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Fuengirola,la antigua Suhayl musulmana

Inicio de las obras de adoquinado en las calles de la ciudad. ©Diario Sur
Inicio de las obras de adoquinado en las calles de la ciudad. ©Diario Sur
LOS BOLICHES

Hoy Los Boliches está completamente unido a Fuengirola y por tanto esa frontera imaginaria que siempre existió en el cauce del arroyo Real ha desaparecido a consecuencia del gran desarrollo urbanístico que ha ido experimentando el municipio.

Las referencias históricas del barrio de Los Boliches son escasas. Según recoge el cronista oficial de Fuengirola, Cristóbal Vega, en el padrón efectuado en 1822 al «Boliche» se le reconocen 25 habitantes. En 1841 Fuengirola se emancipó de Mijas, Los Boliches queda entonces bajo la jurisdicción de Fuengirola, si bien mantiene sus propias señas de identidad y resulta significativo el hecho que se le asignase ya desde entonces un alcalde pedáneo. La población a mediados del pasado siglo siguió creciendo, y en 1867 Los Boliches cuenta ya con doscientos diecisiete vecinos.

La población siguió creciendo pero desde principios de siglo hasta la década de los 50 se produce un estancamiento, para resurgir desde mediados de la década de los cincuenta con una explosión demográfica totalmente condicionada por el imparable desarrollo turístico.

Los límites geográficos naturales del barrio de Los Boliches quedan establecidos por la propia playa, y por los cauces de los arroyos Real y Pajares. Mientras que hacia el interior siempre existieron numerosas huertas y plantaciones hasta el límite con el vecino municipio de Mijas, aunque la vía del tren sirviera también de delimitación al norte. Hoy todos estos límites pasan casi completamente inadvertidos ante el desmesurado crecimiento urbanístico que la localidad ha experimentado. Desde el cauce del arroyo Pajares hacia Benalmádena ya existía a principios de los años 50 un núcleo de viviendas en la zona de Carvajal; y a mediados de esa misma década se había iniciado la urbanización Torreblanca.

En los años 30 las viviendas existentes, en su mayoría del tipo choza, con techos de palma, se agrupan a lo largo de la antigua carretera, en el tramo comprendido entre la actual calle Lope de Vega y el Mercado Municipal.

Existen ya las calles Francisco Cano y Poeta Salvador Rueda, así como las calles Trinidad y Salinas, esta última con viviendas sólo en la zona más próxima a la iglesia. Los patios traseros de la calle Trinidad daban al campo; mientras que la arena de la playa llegaba hasta las mismas puertas de las viviendas de los pescadores.



La actual avenida de Acapulco era denominada el camino de Matasanta, y por él se accedía a la zona rural a través de un paso inferior para franquear la vía del ferrocarril. A la llegada al cruce de la avenida existía la garita de los vigilantes de arbitrios, antaño encargados de cobrar impuestos por los productos que entraran o salieran de las poblaciones. Estas garitas también se encontraban en las entradas del municipio, y existía otra en el camino de Las Salinas, al ser éste otro acceso a las zonas rurales.

Cuenta la tradición popular que la finca de Matasanta, situada en la parte alta de la actual avenida de Acapulco, recibió este nombre porque contaba con un pozo en el que crecieron plantas a las que se les atribuyeron propiedades curativas, por lo que eran muchos los vecinos que acudían a ese lugar para recoger el agua que en contacto con esas plantas adquiría sus mismas propiedades.

A mediados de la década de los 50 no había red de saneamiento, y la red de suministro de agua potable llegaba a muy pocas casas, por lo que existían tres fuentes públicas, de las que se abastecía la mayor parte de la población.

La mayoría de las viviendas contaban entonces con pozos, y era muy frecuente la existencia de pozos medianeros que servían para el abastecimiento de dos familias, y se excavaban en la linde de dos propiedades.

La zona de Los Boliches y todos sus alrededores era muy rica en aguas subterráneas, e incluso existía por encima del apeadero del tren una noria que servía para la extracción de agua para el riego de los campos colindantes y para el consumo.

Cuenta un chascarrillo popular que el propietario de la noria, apodado «Cabrita», dormía en los tiempos del hambre en un melonar situado cerca de su noria para evitar que cualquiera pudiera arrebatarle sus melones. Un avispado vecino acudió cuando ya Cabrita dormía en el melonar y en plena oscuridad confundió la cabeza del dueño de la noria con un melón, con el consiguiente disgusto al verse sorprendido.

