La sal, raíz de la tierra
«Debe haber algo extrañamente sagrado en la sal… está en nuestras lágrimas y en el mar».
Gibran Khalil
La sal es una de las sustancias minerales más abundantes en la naturaleza y se la conoció desde tiempos antiguos, debido a su importancia nutricional y medicinal en el ser humano, y por otra parte, por ser imprescindible como condimento en los alimentos para resaltar su sabor. Se ha empleado para conservar los alimentos y también se le han atribuido significaciones religiosas, poderes malignos e incluso propiedades claves en las prácticas de la alquimia. Su industrialización arranca de la prerromanización, siendo potenciada después por los romanos; en las liturgias pagana y cristiana formaba parte de sus ritos sagrados, como el bautismo, la consagración de templos, la bendición de aguas.
El valor simbólico de la sal y el sentido ritual que la acompaña tiene su explicación en el origen de la sal y sus aplicaciones prácticas. Entre los diversos significados asociados a ella se encuentran la fecundidad, salud, protección, pureza, lealtad…
Podemos establecer una absoluta identidad en la configuración mental de seres tan lejanos entre sí, en el espacio y en el tiempo, como puede serlo un campesino medieval escocés y un sacerdote del antiguo Egipto, creyentes de las supersticiones en torno a la sal. Lo que permite llegar a establecer la existencia de un sustrato cultural común para gran parte de las creencias.
Estamos tan acostumbrados a su presencia que nos olvidamos de su amplio y polifacético contenido simbólico. Pues, ¿quién no ha oído o leído mitos y leyendas sobre este singular condimento?
De lo religioso a lo profano…
En la cultura de los pueblos antiguos, la imagen de la sal va unida a los conceptos de fidelidad y hospitalidad, de la amistad y de la mutua confianza. De igual manera que los elogios a la sal han sido numerosos; también referencias a la misma se han utilizado como maldiciones. Así en la Biblia se dice que al malvado se «le dé casa en el desierto y albergue en una tierra salada» (Job, 39, 6) y en otra parte dice «permanecerán en la sequedad del desierto, en tierra salobre e inhabitable» (Jer., 16, 6).
Dentro de la liturgia católica la sal se considera símbolo de pureza, de ahí que en la ceremonia bautismal, el bautizado reciba unos granos de ese mineral para asegurar su alegórica purificación. En la Biblia, la sal es un medio simbólico de unión entre Dios y su pueblo (Levítico, 2, 13) y Elíseo purifica una fuente echando sal en ella (II Libro de los Reyes, 2, 19). En el sermón de la montaña Jesús llama a sus discípulos la sal de la tierra (San Mateo, 5, 13) y el padre de la iglesia Jerónimo llama a Cristo la sal redentora que penetra en el cielo y en la tierra.
Los sacerdotes egipcios no consumían sal, pero preconizaban derramarla sobre las ciudades destruidas por las guerras y las epidemias para alejar a los demonios; algunos afirman que esta costumbre persistía todavía durante las guerras púnicas y que las ruinas de Cartago fueron rociadas de sal por los romanos. Esto mismo hizo Abimelech con la conquistada ciudad de Siquem (Jueces 9, 45). El hermetismo da a la sal el valor del principio neutro, la sal se encuentra con el azufre y el mercurio, símbolos de los principios masculino y femenino, en el Gabinete de reflexión donde está situado durante algún tiempo el candidato a la iniciación masónica.
Al receptáculo de la sal, el salero, se le ha tenido tanta reverencia supersticiosa como a su contenido. El simbolismo de él es usualmente femenino como es indicado por el cumplido español llamando a la amada «el salero de mi amor». Los saleros, a menudo de gran magnificencia, eran y todavía son uno de los regalos favoritos de las bodas. En Roma el salinum paternum constituyó una especial herencia familiar que se transmitía de generación en generación. En tiempos clásicos el salero compartió la naturaleza de un vaso sagrado, asociado con el templo en general, y más particular con el altar. Para los romanos era una cuestión de principio religioso ya que ningún otro plato se ponía en la mesa hasta que el salero estaba colocado. En el patio de las casas romanas se colocaba un salero, dando a entender con ello la separación entre los individuos de la familia y los extraños a ella.
