Librerías de Beirut
De religión cristiana y francófonos son estos levantinos que vivían en Egipto, en Turquía y se refugiaron en Líbano tras guerras, revoluciones y genocidios. La familia de Antoine, Emile y Pierre Naufal, oriunda de Mersin y Adana, abandonó Turquía para establecerse en Baabdat, pueblo de la montaña cristiana, y fundó después la librería Antoine. Su abuela conocía el francés, el turco, el griego, el árabe, el armenio, ejemplo de esta identidad levantina que se desvanece.
Era el tiempo entre las dos guerras mundiales, y en Beirut una élite francófona y francófila vivía a la hora de París, con un gusto muy oriental por el placer de la fiesta que hacía de esta ciudad un destino muy apreciado por los franceses. No hay ninguna capital del Mediterráneo oriental con librerías tan bien nutridas como Beirut en francés, en árabe, en inglés, que pese a las guerras, a los estragos de internet, de los libros electrónicos, de las incesantes crisis se mantengan abiertas. En la librería Antoine del barrio de Bab Edriss, en 1975, devastado por la guerra incivil, había comenzado a adquirir mis primeros libros de historia, literatura, de arte de Oriente Medio. Gide, Malraux, Aragon, Butor, Sagan… firmaron su obras en aquel céntrico local del que el poeta y dramaturgo libanés Georges Sheade era uno de los más asiduos visitantes. Otras librerías como la Oriental o una modesta librería propiedad de un militante comunista que sólo vendía obras marxistas tenían abiertas sus puertas en el abigarrado mundo de los aledaños de la plaza de los Mártires, convertida en línea de frente que desgarraba Beirut entre barrios musulmanes y cristianos. Los hermanos Naufal pudieron salvar del terror sus fondos de la librería sobornando a un cabecilla miliciano que les permitió, en un breve alto el fuego, transportarlos en camionetas.
La librería Antoine ya había abierto otro local en el barrio de Hamra, en la época de su esplendor cosmopolita, en la misma acera de sus salas de cine, de la iglesia de los capuchinos, de sus restaurantes y cafeterías como la famosa Horscheoe, donde discutían escritores, periodistas, políticos palestinos revolucionarios, izquierdistas árabes… La censura se ensañaba entonces con las obras publicadas en el extranjero que imprimían el nombre de Israel y que a menudo los dependientes de las librerías debían, minuciosamente, borrar de sus páginas.
Algunas de las librerías de más reciente fundación, como Dedicace o El Burj, ubicada detrás del moderno edifico del diario An Nahar, que como otros cotidianos se tambalea en este tiempo de toda suerte de penurias, se han rendido ante la falta de lectores.
¿Pero quién lee, me preguntarán ustedes, en Beirut? El mercado del libro árabe, me decía Sleiam Baheti, director de la editorial Nelson, es una tragedia. Después de las sacudidas políticas de los últimos años, la censura de los nuevos gobiernos se ha endurecido implacablemente. Líbano sigue siendo una ventana de libertad intelectual salvo en los espinosos asuntos religiosos cristianos y musulmanes. La poeta y escritora Joumana Haddad me comentaba que una edición de un libro de tres mil ejemplares se considera una buena tirada. En el vasto mundo arabófono de 420 millones de personas, el analfabetismo sigue siendo muy elevado.
En Beirut hay librerías exclusivamente árabes y de libros de segunda mano que van trampeando en este tiempo de devastación cultural. Gusto, de vez en cuando, de visitar la librería Internacional de Antranik Helvadjian, un armenio que también encontró refugio en Líbano, propietario del negocio de libros en inglés especializado sobre Oriente Medio y temas de arte más apreciado de la ciudad. Con su pipa en la mano, se lamenta de la pérdida de lectores, sobre todo de diplomáticos de embajadas occidentales acreditadas en Damasco, muchas de ellas ahora cerradas. Helvadjian sabe mantener al día los desbordantes catálogos de libros sobre Oriente Medio.
La librería Antoine, a muy pocos metros de mi piso, es mi librería, y en sus estanterías alguna vez han expuesto mis libros editados en España. ¡Lástima, querido Joan de Sagarra, que sus jóvenes dependientes casi ya no saben hablar en francés!
Por Tomás Alcoverro
Con información de: La Vanguardia
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