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El estado judío y sus “intenciones pacíficas” en el Irak de Saddam

Aquel último viernes de abril de 1988, el vestíbulo del hotel Meridien Palestina, en Bagdad, estaba repleto como siempre, y el ánimo era entusiasta. Irak acababa de ganar una batalla decisiva contra Irán en el golfo de Basra y había consenso en que la guerra se encaminaba a su fin, después de siete años sangrientos.




La inminente victoria iraquí podía ser atribuida, al menos en parte, a los extranjeros que se hallaban sentados en el vestíbulo, con sus chaquetas de buen corte, los pantalones impecablemente planchados y la sonrisa permanente de los hombres de negocios con éxito. Eran vendedores de armas que esperaban colocar sus últimos modelos, aunque nunca utilizaban esa palabra: preferían expresiones más neutrales como «intercambio óptimo», «sistemas de control» o «capacidad de crecimiento». Representaban a la industria de Europa, la Unión Soviética, China y Estados Unidos. El lenguaje común de su negocio era el inglés, hablado en gran variedad de dialectos.

Sus anfitriones iraquíes no necesitaban traducción: se les ofrecía un surtido de bombas, torpedos, minas y otros elementos de destrucción. Los folletos que pasaban de mano en mano mostraban helicópteros con nombres de dibujo animado: Caballero del mar, Cbinook, Caballo de mar. Un helicóptero Mamá grande podía transportar un pequeño puente; otro, la Máquina increíble, podía trasladar un pelotón entero. Los folletos anunciaban armas que disparaban dos mil tiros por minuto o acertaban a un blanco en movimiento, en plena oscuridad, por medio de una mira informatizada. Cualquier tipo de arma se encontraba a la venta.

Sus anfitriones hablaban una jerga esotérica que los vendedores también entendían: «veinte en el día», «treinta a mitad y mitad menos uno», veinte millones de dólares contra entrega o treinta millones por un envío a pagar mitad en el acto y, la otra mitad, el día anterior al embarque de las armas.

Vigilando este cambiante mercado de comerciantes y clientes que bebían té de menta, se encontraban los oficiales del Da’lrat al Mukhabarat al Amah, el principal servicio de inteligencia de Irak, controlado por Sabba’a, el medio hermano de Saddam Hussein, casi tan temible como él.

Algunos de esos vendedores de armas habían estado en aquel mismo lugar siete años antes, cuando sus azorados anfitriones les habían contado que Israel, un enemigo aún más odiado que Irán, había dado un golpe poderoso contra la maquinaria militar iraquí.




Desde la formación del Estado judío, entre Israel e Irak había existido una situación de guerra declarada. Israel había confiado en que sus fuerzas convencionales podían derrotar a Irak. Pero en 1977, Israel descubrió que el Gobierno francés, que le había proporcionado su capacidad nuclear, también había enviado un reactor y «asistencia técnica» a Irak. La instalación se encontraba en Al Tuweitha, al norte de Bagdad.

Las Fuerzas Aéreas israelíes habían planeado bombardear el emplazamiento antes de que se volviera demasiado «caliente», con las barras de uranio dentro del núcleo del reactor. Destruirlo entonces habría causado muerte y contaminación masiva y convertido Bagdad y una considerable parte del territorio iraquí en un desierto radiactivo. Para Israel habría significado una condena mundial.

Por estas razones, Yitzhak Hofi, el entonces jefe del Mossad, se opuso a la operación, argumentando que, de cualquier manera, un ataque aéreo causaría la muerte de muchos técnicos franceses y aislaría a Israel de los países europeos a los que trataba de convencer de sus “intenciones pacíficas”. Bombardear el reactor también significaría poner fin a la delicada maniobra de persuadir a Egipto para que firmara un tratado de paz.

Se encontró con una casa dividida. Varios de sus jefes de departamento argumentaban que no había otra alternativa que neutralizar el reactor. Saddam era un enemigo despiadado; una vez que tuviera un arma nuclear, no dudaría en usarla contra Israel. ¿Y desde cuándo Israel se preocupaba por hacer amigos en Europa? Norteamérica era lo único que interesaba y en Washington se rumoreaba que eliminar el reactor no iba a costarles más que un tirón de orejas por parte del Gobierno.

