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Selim I el Severo llega a Cairo

Selim I El Severo

Al alcanzar Selim el límite septentrional de El Cairo, el 22 de enero, los soldados de Tumanbay mostraban ya muy escaso entusiasmo ante la perspectiva del combate.

Eran muchos los batallones de tropa que no habían presentado armas.

Se ordenó a los pregoneros públicos que recorrieran las calles y callejuelas de El Cairo para difundir la nueva de que todos los desertores serían ahorcados frente a la puerta de sus mismos domicilios.

Tumanbay prepara la resistencia contra Selim I

Gracias a esa estratagema, Tumanbay logró reunir a todos los soldados que le fue dado encontrar, una fuerza compuesta por unos veinte mil hombres, entre jinetes, infantes y columnas de beduinos irregulares.

Aleccionado por la experiencia de Marj Dabiq, Tumanbay levantó la prohibición que pesaba sobre el uso de armas de fuego y proporcionó mosquetes a buena parte de sus soldados.

También alineó unos cien carromatos cargados con piezas de artillería ligera a fin de hacer frente a los atacantes.

Los hombres y las mujeres de El Cairo se presentaron en el campo de batalla para enardecer con sus vítores al ejército y ofrecer oraciones por su éxito.

Carentes de paga, faltos de confianza y escasamente fiables en su mayoría, los soldados del ejército mameluco no se enfrentaron al inminente estallido de las hostilidades como un grupo de hombres en pos de la victoria, sino como una horda de desesperados obligados a luchar por su vida.

Llega el día de la batalla

La batalla se produjo el 23 de enero de 1517.

Fue «un choque tremendo», escribe Ibn Iyas, «la sola mención del acontecimiento basta para helar de terror el corazón de los hombres, hasta el punto de que sus horrores les trastornan el juicio».

Cuando los tambores de combate redoblaron llamando a la batalla, los jinetes mamelucos montaron en sus caballos y partieron al lugar del enfrentamiento.

Cargaron contra una fuerza otomana muy superior en número, que «venía a ellos como una nube de langosta».

Ibn Iyas sostiene que la subsiguiente batalla fue aún peor que la anterior derrota de Marj Dabiq, pues los turcos «surgían de todas partes, como nubes», mientras el «estruendo de sus descargas de mosquetería, que resultaba ensordecedor, aumentaba la furia de su acometida».

En menos de una hora, los defensores mamelucos habían sufrido grandes pérdidas y se batían en franca retirada.

Tumanbay pelearía todavía largo rato, más que la mayoría de sus capitanes, antes de verse también él obligado a retirarse del campo de batalla, aunque no sin jurar que habría de regresar otro día para volver a plantar cara a los otomanos.

Asalto a la ciudad de Cairo

Las victoriosas tropas otomanas tomaron por asalto la ciudad y se pasaron tres días saqueando El Cairo.

La desamparada población civil, totalmente a merced del ejército invasor, no pudo hacer nada, salvo detenerse a contemplar el pillaje de sus casas y propiedades.

El único que podía protegerles de la violencia desatada de la soldadesca victoriosa era el propio sultán otomano, así que las gentes de El Cairo hicieron lo imposible por honrar a su nuevo amo y señor.

En las mezquitas, los rezos del viernes —que tradicionalmente se habían pronunciado en favor del sultán mameluco— pasaron a salmodiarse en alabanza al sultán Selim, ya que ésa era una de las formas habituales de reconocer la soberanía de un señor.

«Allâh salve al sultán —entonaban los fieles—, hijo de sultanes y rey de los dos continentes y los dos océanos, conquistador de los dos ejércitos, sultán de los dos Iraks, siervo de las dos ciudades sagradas, el victorioso rey y sha Selim: Oh, Señor de ambos mundos, concededle siempre la victoria.»

Selim el Severo tomó nota de la sumisión de El Cairo y dio instrucciones a sus ministros de que anunciaran el perdón público y la restauración del orden.

Tras vencer al ejército mameluco, el sultán Selim aguardó cerca de dos semanas a entrar en la ciudad de El Cairo.

El día en que finalmente hizo acto de presencia en la capital fue también la primera oportunidad que se ofreció a la mayoría de sus habitantes para observar de cerca al nuevo amo.

Ibn Iyas nos ofrece una gráfica descripción del conquistador otomano:

Cuando el sultán recorrió las calles de la ciudad, el populacho entero prorrumpió en vítores. Se dice de él que era de tez clara y que su mentón, perfectamente rasurado, realzaba la larga nariz y los grandes ojos. Se añade que al ser de corta estatura aparecía tocado de un pequeño turbante. Dio muestras de cierta ligereza e impaciencia, y no dejó de volver el rostro a uno y otro lado de la calle durante todo el trayecto. Se dice también que rondaba los cuarenta años de edad. Carecía de la dignidad de porte que habían mostrado los anteriores sultanes. Su mal carácter y su temperamento violento le hacían ávido de sangre, y toleraba muy mal que se le respondiera.

Por E. Rogan

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