La colocación del salero en la Edad Media era una ceremonia compleja, y el resto de los elementos se disponían en relación a él. Con el transcurso del tiempo, la sal fue adquiriendo carácter social, así el rango de los invitados a un banquete era precisamente indicado por su asiento Con relación a un salero de plata -en la mesa de los ricos siempre se presentaban magníficos saleros ejecutados por los más afamados orfebres y en las familias pobres se contentaban con emplearlo de loza- puesto sobre la mesa; el dueño de la casa y los huéspedes importantes solían sentarse cerca de él. En esta época estaba muy arraigada la creencia supersticiosa de que verter sal en público, pues es un símbolo de amistad, acarreaba mala suerte; por ello quien había tirado el condimento debía de arrojar un poco más sobre su hombro izquierdo, ya que se creía que ese lado era siniestro y que allí se agrupaban los espíritus malignos. Es posible que esta creencia se base en un célebre pasaje bíblico, donde la sal es vehículo para el castigo divino. Según el Génesis (19, 1-29) un emisario del Señor habló a Lot, ordenándole que tomase a su esposa y sus dos hijas y abandonara la corrupta ciudad de Sodoma, sin volver la vista atrás por ningún motivo. Cuando Sara, la mujer de Lot, se volvió para mirar, quedó transformada en estatua de sal. Esta narración parece nacida de la imaginación popular que con frecuencia cree reconocer formas humanas en las rocas curiosamente esculpidas por la erosión. Otra explicación bastante convincente aportada por Rafols es que leyendo el capítulo 14 del Génesis se fija el escenario en el mar Muerto, lo que permite deducir que la muerte de la mujer de Lot le sobrevino a causa de las emanaciones sulfurosas Con lo cual es lógico pensar que su cuerpo se cubriese inmediatamente de incrustaciones salinas. Como alusión a las ruinas de Sodoma y Gomorra se reitera que «El convierte las tierras fértiles en salinas para castigar la malicia de sus habitantes» (Sal., 107, 34).
Antiguamente, la ausencia de un salero sobre la mesa era señal de un importuno presagio, pues la sal era símbolo de amistad. En una de las obras maestras de Leonardo da Vinci, la Última Cena, pese a los cambios posteriores de su composición –Judas sostiene en la mano la bolsa y no el cuchillo y lo que derrama no es un vaso sino un salero- quiere significar el momento trágico de la traición que uno de los apóstoles está a punto de consumar. Cervantes recoge en el Quijote (parte II, cap. LVIII) esta generalizada superstición de que «derramar sal en la mesa es mal agüero». Algunos supersticiosos dicen que se neutraliza tirando agua por el balcón o la ventana. Otros creen que se deshace el maleficio tomando con los dedos un poco de sal vertida y tirándolo al suelo, hacia atrás, por encima del hombro izquierdo tres veces. La explicación era que para contrarrestar dicho augurio se arrojaba sal por encima del hombro izquierdo para cegar al demonio y después se hacía la señal de la cruz sobre la que quedaba. También se cree que quien pise la sal derramada tendrá disgustos y si la pisan dos novios no llegarán a casarse. Según Luján, el gastrónomo Grimod de la Reyniere, que era un recalcitrante escéptico, escribió: «En cuanto a la historia de la sal derramada en la mesa, que es otra temible superstición, lo esencial es que ella no caiga dentro de un buen plato». Esta creencia de maleficio por verterse la sal, se fundaba en que, siendo la sal cosa de tanto valor, por su servicio y utilidad al hombre, era lamentable el que cayera al suelo y más si encima se pisaba y profanaba, por lo que para que no ocurriese una desgracia a quien así lo hacía, se echaba sal en la puerta de la casa, para que no entrasen las brujas, ni los malos espíritus en las cuadras de los animales, y muy particularmente si había una mujer que trataba de arrebatar al esposo. Sin embargo, en Inglaterra y Francia era considerado desafortunado servir sal en la mesa. Esta creencia adquiere en círculos anglicanos mayor significado en la expresión popular del dicho: «El que me sirve sal, me ayuda a afligir». En Italia era una familiaridad indebida cuando la sal es ofrecida por un hombre a la esposa de otro siendo causa de celos y de riña.
