Traducir el nombre de Dios
Se dice que el dolor es el megáfono que Dios utiliza para despertar a un mundo de sordos; porque somos como bloques de piedra…
Una de las decisiones más discutidas entre los traductores del árabe al castellano es cómo traducir el nombre de Al-lah: ¿directamente por Dios o por el término acuñado en castellano, Alá; transcribirlo por Allah (con signo diacrítico sobre la a) o por Al-lah, con separación de las eles mediante un guión.
La elección del término «Dios» podría justificarse de dos modos. Supone optar por un sentido ecuménico, pues Dios sería el mismo para todas las religiones; o es un intento de domesticación y familiarización, al trasladar el término hacia la cultura propia.
La opción de la transliteración (Allah, Al-lah) podría interpretarse igualmente de dos modos abiertamente confrontados: de inmenso respeto del traductor hacia la cultura islámica o como búsqueda de una connotación exótica.
Traducir por Alá se situaría dentro de un mecanismo bastante habitual consistente en recurrir al arabismo acuñado en los diccionarios de la lengua castellana: «nombre que dan a Dios los mahometanos y los cristianos orientales».
En mi caso, cuando me enfrento a los textos de literatura magrebí en francés, donde el autor tiene dos opciones, Dieu o Allah, seguiré la línea trazada por el autor y traduciré la palabra por Dios o utilizaré la transcripción Al-lah (respetando la sonoridad en castellano), pero conscientemente rechazaré el arabismo Alá que el diccionario me sirve en bandeja. ¿Por qué?.
Pues sencillamente porque, para mí, que he vivido siempre en la conflictiva frontera entre el cristianismo y el islam, el término Alá adquiere, a través de esa arbitrariedad que nos lleva a amar o a odiar ciertas palabras, una connotación profundamente peyorativa, que siento muy alejada de la deseada en el texto original. Lo imagino pronunciado con violencia por los cruzados de los libros de historia; con reminiscencias visuales asociadas a las imprecaciones contra el infiel contenidas en los bocadillos de los tebeos de El guerrero del antifaz o de los chistes de la prensa actual, en los que el musulmán aparece ridiculizado con un séquito de mujeres ocultas tras el velo; o como burdo instrumento de un astracanado juego de palabras con el adverbio allá, en ese verso de Muñoz Seca de su famosa comedia, La venganza de don Mendo, al exclamar uno de los personajes, clavando la espada al tradicional enemigo islámico: «¡Que por Alá, por aquí!».
Por Malika Embarek López
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