue hija del primer gobernador autónomo santafesino: Don Francisco Candioti y de doña Juana Ramona de Larramendi Manso. Pertenecía a una de las familias de la elite de entonces y estaba casada con un miembro de otra de dichas familias. Tuvo un rol destacado en el origen del pueblo Plaza Matilde, ya que vendió parte de los terrenos ubicados al oeste de la propiedad familiar denominada “Montes de los Padres” a los primeros pobladores de Matilde y donó una parcela para la construcción de la plaza pública en octubre de 1879, fecha que se registra como la fundación del pueblo mencionado. De Petrona se conserva un daguerrotipo tomado cuando tenía ya una edad avanzada, en las últimas décadas del siglo XIX. En la imagen podemos observar que el rebozo que lleva puesto parece estar confeccionado en una tela oscura deducimos que se debe a su edad y a la moda de la época- cubriendo toda su cabeza y su tronco -haciéndonos recordar a las imágenes moriscas de la prenda- prendido por debajo de la barbilla y formando una especie de capucha.

El otro ejemplo es el de Melchora Cuenca, hija de un carrero paraguayo Don Gaspar Cuenca y de una mestiza guaraní, Doña Martina Pañera. Melchora fue la segunda esposa de Artigas, a quien conoce en el campamento de Purificación (cien kilómetros al norte de la actual ciudad de Paysandú), donde su padre llevaba víveres; se casa con él en 1815 y tienen un hijo y una hija.

Fue una mujer de alguna instrucción en virtud de la cual desarrolló una tarea como maestra en Purificación. Su presencia en la vida del caudillo coincide con el período de la participación de éste en las luchas por la autonomía santafesina y el ideario federal. Permanecen casados hasta 1820, año en que Artigas es derrotado definitivamente. Él se exilia en Paraguay; ella, sin recursos, debe realizar tareas humildes como lavar, planchar y confeccionar ponchos para otros. Murió en 1870 en la ciudad de Concordia, provincia de Entre Ríos.

De Melchora también nos llega un daguerrotipo que la presenta ya anciana, en postura y vestimenta muy parecida a la de Petrona Candioti. La cubre totalmente un rebozo oscuro, presuntamente de un textil rústico, según puede deducirse de su opacidad.

Dos mujeres, dos situaciones sociales distintas, acomodada la de Petrona y con privaciones la de Melchora; sin embargo una misma prenda que nos habla de su pertenencia a la cultura mestiza hispanoamericana, aun cuando para la segunda mitad del siglo XIX la modas francesas e inglesas se imponían fuertemente en nuestro país. La indumentaria, considerada segunda piel y como producto cultural, las vincula sin eliminar las diferencias.

La investigación sobre vestimenta

La vestimenta como objeto de estudio académico se ha ido legitimando paulatinamente desde la década de 1960 hasta hoy. Los trabajos de autores como Pierre Bourdieu, Umberto Eco, Roland Barthes, Gilles Lipovetszky, por nombrar sólo algunos, así lo confirman.

Consideramos que una de las razones de este hecho estriba en que la vestimenta como parte de la vida cotidiana de las sociedades es una realidad hologramática por cuanto contiene en sí información de las diversas facetas que la misma presenta. La vestimenta es un factor de distinción social; es una expresión del “gusto” como construcción social; es comunicación de ideas acerca de la vida y del hombre; es código de identificación grupal; es objeto de consumo, y en definitiva, entre muchas funciones más que podríamos seguir señalando, es producto cultural y por ende, simbólico y mediatizador entre el ser humano y la realidad. Esta multiplicidad de sentidos llevada al terreno de la investigación sitúa a la vestimenta como un objeto complejo que al decir de E. Morín es trama o tejido que conecta lo diverso y que por lo tanto requiere de una actitud transdisciplinaria con aportes provenientes de los Estudios Culturales, la Historia, la Estética, Sociología, Psicología, etc..

En el ámbito del Instituto de Estudios Superiores (IES) y de la Universidad de Concepción del Uruguay (UCU-Centro Regional Santa Fe) se ha formado recientemente un espacio extracurricular vinculado a las carreras de Tecnicatura (IES) y Licenciatura en diseño textil e indumentaria (UCU) con el propósito de reunir investigadores y estudiosos de la problemática de la vestimenta y la moda que hacen propia la articulación permanente de las disciplinas que representan. Un modo de difundir la tarea emprendida es ir publicando artículos que dan cuenta de aspectos parciales de las investigaciones en curso y que iniciamos con la presentación de la temática del rebozo que, a su vez, nos posibilita trabajar sobre dos imágenes de mujeres vinculadas con protagonistas del proceso de autonomía santafesina del que estamos cumpliendo doscientos años como lo fueron Don Francisco Antonio Candioti, primer gobernador autónomo y el caudillo de la Banda Oriental, Don Gervasio de Artigas.

Por Alicia García (Docente del IES y de UCU) y Patricia Alejandra Vasconi (Docente de UCU).
Con información de El Litoral

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