Una de las características principales, asociadas a la sal, en el pensamiento popular es la de su ofrecimiento como signo de amistad. El origen de dicho significado está relacionado con una de sus propiedades: su estabilidad. A causa de esta propiedad, la sal era considerada como emblema de perennidad y permanencia, y de eternidad e inmortalidad; en la Edad Media se pensó que por esta razón el diablo detesta la sal.
La sal ha jugado un papel importante en cuestiones de hospitalidad. En países orientales es costumbre tradicional poner sal a extranjeros como signo de buena voluntad y prenda de amistad, y en Europa se presenta a los huéspedes antes de otra comida, significando la fuerza permanente de la amistad. Cuando un abisinio desea hacerle una atención especial a un amigo le presenta un trozo de sal y cortésmente le pide permiso para lamerlo con su lengua. En los países más diversos y en todas las épocas, desde la antigua Grecia a la moderna Hungría, la sal ha sido usada para confirmar pactos entre tribus y las alianzas más solemnes son ratificadas con esta sustancia.
Según las costumbres nómadas, los que han participado del mismo banquete y comido de la misma sal están unidos por un pacto, de ahí la expresión pacto de sal. En algunos pueblos árabes se siguen sellando las alianzas con esta sustancia, con la frase: «hay sal entre nosotros» cuando existe un acto de familias o personas y aún se emplea la expresión «se le negó el pan y la sal» para indicar el más absoluto y cruel rechazo a un individuo.
A partir del siglo XVI, los dueños de las tabernas inglesas acostumbraban a poner un plato con sal en el bar para que los clientes la estuvieran probando mientras bebían una copa; los rusos sirven un plato con pan y sal como símbolo de bienvenida.
Simbolismo de la sal en el folklore y la superstición
La gran importancia atribuida a la sal condujo a considerarla con poderes sobrenaturales, y ha sido ampliamente empleada en procedimientos mágicos. Su función principal estaba relacionada con apartar la influencia del espíritu maligno. La sal detestada por los demonios es casi un pensamiento universal, la única excepción que comenta Jones, está en el folklore húngaro donde por el contrario los seres malvados son aficionados a ella. La sal no estaba presente en los banquetes del diablo y de las brujas. Ha sido uno de los productos encantadores contra el poder del diablo, de magos, de brujas, del mal de ojo, y en general de las influencias negativas. También protegerá a los campos de las malas influencias. Y se usó para prevenir las almas del muerto en el más allá devolviéndole a la tierra y asegurándole la paz en el purgatorio.
El hechizo más temido era el mal de ojo, al cual se achacaban todo tipo de enfermedades, tanto de los niños como de los adultos. Para precaverse de él lo que daba mejor resultado a los judíos que emprendían un viaje, con todos los pronunciamientos a su favor, era echar las suertes con granos de trigo, carbón y sal, y recitar un conjuro. En la provincia de Almería el medio profiláctico empleado, que conserva una vigencia actual, es un saquito cuyo contenido son tres granos de trigo, un puñadito de sal y una miguilla de pan que se les cuelga a los niños susceptibles de ser objeto de dicho mal, y el curandero con la yema del dedo de la mano coge sal bendiciendo a su hijo. En Murcia, para evitar que a un niño muy hermoso le hagan mal de ojo, se le pone entre las ropitas una miga de pan con un grano de sal dentro. En algunos pueblos de la provincia de Salamanca están arraigadas dos creencias supersticiosas: pedir sal prestada trae mala suerte y poner una cruz de sal a la puerta o con puñados de sal hacer una cruz en el aire evitan las tormentas.
