Mi doble identidad unidas en una palabra: libertad
Todo el mundo comenzaría a contar su historia por el día de su nacimiento, pero yo no lo haré así. Mi madre vasca y mi padre palestino se conocieron en Portugalete mientras él estudiaba ingeniería aeronáutica en Santurce. Soy la pequeña de dos hermanos, nací en 1989 en Baracaldo, pero vivo en Getxo y soy musulmana a pesar de no practicar la religión. El primer colegio que pise fue Saratxagas. Allí estudié infantil en euskara, no me atrevo a decir que fueron los mejores años de mi vida, primero porque no los recuerdo y en segundo lugar porque creo haber vividos años mejores. Estos años son muy difíciles de contar, no se te presentaba ningún tipo de problema ya que a lo único que te dedicas es a dibujar y a jugar.
Cuando terminé infantil me tocó marchar al «cole de los mayores», Andra Mari. En esta segunda etapa sí se presentaron problemas, es cuando los niños son más crueles y peor te lo hacen pasar; comencé a darme cuenta que todos los padres no son como los tuyos, todos no provienen de distintas culturas y países y que lo máximo que les podría separar a los padres de los otros niños, es que uno fuese de Burgos y el otro de Bilbao. Vivías en un mundo en el que pensabas que todo era como en tu casa, que todo era como te habían enseñado desde el primer día. Pensabas que aquello sería lo normal para todos, pero no.
Llegaba el primer día de clase y al pasar lista me preguntaban de dónde era mi apellido y contestaba con facilidad desde el primer día «palestino», el problema llegó cuando la pregunta cambiaba y te decían; «¿de dónde eres?». Otras preguntas frecuentes que te podían preguntar al contestar que tu apellido era palestino podía ser si eras musulmana, y a eso contestabas que sí. Al principio preguntaban con interés cosas que puede que ni yo sabría contestar, ya que en mi casa no se practica la religión y en esa época no había viajado lo suficiente allí como para contestar a las preguntas que me hacían.
Al terminar en Andra Mari pasé al instituto de Aixerrota. Del mismo modo que no puedo asegurar que mis mejores años fueron los de Saratxagas, con éstos, que doy gracias de que sólo fueran dos, me atrevo a asegurar que han sido los peores años de mi vida y no creo que halla peores que éstos. Ya tenía en Andra Mari piques con los de mi clase, a causa de muchas diferencias, pero al pasar al instituto lejos de arreglarse se magnificaron y fue horrible. El primer año de instituto fue el de 2001 y el segundo día coincidió con el 11 de septiembre. Este día marco a mucha gente, a mí también. Este día me di cuenta cómo de cruel podía ser la gente, y no sólo los de mi edad sino que los mayores también, cómo una persona que está en un aula para poner orden y enseñar, no hace nada porque está totalmente de acuerdo con la opinión racista de un niño de doce años que puede que ni fuese consciente de lo que decía. Aquel día llegué a casa llorando por el daño que me habían hecho, que no quiero ni recordar. A partir de ese día comencé a preguntarme de dónde era yo en realidad y si me debía de afectar lo que me dijeron. Cuando terminé primero de ESO tuve que hacer segundo de ESO; lo hice con desgana, no iba a clase contenta pero sabía que al terminar el curso habría una gran recompensa, que sería ir a otro centro, el cual había escogido yo misma.
Al irme de Aixerrota, me fui a un colegio privado, Askartza Claret. A mi madre no le hacía gracia, ya que apoya los centro públicos y además de privado era católico algo que yo no era, ni sabía nada sobre ello. Mis amigas, recuerdo el verano anterior a entrar al colegio que les conté que el centro era de curas, me dijeron pero cómo vas a ir a un colegio de curas si no sabes ni los «diez mandamientos». A pesar de no saber los diez mandamientos en este colegio me trataron fenomenal, respetaron lo que era y no ponían ningún tipo de pega. Fue tal el respeto que nunca olvidaré mi primera misa la primera semana de clase, el cura dijo abiertamente en la misa que había una alumna nueva en el centro, musulmana a la que había que tratar con respeto y me hizo levantarme para darnos las manos y así pedir la paz por Palestina. Aquel día llegué a casa anonadada, no me lo podía creer.
Al llegar a clase se debía leer una oración. Una vez cada equis tiempo había que ir a misa y esas cosas que se hacen en los colegios cristianos. Puede que lo más complicado fuesen las clases de religión, algo que no entendía ni nunca había dado, era algo completamente nuevo que a pesar de no haber aprobado por mérito propio me gustó y aprendí que la religión es un dogma de fe, o crees o no crees. Allí conocí a mucha gente de donde me he llevado dos muy buenas amigas. En este colegio pasé el 11-M y a diferencia del centro anterior los alumnos no me hicieron de menos por ser musulmana ni por mi mitad palestina.
Luego, muy a mi pesar, tuve que irme del centro para hacer bachillerato a un instituto de Getxo. Decidí cambiarme de modelo D a A para estar con mis amigas. En este último centro, donde ahora estoy empezando segundo de bachillerato, repetí primero. Desde el primer día no me importó lo que pensase la gente, yo estaba con mis amigas, no me cerraba a conocer a nueva gente, pero lo que pensasen me daba igual. Yo ya había hecho amigas en el centro anterior con quienes aún mantengo contacto, tenía a mis amigas en el de ahora y no iba a permitir que me afectasen las cosas como en el instituto anterior.
Ahora que tengo dieciocho años soy capaz de contestar a las preguntas que me hacían antes sin dificultad ninguna. Considero que soy una persona mestiza, ya que no puedo escoger una de las culturas que tengo en mi sangre y apartar la otra, sería como escoger a uno de tus padres, no creo que ninguna de las dos sea más importante que la otra, por lo tanto, si me preguntasen contestaría que soy medio euskaldun medio palestina, aunque siempre habrá alguien que me diga «¿pero te sentirás más de una que de otra?» pues les diré rotundamente que no. No puedo dejar de ser palestina y olvidar la tierra en la que he pasado la mayoría de mis veranos, ni tampoco puedo dejar de ser vasca para olvidar la tierra en la que he nacido.
Creo en el Islam y soy musulmana en un país occidental donde la gran mayoría de la gente es cristiana y lo digo en voz alta sin tapujo ninguno y sin miedo a que me señalen por la calle, que aunque penséis que vivimos en el siglo XXI lo siguen haciendo.
Ésta es mi historia y mi forma de sentir y pensar, si hubiese vivido en Palestina, sólo Dios sabe cómo de distinta hubiese sido mi vida, pero lo que sí sé es que me hubiese sentido igual de orgullosa de mi doble procedencia y de la oportunidad que me dieron mis padres, al conocerse, de haber conocido, entendido y vivido dos culturas tan distintas.
Intento trabajar dentro de mis posibilidades, y como mi tiempo me lo permite, en la causa Palestina, en el centro cultural Palestino Biladi, porque he tenido la suerte de ver y vivir la cruda realidad del pueblo palestino, uno de los pueblos más bestialmente torturados. ¡Viva Palestina libre!
Andrea Lubbadeh
Referencia :Relato de la Revista «Palestina tiene nombre de Mujer».
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