Aunque históricamente a Los Boliches se le ha considerado como un barrio de pescadores, lo cierto es que la población bolichera simultaneaba en muchos casos su trabajo en la mar con las tareas agrícolas.

Las fértiles tierras, en las que no faltaba el agua que llegaba de la sierra de Mijas a través de los distintos arroyos, contaban con numerosas plantaciones en las que se recogían buenas cosechas de patatas, cebollas, rábanos y otros muchos productos de huerta.

Los hombres simultaneaban el trabajo en el campo y en el mar según las épocas del año. El campo daba sobre todo trabajo en las épocas de recolección de batatas, patatas, judías verdes o tomates, pero después había épocas del año en que la actividad era muy escasa. Con todo, había entre los años 30 y 60 quien simultaneaba estas tareas, e incluso quien trabajaba de día en el campo y luego por la noche salía a faenar en la pesca. Las propiedades agrícolas no eran de gran tamaño, y en su mayoría eran explotaciones familiares que apenas daban para mantener a las familias.

A pesar de que existieran muchos hombres que simultanearan las tareas agrícolas y de la mar, había ciertas diferencias sociales entre las familias que tradicionalmente vivían de la pesca y las que tenían tierras en el campo. Las familias que vivían del campo contaban con mayores recursos económicos mientras que los pescadores estaban más expuestos a la penuria económica, porque el mar no siempre permitía que de él se obtuvieran beneficios.

En la década de los años 40 la rivalidad social entre unos y otros se centraba fundamentalmente en los más jóvenes, y resultaba muy raro que un joven de familia de pescadores emparentara con una mujer del campo, y viceversa. En las fiestas que celebraban los jóvenes no se solían mezclar y había fiestas privadas de uno y otro colectivo en las que bastaba pagar a un músico de acordeón para organizar un baile. La gente del campo denominaba a los pescadores con el apelativo de «choros de pataspelás»; mientras que los pescadores hablaban de los «catetos» del campo.

Un «choro de patapelá» no era más que un pescador bolichero que a fuerza de faenar en la arena con los pantalones remangados solía perder el vello de las piernas.

Pero la rivalidad no iba más allá, y lo cierto es que en Los Boliches siempre convivieron las familias de los pescadores y las del campo porque ambas se necesitaban mutuamente para satisfacer las muchas carencias que por entonces se pasaban. En esos años era normal el canje del pescado por hortalizas y otros productos de la tierra.

La vía del tren delimitaba el casco antiguo de Los Boliches. ©Diario Sur
La vía del tren delimitaba el casco antiguo de Los Boliches. ©Diario Sur
COMERCIO

Además de ese intercambio de productos empieza a jugar un importante papel el comercio, que ha crecido a medida que lo ha hecho la población. Al margen del comercio familiar repartido por todo el casco urbano de Los Boliches hay que destacar la existencia desde 1957 del Mercado Municipal de Los Boliches, bautizado originalmente con el nombre de Mercado de Nuestra Señora del Carmen.

Fuengirola contaba desde los años 40 con un mercado que cubría las necesidades de su pequeño casco urbano, pero no así Los Boliches.

En 1956 el Ayuntamiento adquirió dos casas en la antigua avenida del General Mola, hoy avenida de Los Boliches, y sobre sus solares construyó el mercado, sobre un proyecto redactado por el arquitecto municipal Antonio Rubio Torres. El mercado de Los Boliches fue inaugurado el 18 de julio de 1957, y aún hoy sigue prestando servicio a la población de esta barriada.



FERROCARRIL

Otro elemento significativo y de alguna forma determinante del desarrollo de la barriada de Los Boliches ha sido la presencia del ferrocarril, cuya línea durante muchos años sirvió de obstáculo artificial a la expansión del núcleo urbano hacia el norte.

En 1916 se produce la llegada del ferrocarril a Fuengirola. En principio se trataba de una máquina de vapor que arrastraba de dos vagones con asientos de madera.

El trazado de la vía discurría sobre un terraplén de más de tres metros de altura, en el que sólo había tres pasos inferiores: en el camino de Las Salinas, en la huerta de Los Luces (detrás de la iglesia) y en el camino de Matasanta, que correspondía a la actual avenida de Acapulco.

El tráfico ferroviario por esta vía sufrió diferentes avatares, y en 1937 se suspende la línea férrea Fuengirola-Málaga, que tras nuevos restablecimientos y suspensiones volverá a instaurarse con carácter definitivo en 1958.