La creencia de que determinadas sustancias pueden librarnos de las acechanzas de los malos espíritus y atraer sobre nosotros toda clase de venturas existió ya entre los hombres de las más primitivas civilizaciones. Así la sal se ha empleado como amuleto, como sucedió con la penitenciada valenciana Bautista Guillén en 1725, que llevaba siete granos de sal en la manga para lograr su libertad. En una obra clásica de la brujería Malleus malleficarum relata Sprenger y Kramer lo siguiente: «El juez y sus asesores en un proceso de brujería no debían permitir que les tocara la bruja, pero siempre llevaban con ellos sal consagrada el Domingo de Ramos». La sal es una sustancia efectiva para defenderse de las brujas y Caro Baroja afirma que uno de los hechos que indican la proximidad de las brujas es que el gallo canta a deshora; entonces conviene echar un puñado de sal al fuego. En Bearne (Francia), se arroja también sal pero cuando se escucha el grito de la lechuza.
Todas estas creencias no tienen otro significado que el de sobrevalorar la sal, interpretando erróneamente sus propiedades, como ocurre cuando entra una persona sospechosa de brujería y se echan unos granos de sal en la lumbre, pues se piensa que al crepitar huyen los espíritus; esta crepitación no es sino la expulsión brusca del agua de cristalización por efecto del fuego.
También la sal preserva a los animales de la mala suerte, pues en la Confolentais (Francia), los campesinos que temían un maleficio sobre su ganado cogían sal con sus manos juntas en copa y la esparcían rodeando a los animales tres veces. Cuando se vende por primera vez la leche de una vaca que acaba de parir, no se le olvidará añadir un grano de sal para que la lactancia no se detenga. En algunos departamentos del oeste de Francia cuando se quiere llevar una vaca a la feria es prudente poner un poco de sal entre los cuernos del animal e incluso en el bolsillo del vendedor para que la venta pueda desarrollarse favorablemente. En Bélgica la sal se mezcla con la comida de una yegua o vaca preñada favoreciendo el nacimiento; en Normandía se les da a las vacas asegurando suficiente mantequilla. En Frigia oriental y Escocia se pone sal en la primera leche después de parir la vaca con el fin de asegurar un abundante suministro de buena leche. En Bohemia (República Checa) se le da a una vaca preñada. La costumbre de frotar la piel de los niños recién nacidos con sal era común entre los árabes y ya es referida en la Biblia (Ez. 16, 4-5). El uso de la sal para proteger al recién nacido contra los demonios malos y malas influencias colocándola en la lengua o sumergiendo al niño en agua con sal estaba en boga en tiempos antiguos por toda Europa y era anterior al bautismo cristiano. Actualmente se pone la sal en la cuna del recién nacido en Holanda, en Escocia era costumbre poner sal en la boca del niño al entrar en casa de un extraño por primera vez.
Estrechamente unido al concepto de incorruptibilidad, está su uso para promover la fecundidad o evitar la impotencia. Este poder milagroso queda reflejado en la costumbre en distintos lugares de Europa de poner sal en los bolsillos del novio para evitar la impotencia. En el sudoeste de Francia se pone sal en el bolso izquierdo del novio antes de la misa de su casamiento con igual fin. En nuestro país una de las misiones de la madrina de la boda en los pueblos es vigilar el lecho de los recién casados para que ninguna persona envidiosa les eche sal en la cama, pues trae consigo disgustos y a un la impotencia o al menos la esterilidad. En Escocia, en la noche antes de la boda, la sal es derramada en el suelo del nuevo hogar con el fin de proteger a la joven pareja contra el mal de ojo. La idea del maleficio prácticamente idéntica al mal de ojo, principalmente surge del miedo contra la impotencia. En Pamproux (Francia), la sal se pone en la ropa de los novios con el mismo motivo y en Alemania la sal es esparcida en el zapato de la novia.
