El canto del cisne de la Hermandad Musulmana en Egipto
Si Mohammed Morsi fue la elección errónea para presidente o si sus opositores lo bloquearon es un debate bizantino: la realidad es que la Hermandad Musulmana (HM) egipcia perdió en horas ocho décadas de proselitismo.
La crisis egipcia, cuya eclosión ocurrió el pasado viernes y desembocó en el derrocamiento del mandatario horas después, es mucho más seria que la cantidad de ángeles que caben en la punta de un alfiler, puede considerarse su canto del cisne por un lapso indeterminado, pero que se avizora prolongado.
El primer mensaje que la HM debió tener en cuenta a la hora de elaborar su estrategia fue la corta diferencia que en las elecciones de mayo y junio de 2012 separó a Morsi de su rival, Ahmed Shafiq, hombre maculado por sus lazos con el régimen de mano dura de Hosni Mubarak, derrocado pocos meses antes por masivas protestas populares.
Los islamistas, alentados por las sustanciales presencias en el Poder Legislativo, se lanzaron a la conquista inmediata de espacios sin tener en cuenta factores históricos, sociológicos y culturales, además de un sector ilustrado de la población que, aunque musulmanes también, rechazan los presupuestos de la HM.
Gamal Abdel Nasser, el hombre que nacionalizó el Canal de Suez, solía preguntarse en sus discursos «¿Cómo puede florecer la religión en medio de la pobreza y la ignorancia? «, en alusión a la acción de la HM, fundada en la década de los años 20 del pasado siglo por un humilde maestro, Hassan el Bana.
La gestión de Morsi estuvo marcada por la parálisis económica, la devaluación de la divisa nacional, el déficit presupuestario y el auge del desempleo.
Durante los años transcurridos desde la revolución de 1952, la sociedad egipcia experimentó una transformación paulatina pero dramática, con el surgimiento a la sombra del estado de una burguesía y una clase media alta, junto a sectores ilustrados, que modificaron las estructuras heredades de la obsoleta monarquía de Farouk.
De su lado, para mediados de la década de los años 60 del pasado siglo, la entidad islamista se pensaba opción de gobierno y comenzaba a construir una estructura económica masiva, devenida poder a tener en cuenta y forma parte de ramificaciones en varios estados árabes, ajustada a las respectivas peculiaridades.
Llegada la sublevación popular de 2011, según testimonios, la cúpula de la HM fue cautelosa antes de incorporarse al lado ganador, los manifestantes, un vasto sector de la población que había sido alienado por Mubarak durante el apogeo faraónico de su delirio autocrático.
Uno de los grandes errores de la entidad islamista fue pasar por alto un principio que ningún estadista puede permitirse ignorar: ser gobierno es mucho más incómodo que estar en la oposición.
Esa omisión sería fatal durante los 368 días que Morsi estuvo sentado en el sillón ejecutivo, siempre sobre ascuas, a pesar de que ascendió al poder sobre una ola de esperanza tras más de tres décadas de gobierno autocrático de Hosni Mubarak.
Fue la concreción del sueño de la Hermandad Musulmana (HM, islamistas) durante más de ocho décadas de ilegalidad y semiclandestinidad.
Un año y tres días después (siempre la cifra mágica) una marejada de descontento, provocada por meses de constantes choques y decisiones a veces erráticas, lo acaba de llevar a la reclusión domiciliaria, con posibilidad de ser juzgado por delitos políticos.
Así de breve y accidentado ha sido el tránsito de la Hermandad Musulmana por la dirección de Egipto.
Las tribulaciones del mandatario comenzaron temprano, cuando tras asumir la primera magistratura trató sin éxito de reinstalar la Asamblea de Diputados de mayoría islamista, disuelta por la junta castrense que gobernó el país tras la caída de Mubarak.
A partir de ese momento, el enfrentamiento del primer magistrado con el Poder Judicial se deslizó por una pendiente resbaladiza y le concitó una enemistad que crecería con el paso de los meses.
En octubre pasado Morsi cruzó aceros con los magistrados por la destitución del Fiscal General Mahmoud Abdel Meguid, quien rehusó acatar la orden apoyándose en los procedimientos, y el mandatario respondió con un paso en falso: asumir facultades omnímodas.
La decisión dio pábulo a sus detractores, quienes se apresuraron a acusarlo de querer erigirse en dictador.
Poco después, en diciembre, a partir de sus facultades excepcionales, sancionó la Constitución, aprobada en referendo nacional, criticada por su fuerte contenido islamizante, otro paso en falso que proporcionó más combustible a la oposición, coaligada en el Frente de Salvación, cuya pronosticada implosión nunca ocurrió.
Para fines de 2012 la colisión, que se había mantenido en límites verbales, estalló en cruentos incidentes frente al palacio presidencial de Ittihadiya y en la plaza Tahrir, que se repetirían de manera esporádica a lo largo de los meses, ahondaron el abismo entre las autoridades y sus detractores y fueron cerrando las puertas al entendimiento.
Durante ese lapso, la postura de las Fuerzas Armadas constituía la principal interrogante, aunque para principios de año hubo un atisbo de que en el mando militar existía inquietud por el curso de los acontecimientos, generador de una conducta equidistante y constantes aclaraciones según las cuales su primer deber es proteger al pueblo y la soberanía del país.
¿Les pidió Morsi alguna vez mano dura contra sus opositores? Es difícil saberlo. Si alguna vez ocurrió, o fue insinuado, los mandos castrenses hicieron oídos sordos, en un remedo de la postura que adoptaron cuando la revuelta contra Mubarak.
Lo que sí está claro es que los militares, quienes administran más del tercio de la economía egipcia, observaban la situación con creciente inquietud y pocas semanas atrás emitieron un comunicado en el cual reiteraron su neutralidad en asuntos políticos, junto a una velada exhortación al entendimiento.
Transcurridos pocas semanas, el resultado está a la vista: Egipto tiene un presidente provisional, enemigo jurado de la HM, y un gobierno liderado por un jefe castrense: la historia se repite, esta vez con los islamistas eliminados de una escena política el retorno a la cual, otra vez, adquiere categoría de sueño.
Por Moises Saab*
* Corresponsal Jefe de Prensa Latina en Egipto.
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