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Beirut, el desierto de los autobuses

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Beirut es una capital sin tranvías y, casi, sin autobuses, inundada de taxis. Cuando llegué en el otoño de 1970, sólo quedaban raíles incrustados, entre adoquines, de la plaza de los Mártires, en algunas calles de la ciudad. No supe la razón por la que desapareció aquel servicio público de transporte. Las líneas de los modernos autobuses recorrían, normalmente, sus barrios hasta la guerra de 1975-1990, que desagarró la urbe en las zonas cristiana y musulmana. Fue el ametrallamiento por milicianos cristianos falangistas de un pequeño autobús de refugiados palestinos de Tell Zatar lo que provocó, aquel mes de abril de 1975, el comienzo de una contienda de muchos rostros y poderosas injerencias extranjeras. En 1997 el primer ministro Rafic el Hariri, asesinado en 2005, uno de los grandes potentados del mundo, reorganizó este servicio de transporte público hasta que cayese en una lamentable decadencia. Los autobuses son vetustos, de irregulares horarios, sin paradas fijas, y apenas cubren el casco urbano. Tienen que competir, estos autobuses municipales, con una desordenada plétora de compañías privadas de transporte, conducidos en su mayoría por chóferes sirios, con microbuses que para ganar pasajeros zigzaguean por las calles, y cuyos conductores a veces se enzarzan en reyertas que pueden paralizar el tráfico agravado con las motos sin ley. Ahora el maltrecho Estado -¡ay si contáramos con un Estado!, se lamentan los libaneses- ha decidido restablecer, ampliar y modernizar su servicio esperando la ayuda del Banco mundial.

La falta de transporte público ha provocado una aglomeración de vehículos privados -dicen en Beirut que el Líbano es uno de los países del mundo con más coches por kilómetro cuadrado, teniendo en cuenta que la gran parte del territorio es montañoso- y un problema cotidiano en los desplazamientos de centenares de miles de habitantes. Sin autobuses, sin trenes, engullidos también por los años de guerras, son los libaneses más desfavorecidos los que pechan con este desorden o fauda que a veces se me antoja congénita de su Estado. El prometido y anhelado servicio de transportes públicos podrá significar la reducción de gran número de automóviles ocupados tan solo por un promedio de un único usuario. La red de los soñados autobuses se extendería a las localidades de Aley, en la carretera de Damasco, a los alegres pueblos de la montaña como Bikfaya o Beitmeri, a Chatura, nudo comercial, cruce de caminos entre la llanura de la Beka y la vecina Siria.

Josep Pla escribió su Viaje en autobús. En el Líbano los viajes más frecuentes, los trayectos más populares, se hacen en los services o taxis colectivos, también muy habituales en países vecinos como Siria, Irak, incluso en Israel donde se conocen con el nombre de Cherut. ¡Ay los taxis de Beirut! Estos taxis de roja matrícula son el medio de transporte acostumbrado en el Líbano. Pueden hacer de taxis, es decir transportar a pasajeros exclusivos que pagan el trayecto solicitado -alrededor de dos mil libras libanesas o un euro- o de services con cinco usuarios, que solo abonan su plaza en un itinerario más o menos convenido. Hace unos años la Fundación norteamericana Highway Trafic Control, consideró que tenían la ventaja de ser más prácticos, rápidos y ágiles que los autobuses, los tranvías y el metro. Los taxis service tiene que esperar menos tiempo para llenarse de pasajeros, limitan al mínimo la distancia que el usuario debe recorrer a pie para llegar a su destino, son más confortables que todos los restantes medios de transporte público. Su viajero se siente menos sacudido que en los autobuses, aunque la intimidad con los pasajeros pueda ser a veces desagradable, y no está forzado a seguir un itinerario fijo e inmutable. Al extremado individualismo libanés le sienta más bien el service que el uso colectivo del autobús. El viaje en service, ha inspirado novelas, relatos, programas de televisión, aventuras de toda índole. Alimenta un anecdotario inagotable.

Por Tomás Alcoverro
Con información de: La Vanguardia

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