Desde esa fecha entra en funcionamiento esta línea con unas máquinas automotoras, conocidas popularmente como las «cochinillas». En 1964 son sustituidas por automotoras más modernas y de mayor capacidad, si bien, al igual que los anteriores, se trata de trenes de vía estrecha, que estaban desapareciendo en la mayor parte del territorio nacional. Eso no ocurrió con la línea Málaga-Fuengirola, que dejó de prestar servicio el 21 de diciembre de 1970 para iniciar las obras del nuevo ferrocarril de vía normal.

En esa transformación juega un papel determinante Jesús Santos Rein, malagueño de nacimiento y fuengiroleño de adopción que ocuparía durante años la Dirección General de Transportes Terrestres.

Desde ese cargo impulsa la realización del proyecto de convertir el ferrocarril Málaga-Fuengirola en tren eléctrico de vía normal y en una segunda fase prolongarlo hasta Marbella. Terminado el proyecto las obras comenzaron en enero del 71.

Estas obras van a tener una especial repercusión en Los Boliches dado que la antigua línea férrea es trazada sobre pilares en un tramo de más de dos kilómetros. Desaparece el antiguo apeadero de Los Boliches, que consistía en una simple estructura de hormigón con cinco grandes arcos de medio punto, y la vieja estación es sustituida por unas estructuras elevadas de aire totalmente moderno y funcional.

Bajo este tramo de vía férrea se ejecuta una nueva avenida con una anchura que oscila entre los 25 y los 40 metros, y dotada de aparcamientos, zonas verdes y amplia calzada con dos carriles de circulación en cada sentido. Esa avenida recibiría el nombre de Jesús Santos Rein, y sería abierta al tráfico el 9 de diciembre de 1973. El propio director general de Transportes Terrestres presidió el acto.

En julio de 1975 se inaugura la línea eléctrica del ferrocarril Fuengirola-Málaga, que ya cuenta con nuevos apeaderos en Torreblanca y en Carvajal.

Típica imagen de una de las calles de la ciudad. ©Diario Sur
Típica imagen de una de las calles de la ciudad. ©Diario Sur
PESCA

Pero, ante todo, la historia del barrio de Los Boliches es la historia de sus pescadores, porque no en vano la mayoría del pueblo vivió durante décadas de la pesca, e incluso Los Boliches fue exportadora de gran cantidad de mano de obra para las almadrabas tanto de la zona del Estrecho como incluso de algunos puntos del Atlántico y de Africa.

Desde los años 30 hasta la década de los 60 de Los Boliches emigraban cada año más de 200 pescadores para trabajar en las almadrabas. La mayoría de estos trabajadores se iban desde mediados de marzo hasta finales de julio; aunque algunos también permanecían faenando en las almadrabas hasta octubre. Las que contaron con más mano de obra procedente de Los Boliches fueron las de Tarifa, Barbate y Rota, aunque también hubo muchos hombres de la mar que viajaban hasta Ceuta o Larache para emplearse en las almadrabas que se calaban en aquellos lugares.

De lo conseguido vivían durante meses bastantes familias de Fuengirola, y los mayores recuerdan con añoranza las despedidas de los hombres de la mar que se aventuraban a desplazarse fuera de sus hogares para conseguir el necesario sustento, en el duro oficio de la pesca mediante este sistema, que hoy prácticamente se encuentra en vías de extinción, al igual que las compras a crédito que las mujeres realizaban en los comercios de Pepe Luna, Navarrete o Pepe Moreno en espera de que llegara el marido para liquidar los gastos generados durante su ausencia.

Pero al margen de esa singular emigración que cada año protagonizaran muchos hombres de la mar, la actividad pesquera en Los Boliches siempre fue constante.

Los antecedentes históricos se remontan a siglos, pero los testimonios de los más veteranos pescadores del lugar nos hablan de cómo hasta poco antes de 1936 todas las embarcaciones existentes en Los Boliches eran varadas diariamente en la playa con una pareja de bueyes, o mediante aparejos que usaban sistemas de polea, manejados por los propios marineros. Tras la guerra desaparecieron los bueyes, y ya se puso en funcionamiento el primer torno.

Los tornos que hasta hoy han perdurado en nuestras playas proliferaron con los años hasta el punto de que en la playa de Los Boliches llegaron a colocarse hasta 25. En el año 37 el único que existía se arrendaba al precio de una peseta, siempre y cuando la pesca hubiera dado resultados, ya que de lo contrario el dueño de la embarcación estaba exento de pagar por su uso.

El varado de los barcos, todos ellos propulsados a vela y remos, se efectuaba por orden de llegada, por lo que habitualmente eran los barcos tripulados por marineros más jóvenes los que primero llegaban al torno, pues estaban ansiosos por saltar a tierra para cortejar a sus novias.

