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La revuelta del Arrabal

La revuelta del Arrabal

Los supervivientes, en número no inferior a 20.000 familias, fueron desterrados.

«Año 805. En el arrabal cordobés de la Secunda, un barrio marginal poblado por muladíes y mozárabes, el descontento sigue creciendo. Como escarmiento, las autoridades musulmanas ejecutan a setenta y dos vecinos entre los que se encuentran algunos alfaquíes. Es el comienzo de un proceso que, años más tarde, culminaría con la “revuelta del Arrabal”, una rebelión reprimida por la guardia personal del emir con extremo rigor. La brutalidad fue tal que, después de varios días de matanza, el arrabal quedó completamente destruido. Los supervivientes, en un número no inferior a 20.000 familias, fueron desterrados. Unos se asentaron en Fez, en el barrio conocido, desde entonces, como Madinat al- Andalusiyyin o Ciudad de los Andaluces. Otros llegaron hasta Creta y allí permanecerían, independientes de Bizancio, hasta finales del siglo X».

Había que acabar con el «adopcionismo». Con aquel peligroso intento de acercar la Iglesia mozárabe a la cultura árabe. Su rápida propagación, más allá de los Pirineos, incluso, provoca que Carlomagno, rey de los francos y príncipe de una cristiandad renovada, convoque un sínodo en Francfort al que asisten más de 300 obispos. Su conclusión supuso el triunfo del papado sobre Toledo y cuantos rechazaban la Trinidad romana.



Se acababa, así, con el debate iniciado en el último cuarto del siglo VIII entre Roma e Hispania cuando Elipando, la más alta jerarquía eclesiástica visigoda, plantó cara al todopoderoso Carlomagno que pretendía someter a la Iglesia hispana. Era el final de un proceso que había empezado cuando los cristianos del sur peninsular se vieron obligados a entenderse con los invasores africanos. Inicialmente, la relación entre musulmanes e hispanos fue armónica. La mozarabía mantenía sus costumbres pero, con el tiempo, a medida que los nuevos dueños agotaban sus posibilidades de expansión, la convivencia empeoró. La intolerancia fue aumentado y los enfrentamientos, cada vez más frecuentes, culminaron en el año ochocientos catorce con la «revuelta del Arrabal».

Sucedió que artesanos y comerciantes cordobeses llevaban tiempo protestando por los excesivos tributos que debían satisfacer y un día se hartaron. Cruzaron el puente decididos a sacudirse la presión islámica de una vez por todas y se dirigieron al Alcázar. Allí les esperaba la guardia personal del emir compuesta por mercenarios cristianos y fuertemente pertrechada. La represión fue brutal. Después de tres días de matanza, el arrabal de la Secunda, al otro lado del Guadalquivir, quedó arrasado. La reconstrucción del barrio fue prohibida y los supervivientes expulsados de la ciudad.

La cuarta parte de la población cordobesa se vio forzada al exilio. Fue tal la dureza de la represión que al emir al-Hakam I le valió el nombre de al- Rabadí, «el del arrabal», para vergüenza de quien fuera responsable de tan desproporcionada actuación y para que su nombre quedara vinculado por siempre a tamaña barbarie. Aún hoy los cordobeses hablan con temor de la masacre.

A partir de este suceso la comunidad mozárabe se divide entre partidarios de colaborar con la autoridad muslímica y los que defendían posiciones más estrictas e intransigentes. Comienzan, entonces, las migraciones masivas hacia los reinos cristianos. En su mayoría, eran monjes. La convivencia entre quienes huyeron y sus hermanos norteños no debió ser fácil. Después de años bajo influencia musulmana, llegaban totalmente impermeabilizados a los renovadores aires romanos y su forma de vida estaba arabizada. Tanto, como la liturgia de sus celebraciones, sin embargo, supieron mantenerla y, a pesar de las dificultades, el rito visigótico sobrevivió.

Solo, mucho más tarde, las reformas que llegaban del norte, siguiendo los dictados benedictinos de Cluny, conseguirían acabar con el rito mozárabe. De nada valdría que contara con el favor de teólogos hispanos de reconocido prestigio como Isidoro de Sevilla. De nada, la resistencia de los toledanos ante la poderosa abadía.

Por Eduardo Ríos 
Con información de La Opinión de Zamora

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