Existe al otro lado del canal de la Mancha un gran número de tradiciones relativas a la sal, como antídoto contra los malos espíritus. En Irlanda, se cuenta que el primero de mayo, ni fuego, ni agua, ni leche debe salir de la casa, y si un viajero pide una taza de leche, se le debe dar esa taza de leche mezclada con sal a fin de cazar los espíritus maléficos. En el mismo país, muy marcado por la tradición celta, se prescribe comer un poco de sal durante las veladas fúnebres por las mismas razones. En esta ceremonia donde la presencia de la sal es necesaria se narra una curiosa costumbre del sur del País de Gales, presente igualmente en Escocia. En estas comarcas, cuando un pobre muere, se sitúa sobre su cuerpo un plato de sal y se clava en la sal una bujía encendida para prevenir la mala suerte. También se recoge una tradición popular por la cual en los pueblos existe un hombre despreciado por todo el mundo y cuya función poco envidiable, consiste en comer los pecados de los difuntos. Para hacer esto, se sitúa sobre el muerto un plato conteniendo sal, el mismo lo recubre con un trozo de pan. El “comedor de pecados” pronuncia palabras rituales, come el pan y se va llevando con él las culpas del difunto. En la isla de Man, se registra un curioso proceso de adivinación por la sal. El primero de noviembre se pone sal en un dedal de coser y se vuelca sobre un plato para formar una pequeña pila. Se hacen otras tantas pilas de sal si hay más personas en la casa y a la mañana siguiente se mira si alguna se ha desplomado; pues la persona a quien estaba atribuida morirá en el transcurso del año. En Hesse (Alemania), durante la noche de Navidad, la más larga y la más negra del año, los malos espíritus son particularmente activos; se sitúan ordenados sobre la mesa doce pieles de cebolla que se rellenan de sal. Las envolturas en las cuales la sal se haya disuelto al día siguiente de la mañana indican el mes del año en curso en el cual la familia estará expuesta a la desgracia y para prevenir la adversidad se arroja enseguida sal fresca que previamente ha sido bendecida.
En la zona centro y en el norte de España ha sido muy frecuente la costumbre de poner sobre el vientre de los difuntos, en el velatorio de un cadáver, un plato con sal, para que no se reviente aunque se hinche; también se solía colocar el plato con sal debajo del ataúd con el mismo fin, y en los pueblos de Albacete colocan además de sal, unas tijeras abiertas. Abandonando el mundo de la superstición y adentrándonos en el ámbito de la razón, lo que sí ocurre es que la sal absorbe el vapor acuoso que sale por las vías naturales del difunto, aumenta de peso y al comprimir las vísceras facilita la expulsión de gases y así se evita la descomposición cadavérica.
El folklore muestra que la sal es aborrecida por el diablo y en leyendas relativamente recientes acerca del sabbat de las brujas, Caro Baroja citando a Cauzons describe el menú de estas reuniones. Consistía en cadáveres de niños recién nacidos y donde se bebía toda clase de licores desagradables y la sal faltaba en todos los alimentos. En Guyena (Francia), se cuenta que si el Maligno no tiene cola, es porque las gentes le han puesto sal sobre este apéndice, lo que le quema horriblemente. El gritaba de dolor y se cortaba a dentelladas la punta quemada, donde no le queda más que un muñón. Este miedo del Diablo hacia la sal existe en el Magreb donde es quizás una supervivencia semítica.
Desde tiempos milenarios, en Japón, se creyó que la sal, colocada en pequeños montones junto a la entrada de las casas, en el brocal de los pozos o en el suelo, tras las ceremonias funerarias, tenía el poder de purificar los lugares y los objetos que hubieran sido manchados. En la actualidad, tras la partida de una persona detestable esparcen sal por el umbral de su casa, y también los campeones de sumo, lucha tradicional japonesa, la extienden sobre el dohyozyo antes de los combates, en señal de purificación y a fin de que el combate se desarrolle con espíritu de lealtad.