En los años 30 y 40 la flota de barcos de pesca de Los Boliches estaba integrada por 40 sardinales (embarcaciones, como se puede deducir, dedicadas casi en exclusiva a la pesca de la sardina); una docena de jábegas y dos marrajeras.

Los sardinales contaban con una tripulación de cuatro o cinco hombres, mientras que los marineros que se embarcaban en las jábegas podían oscilar entre 12 y 30. En las jábegas se pescaban sobre todo jureles, besugos y caballas, aunque también hay que decir que los sardinales solían dedicarse a la pesca de almejas.

La pesca de la almeja y la coquina se realizaba mediante un artilugio denominado molinete, con el que se tiraba del rastrillo con la única fuerza motriz de las manos y los pies de los pescadores. La sardina era el pescado que tenía más salida comercial, mientras que el boquerón se despreciaba al no existir demanda en aquella época. El problema en aquellos tiempos no era desde luego la falta de pescado, sino que no había demanda, y se pescaba casi por encargo.



Andrés Núñez, un veterano pescador bolichero, recuerda cómo un arriero llamado José el Zorro, que tenía dos caballos y que transportaba el pescado hasta El Burgo y Yunquera, ajustaba con su padre el precio de 50 kilos de besugos de un determinado tamaño para una hora determinada; y cómo su padre, también pescador, se hacía a la mar para cumplir con el encargo antes de que anocheciera. El arriero pagaba el precio estipulado e iniciaba al anochecer su camino hacia la sierra para vender al día siguiente su mercancía. Después de la guerra llegaron a trabajar en Los Boliches una veintena de arrieros que llevaban el pescado hacia los pueblos del interior y unos 30 capacheros.

Los capacheros eran personas que se cargaban a las espaldas hasta 40 kilos de sardinas, jureles o caballas en las playas de Los Boliches para venderlos por cortijos y pueblos cercanos. Cada capachero tenía su ruta prefijada, y su ámbito de actuación abarcaba toda la zona rural de Mijas, Benalmádena…, hasta Coín.

También existían tres empresas de salazón que exportaban sobre todo las sardinas a provincias del interior, aunque también vendían pescado a media docena de fábricas conserveras de Málaga.

Las almejas que no se comercializaban para consumo local eran exportadas también para Madrid y para provincias del interior de Andalucía.

Una de las artes que presentaba mayor dificultad era la marrajera, ya que había que llevar las embarcaciones a remo o a vela hasta 30 millas mar adentro para calar los palangres. En ocasiones esta navegación suponía un día y una noche sin dejar de remar.

La llegada del primer motor para un barco de Los Boliches se produjo en 1949, y la primera traíña botada se llamó «María Esperanza» y se hizo a la mar en 1959.

La llegada de los motores acabó poco a poco con las jábegas y los sardinales, que fueron desapareciendo, al tiempo que se construían nuevas traíñas. La única embarcación que se mantuvo durante algunos años fue el bolichito, pequeño barco para cuatro pescadores dedicado sobre todo a la pesca del chanquete. Luego vino el turismo y con él la construcción, y muchos de los pescadores abandonaron el duro trabajo de la mar para buscar la seguridad de la obra y la hostelería.

FIESTAS

La fiesta por antonomasia en Los Boliches era y sigue siendo la de la Virgen del Carmen. El fervor que el pueblo bolichero siente por esta advocación queda patente cada año en la multitudinaria procesión en la que la imagen de la Virgen a hombros de los marineros es introducida en el mar.

La tradición es ancestral, como lo es la vinculación que marineros y pescadores tienen con esta imagen.

La feria se celebraba antaño con regatas de jábegas, y en carnavales las letrillas recordaban las incidencias de estas competiciones, dedicando comentarios jocosos tanto a los ganadores como a los perdedores de cada edición.

El concurso de la cucaña era también tradicional y se colocaba un gallo atado al extremo de un palo al que los mozos intentaban llegar. También lo era la instalación de puestos de turrón en la carretera, y la colocación de una pequeña noria movida por la fuerza de un fornido feriante, al que se conocía como Nicolás el Chillón. El estruendo actual de decibelios era sustituido entonces por los toques de bombo y platillo del dueño de la noria, que a voz en grito preguntaba a sus clientes si querían dar más vueltas.

El día de la Virgen del Carmen Los Boliches vivía su fiesta mayor y en la que los pescadores aprovechaban para reparar y engalanar sus barcos, porque esa fecha era tradicionalmente la única del año en la que ninguna embarcación salía a faenar.

Con información de Diario Sur

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