Libia: la acción macabra de los buitres por Guillermo Almeyra (+ Video)
Es notable la impresión de déjà vu que dejan los bombardeos «humanitarios» de la OTAN en Libia. Es que el capitalismo, que en las condiciones de trabajo y en la afirmación de las desigualdades sociales retorna a finales del siglo XIX, eliminando las ocho horas, recurriendo al trabajo infantil, aumentando la desigualdad entre los géneros, destruyendo la asistencia social, también vuelve a aparecer en África como feroz colonialismo.
En efecto, los sátrapas de las ex colonias francesas de África occidental pagan tributo a las campañas de los políticos «presidenciables» de la metrópoli, tal como hacían los cómplices del ex dictador tunecino Ben Ali con los ministros de Nicolas Sarkozy y con este mismo. Y, para sostenerse en el terremoto político que conmueve el mundo árabe, tanto el rey de Marruecos como la dictadura argelina refuerzan sus lazos con París.
Francia retoma así, ya sin necesidad de tapujos, su papel colonialista en África, continente donde enfrentaba hasta mediados del siglo anterior la competencia de Inglaterra y, en medida muchísimo menor, de los imperialistas en andrajos de España, con sus posesiones en Marruecos y en Guinea Ecuatorial, o Italia con sus colonias «imperiales» de Eritrea, Somalia y Etiopía, además de Libia (que estuvo en manos de Turquía hasta la Primera Guerra Mundial, al igual que los actuales Líbano, Palestina, Siria e Irak).
Ahora el francés Sarkozy, el británico Cameron y el turco Erdogan llegan a Libia detrás de los bombardeos de los aviones y barcos de guerra de la OTAN para disputarse la carroña del régimen kadafista tal como lo hacen los buitres, graznando y saltando, después de la matanza aún fresca realizada por los grandes carniceros.
Libia fue también una colonia turca. Pero Erdogan llega como subcontratista del colonialismo franco-alemán y, sobre todo, como gran líder musulmán antisraelí y aparente defensor de los palestinos y como «democratizador» del mundo árabe (por su alianza con Egipto y su oposición al régimen sirio de Bachar al Assad). Su peso es, por lo tanto, ideológico y político, y busca reforzar en Libia una ala islámica moderada y pro occidental.
Cameron, por su parte, intenta sacar algún provecho para Gran Bretaña en una región que los ingleses perdieron en 1970. Sarkozy, a su vez, aparece como el mejor situado en su carácter de «patrón» de los países africanos francófonos que rodean a Libia y, particularmente, porque Francia tiene grandes lazos desde hace rato con los altos mandos kadafistas (a los que vendió hasta el año pasado los aviones y armas que los franceses y la OTAN destruyen), así como con el establishment libio kadafista (o kadafista hasta hace poco, hasta dar vuelta la casaca y pasar al Consejo Nacional de Transición), porque con ellos se asociaron las grandes compañías petroleras francesas que operan en Libia ya desde hace años, favorecidas por Kadafi. Conoce pues con quién tratar, a quién corromper.
Por eso Sarkozy dijo en su discurso que era indispensable mantener a Libia unida, como un solo país (mientras los ingleses fomentan en cambio el regionalismo y el tribalismo para dividir) y, además, que los rebeldes deben tener «el valor de perdonar» (o sea, que se debe hacer un gobierno de todas las tendencias burguesas, kadafistas incluidas, y mantener el ejército y los aparatos de represión del régimen derrotado, mechándolos sólo con representantes de los vencedores).
El otro bandido, el italiano Silvio Berlusconi, que mandó barcos y aviones y que era socio de Kadafi, ahora no puede ni siquiera recoger los frutos de su intervención armada formando parte de la OTAN porque personalmente tiene demasiados procesos prostibularios (o affaires de cu, como dicen los franceses con precisión cartesiana) y porque Italia, después de Grecia, es el principal enfermo de la eurozona y no puede reclamar nada.
Lo único que unía a los miembros del Consejo Nacional de Transición (CNT) era el deseo de acabar con Kadafi. Eso era también lo que hacía que sus heterogéneos soldados (jóvenes clasemedieros democráticos, islamistas extremistas, islamistas moderados, nacionalistas árabes antimperialistas y combatientes de las tribus postergadas por el kadafismo) aceptasen a los que cayeron sobre el CNT desde sus cargos de ex ministros o diplomáticos del dictador, o a los comerciantes ligados a los diversos imperialismos o agentes del particularmente odiado Estados Unidos. El fin de Kadafi, por lo tanto, es igualmente el fin de la sumisión de las «bases» nacionalistas a la supuesta dirección del CNT y el de la unidad de éste y de su alianza con los jefes tribales antikadafistas, que no pueden imaginar Libia como una colonia petrolera urbanizada.
Puesto que en Libia no existen sindicatos, partidos obreros, centros culturales independientes ni ninguna expresión organizada fuera de los grupos tribales o religiosos, la preparación de la Asamblea Constituyente será una lucha entre los que se pelean la dirección del CNT y entre los diversos imperialismos (porque Estados Unidos quiere volver a Libia de la mano de Cameron, Francia quiere el papel protagónico y la parte del león en el botín y junto con Alemania quiere el petróleo libio para no depender del ruso, Turquía quiere presionar a Israel y a Washington).
Sin embargo, se abre también una brecha para lograr la creación de sindicatos y centros estudiantiles independientes y democráticos y para luchar por una Libia unida y soberana, sin tropas extranjeras ni intervención extranjera alguna, que use la riqueza petrolera para su desarrollo humano y democrático y para ayudar a los trabajadores egipcios y tunecinos. La revolución de 1969, con su programa nacionalista, podría renacer en 2012 renovada y profundizada si los revolucionarios árabes saben ayudar ahora a sus hermanos libios en su organización y en su aprendizaje ideológico.
Así era Libia antes de la ocupación de los mercenarios de la OTAN *
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