Se ha sugerido que existe una relación íntima entre actitudes extremas de la abstinencia de todo género y la excesiva represión sexual. De la misma manera, la sal ha establecido una relación múltiple con la idea de abstinencia sexual. En la región de Tuxlas (México), para llegar a ser hechicero, cuarenta días antes del rito de iniciación, el aprendiz debe guardar abstinencia sexual y una dieta rigurosa de alimentos sin sal. Los célibes sacerdotes egipcios tenían que abstenerse durante cierto tiempo totalmente del uso de la sal, pues en la tierra excita los deseos de muchísimos seres terrenales. La abstinencia de las relaciones sexuales y de compartir sal es prescrita por varios días por los hombres de las tribus de Dyak después de regresar de una expedición en que han tomado cabezas humanas y por tres semanas un indio Pima que ha matado un apache; posteriormente la esposa del hombre también tiene que abstenerse de consumir sal durante los mismos períodos. Las numerosas costumbres muestran claramente que constituyen ritos de purificación y expiación. La abstinencia de relaciones sexuales y de sal también es frecuentemente prescrita durante ritos funerarios u ocasiones importantes. Así los Nyanza del lago Victoria mientras pescan y en la isla de Nias mientras los cazadores colocan trampas para animales salvajes por miedo a los espíritus de los animales que matan o intentan matar. En Uganda cualquier hombre que ha cometido adulterio o consumido sal no se le permite compartir el pez ofrenda sagrado. En México los indios huicholes sufren la misma doble abstinencia mientras se recoge una variedad de cactus que produce al que lo come una especie de éxtasis y se considera una planta sagrada. Los indios del Perú se abstienen marido y mujer del trato carnal y de comer sal por un período de seis meses con ocasión del nacimiento de gemelos, en Nicaragua desde el momento en que se siembra el maíz hasta recolectarlo. Esta práctica está relacionada con el desarrollo de las cosechas. Speck en The yuchi indians refiere que durante las ceremonias de la cosecha de los primeros frutos los indios yuchi de California, observan rigurosamente la continencia y se abstienen de la sal. Los indios de Nueva Granada, en América del Sur, guardaban encerrados desde niños a los que llegarían a ser sus gobernantes o caudillos y debían observar unas reglas muy estrictas, como no ver el sol, no comer con sal, ni hablar con una mujer y si infringía una sola regla, era considerado infame y perdía todos sus derechos al trono. Entre los tiyanos de Malabar, una de las reglas que deben guardar durante la reclusión las jóvenes pubescentes es que deben consumir una dieta estrictamente vegetariana sin sal, tamarindos o chiles, pues se las considera impuras y nadie puede tocarlas. En Bear (India) las mujeres Nagin, prostitutas sagradas viven como esposas del dios serpiente, periódicamente practican la mendicidad y durante este tiempo no probarán la sal, la mitad de sus beneficios van a los sacerdotes y la otra mitad a comprar sal y golosinas para los lugareños. Otra creencia interesante era que el consumo de sal se consideraba afrodisíaco, y estaba prohibido a los ascetas y matrimonios jóvenes, así como a los brahmanes en determinados actos expiatorios.
El aprecio por este recurso ha sido esencial en todas las épocas, especialmente para las poblaciones antiguas cuya alimentación era menos variada que la nuestra. La sal no sólo es el primer condimento o el primer conservante como decía Ausonio en su poema Los alimentos, sino también una necesidad del organismo. Según Horacio el pan y la sal bastarán para calmar la crisis de tu estómago. En la antigua Grecia, Homero llama divina a la sal, la cual se utilizaba en sacrificios expiatorios y misterios para purificación simbólica y afirmaba que los héroes de Troya comían siempre carne condimentada con sal, lo que puede interpretarse como un signo de ostentosa riqueza o que por esa razón eran tan valientes. Platón la describe como especialmente estimada por los dioses. Los árabes la denominan raíz de la tierra…
Referencia: Extracto «De la sal ¿mito o superstición?», de Manuel Ángel Charro G. Publicado en la Revista de Folklore.
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