Hofi probó una nueva táctica. Sugirió que Estados Unidos presionara diplomáticamente a Francia para que no enviara el reactor. Washington recibió un brusco desaire desde París. Israel eligió entonces una ruta más directa. Hofi mandó un equipo de katsas 1 a hacer una incursión en la planta francesa de La Seyne-sur-Mer, cerca de Toulon, donde se construía el núcleo del reactor nuclear. Fue destruido por una organización de la que nadie había oído hablar hasta entonces, el Grupo Ecológico Francés. Hofi en persona había inventado el nombre.

Mientras los franceses empezaban a construir un nuevo reactor, los iraquíes enviaron a París a Yahya al Meshad, miembro de la Comisión de Energía Atómica, para arreglar el embarque de combustible nuclear hacia Bagdad. Hofi mandó un equipo kidon 2 para asesinarlo. Mientras los otros patrullaban las calles circundantes, dos de ellos usaron una llave maestra para entrar en la habitación de Meshad. Le cortaron el cuello y lo apuñalaron en el corazón. El cuarto fue revuelto para simular un robo. Una prostituta de la habitación contigua dijo a la policía que había prestado servicios al científico pocas horas antes de su muerte. Más tarde, ocupada con otro cliente, había oído un «movimiento inusual» en la habitación de Al Meshad. Horas después de que declarara ante la policía fue atropellada por un automóvil. El vehículo jamás fue encontrado. El equipo kidon tomó un vuelo de El Al con destino a Tel Aviv.

A pesar de este nuevo golpe, Irak, con la ayuda de Francia, continuó con sus intenciones de convertirse en una potencia nuclear. En Tel Aviv, las Fuerzas Aéreas proseguían con sus preparativos mientras los jefes de inteligencia discutían con Hofi por sus continuas objeciones. El jefe del Mossad se vio desafiado por un adversario insólito. Su adjunto, Nahum Admoni, argüía que destruir el reactor no sólo era esencial sino que daría «una lección a otros árabes con ideas brillantes».

Para octubre de 1980, el debate ocupaba todas las reuniones de gabinete del primer ministro Menahem Begin. Se traían a colación viejos argumentos. Hofi se convirtió en una voz solitaria contra el ataque. No obstante, siguió luchando y presentando alegatos bien escritos, sabiendo que redactaba su propio obituario profesional.




Admoni ocultaba cada vez menos su desprecio por la posición de Hofi. Los dos hombres, que habían sido amigos íntimos, se convirtieron en fríos colegas. A pesar de todo, transcurrieron seis meses de agrias discusiones entre el jefe del Mossad y su personal superior hasta que el Estado Mayor ordenó el ataque, el 15 de marzo de 1981.

Ocho cazabombarderos F-16, escoltados por seis cazas F-15, pasaron en vuelo rasante sobre las dunas y el Jordán antes de partir como rayos hacia Irak. Llegaron al blanco en el momento preciso, a las 5.34 de la tarde, hora local, minutos después de que el personal francés abandonara el lugar. Hubo nueve bajas. La planta nuclear quedó reducida a escombros. La escuadrilla regresó sin novedad. La carrera de Hofi en el Mossad había terminado. Admoni lo reemplazó.

Por T. Gordon


Notas:

  1. La palabra ‘katsa’ es un acrónimo hebreo para “Ktsin Issuf”, que significa “Oficial de recolección”. Normalmente hay entre 30 y 40 katsas a la vez, que operan en todo el mundo, principalmente en Europa . La mayor parte de la información que se recopila para Israel es sobre el mundo árabe. Un katsa es un oficial de inteligencia de campo del Mossad, la agencia nacional de inteligencia de Israel. Un katsa recopila información y dirige agentes, similar a un oficial de casos de la CIA.
  2. Kidon (en hebreo “bayoneta” o “punta de lanza”) es el departamento dentro del Mossad que es responsable del asesinato de enemigos. Se sospecha que Kidon está detrás de una serie de exitosas campañas de asesinato. Se ha afirmado que Kidon fue responsable del asesinato de Muhammad Suleimani.

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