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El secreto de los cuentos sufíes

El secreto no está en conocer todas las respuestas, no vemos las cosas tal como son, sino tal como somos…

Hay una historia contada por los sufíes  que se remonta al siglo VIII y se dice que se desarrolló en Afganistán. Y como todos los cuentos sufíes, se afirma tiene siete significados, que van desde lo ético, lo moral, exotérico, pasando por lo esotérico y llegando al séptimo y último significado, el cual se dice es sencillamente sorprendente. Los cuentos pertenecientes al Sufismo, tienen una alta carga de mensajes subliminales, los cuales están destinados a romper con la continuidad lineal de la mente y hacerla entrar en estado libre de asociaciones mecánicas, y así de esta manera permitir al adepto enfrentarse sin riesgos con la realidad de sí mismos y de sus posibilidades de desarrollo. No se confunda, estos sencillos cuentos al parecer asequibles e infantiles están destinados a reestructurar la mente del que los lee, hasta puntos insospechados.

La Historia habla de una anciana que había sido famosa durante treinta años por el sabor delicioso de sus tartas de albaricoque. Todo el mundo en kilómetros a la redonda había escuchado hablar de las deliciosas tartas y las comían, no sin hacer comentarios respecto a su inigualable y delicioso sabor. En el curso de los años, cientos de personas le asediaron pidiéndole la receta.

Ella, la anciana de las deliciosas tartas, continuó haciendo tartas todos los años, y así durante muchos años, durante la estación de los albaricoques; distribuía las tartas con gusto sin distinguir razas o credos, ni posiciones sociales , a diestra y siniestra, pero siempre guardando en secreto su receta.

Un día, temiendo que la anciana mujer muriera repentinamente sin haber transmitido el secreto de sus tartas, el Gran Califa de Afganistán – que también era ambicioso al mismo tiempo que amante de las tartas de albaricoque – ofreció una recompensa de cien monedas de oro por su secreto.

No pudo encontrar a nadie que cocinase tartas como la anciana, aunque una gran multitud de gente solicitase la cuantiosa recompensa, pretendiendo que podía hacerlo. Finalmente, sin embargo, se sorprendió al encontrar a la enigmática anciana mujer a su puerta, ofreciendo vender la famosa receta.

Pensé que nunca se la daría a nadie – balbuceó el poderoso Califa.

Ah, primero debía encontrar un signo de sinceridad – dijo la anciana.

Pero, ¿Cómo sabes que soy sincero? – preguntó el Califa.

Tú – dijo la extraña anciana – eres un hombre que ama el oro. Ahora que estás dispuesto a desprenderte de una parte de él,  muestra al menos , mediante tu propio patrón de ambicioso, que eres sincero. Ésto es lo más cercano a la verdadera sinceridad que, según parece, podemos llegar a este punto. De modo que te daré el Secreto.

El Califa se sentía encantado. Tomo lápiz y un trozo de papel y pidió a la mujer que dictase la receta.

No necesitas lápiz ni papel – dijo ella – , ya que no hay mucho que decir. Recojo albaricoques gratis, de los árboles de la gente caritativa. Luego añado agua y un poco de miel; y éso es todo lo que hay que decir.

¡Pero así es como todos los demás hacen tartas de albaricoque en todo el Califato de Afganistán! – Exclamó el Califa –. Ciertamente no te voy a dar cien monedas de oro por decirme eso.

Tómalo o déjalo – dijo la mujer.

No tiene sentido alguno – dijo el avaro Califa –, pero si el secreto no está en los ingredientes, debes decirme ¿Cómo la haces? Debe de encontrarse en la elaboración de la costra de masa de la tarta, o en los tiempos de horneo.

La anciana mujer sonrió

No lo hago en modo alguno. Me acerco al panadero del pueblo y le pido algo de masa común pastelera que él haya amasado, cubro el plato con la pasta y le pido que lo ponga en el horno junto con el pan que hornea, y así es como se hace.

Pero debe de haber algo especial en las tartas – dijo el Califa –, y quiero saber lo que es.

Muy bien – dijo ella, sígueme y haz exactamente lo que hago y veremos cómo te las arreglas. Descubrirás si eres capaz de captar lo que es el Secreto de la fabricación de tartas de albaricoque.

Fueron juntos de excursión muy temprano por las huertas comunes de la localidad de albaricoques. La anciana, como es costumbre en esas partes, fue admitida libremente, mientras que el avaro Califa pagaba con monedas de cobre y plata a los dueños de las huertas para que le trajeren en unas cestas los frutos de albaricoque que tenían previamente almacenados. Mientras que la anciana recogía por sí misma los frutos.

Todo siempre bajo la mirada observante del Califa, ambos hicieron por separado unas mermeladas con miel y albaricoque. Luego llevaron sus platos al panadero, e hicieron que les pusiese la masa común pastelera encima de las tartas. Luego se dispusieron a esperar hasta que éstas estuviesen listas.

Cuando las tartas estuvieron horneadas y se enfriaron, las probaron. La tarta de la anciana era deliciosa. Pero la tarta hecha por el Califa era sencillamente muy ordinaria.

El Califa meneó la cabeza, muy perplejo, y luego comenzó a injuriar a la anciana, la llamó hechicera e impostora por haber introducido una pócima secreta a sus tartas, el Califa mientras devoraba una tarta de la anciana, expresó: el sabor de tus tartas me tiene hechizado anciana – dijo el Califa – eres una necia por no transmitirme el secreto – y la tachó de bruja en contacto con poderes malignos.

Una vez que el Califa de Afganistán quedó exhausto por comer tantas tartas y se sentó en un banco en el exterior de la panadería, la anciana sonrió una vez más.

Después de tus resoplidos y tu enojo, tras tus aires de superioridad y vana confianza en el poder del dinero, tras todo ese absurdo arraigado en tu sucio corazón – dijo ella – , te diré dónde te has equivocado.

Como habrás observado, a mí; una persona pobre, se me permitió recoger tanta fruta como desease en esos huertos. En reconocimiento a ésto, nunca he tomado la fruta madura y perfecta para mis tartas, ya que el dueño de la huerta tiene derecho a conservar la mejor fruta de la temporada, de modo que pueda venderla para mantener a su familia. Así que siempre he cogido albaricoques dañados que no estaban maduros aún y los demasiado maduros, mezclándolos en mis tartas. Éste es el secreto de su maravilloso sabor. Tú, por tu parte, codicias tanto la perfección y las ganancias que, como todos los demás que han buscado mi secreto, tomas siempre la fruta más atractiva. El resultado fueron tartas de albaricoque ordinarias.

Con estas palabras guardó las bolsas de monedas de oro en un cinturón y siguió la anciana  su camino.

La codicia, la ansiedad y la compulsión por obtener los secretos  del sufismo con suposiciones profanas, visible en las reacciones de muchos buscadores, originan insuficiencias de todo tipo, levantan barreras a la comprensión y ciegan a la gente respecto a cosas que son perfectamente obvias para quienes saben abordar las enseñanzas divinas de una manera más sencilla.

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