Rusia, Siria y los Panama Papers: ¿Quién paga manda?
Ok. No hace falta que te cuente sobre los #PanamaPapers. Te suena que Rusia tiene algo que ver y que Putin, de nuevo, es el villano de esta novela de paraísos offshore donde salen un montón de defraudadores malditos con cierta ausencia -nada especial- de estadounidenses e israelíes. Pero lo raro, o no tanto, es el video promocional de este trabajo colectivo del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación.
Vean esa pequeña lección de manipulación mediática. Es ejemplar y de buena factura:
¿Saben? resulta que las primeras víctimas de estos paraísos oscuros son los pobres ciudadanos sirios cuyo dictatorial gobierno los bombardea -día si día no- gracias a los tratos confidenciales que compañías sin moral hacen con el gobierno de Al Assad mientras Estados Unidos y Reino Unido -promotores del derecho y la paz- intentan asegurar que el tirano de Damasco no consiga armas, gasolina o cash para financiar su guerra.
Periodismo de investigación, agenda y patrocinios
Si hay que seguir la pista al dinero, debemos hacerlo desde el principio. Entre aquellos que han financiado la investigación por razones legítimas pero que inluyen -lógica y naturalmente- una agenda estratégica donde cabe, por tanto, una lista de enemigos públicos acorde a su línea ideológica.
Y pocas dudas hay que los patrocinadores incluyen lo mejor del capitalismo occidental y su orden filantrópico: las fundaciones del capitalismo estadouniense -Ford, Kellogg, Rockefeller o Soros- junto a algunos amigos europeos -la familia Stevens en Gales o los Van Vliet holandeses- y otros nombres del humanitarismo como Sigrid Rausing cuya causa principal es la denuncia permanente de Putin, sucesor, según sus propias palabras, del régimen soviético y la cúspide de un “estado terrorista”. Ni les digo la pasión que Georges Soros -el especulador filántropolo- despliega contra Vladimir. Basta recordar su famosa, y reciente, sentencia: “Putin es un mayor amenaza a la existencia de Europa que el ISIS”.
Entonces, y con la pena, no hay filtracion sin agenda, sin intención y sin pasiones. Y quizás esa es la razón que los primeros titulares de la prensa internacional se enfocaran en la trama del Kremlin y que el video animado de los Panama Papers sea una pieza de propaganda un poco demodé porque hace ya dos años que la narrativa está en crisis y demasiada gente piensa -incluso en el Occidente feliz- que el Baas es el menor de los males ante la embestida islamista. Y que los rusos hicieron, en el campo de batalla, lo que Estados Unidos nunca hizo realmente.
Evidencias sobran y recomiendo estos dos artículos –El problema de los Panama Papers y La verdad sobre los Panama Papers– para evitar la fácil verborrea sobre el periodismo que salva la democracia verificando sus informes en la lista de estados canalla del Departamento del Tesoro como el mismo equipo cuenta sin mayor recato.
Los buenos son buenos, los malos son malos. Pero ¿en qué momento el periodismo serio se volvió propaganda triunfal?
Así que en vez de perderme en preguntas retóricas, es tiempo de observar con un poco de rigor y cierta distancia, el asunto sirio, o esta pieza incómoda en tiempos de imperialismo humanitario.
Siria/Rusia o el veradero eje del mal
Pocas dudas hay: Rusia está de vuelta en la escena internacional. En pcos meses, los aviones rusos no sólo sobrevolaron el espacio aéreo sirio en misiones militares para apoyar al gobierno de Basar Al Assad sino que contribuyeron a la liberación de la ciudad de Palmira y al vuelco general de la guerra civil. El Estado sirio y sus aliados están claramente a la ofensiva y en vez de un reguero de taifas, dividias, devastadas y amordazas entre Turquía e Israel la consecuencia de esta brutal conflicto podría ser la contraria.
Para los países del bloque occidental, y su respectiva opinión pública, esta participación activa al lado de un gobierno canalla es una forma de imperialismo que prueba la decisión del presidente de Putin de recobrar, a las malas, la influencia perdida por el gigante soviético desde la década de 1980.
Ejemplos recientes prueban, sobre el papel, este nuevo y activo papel de Rusia en el escenario global. Desde el EuroMaidan, la rebelión separatista del este de Ucrania y la integración/anexión de la península de Crimea entre 2013 y 2014, el presidente Putin ha tomado un papel activo en un nuevo esquema de seguridad que abarca muchos elementos y debe observarse desde una perspectiva geoestratégica más amplia. El idealismo no existe en relaciones internacionales. Como decía uno de los mejores analistas –el excorresponsal de La Vanguardia de Barcelona en Moscú, Rafael Poch– las RI son un juego de gánsteres sin otra regla que ganar la partida a como dé lugar.
La traumática experiencia del derrumbe incontrolado del proyecto soviético entre 1989 y 1991 dejó una huella profunda e indeleble en el imaginario ruso. La idea que guió a Gorbachov hacia la glasnost y la perestroika era mantener el estado social pero en un ámbito de democracia parlamentaria para que la URSS transitara de una matriz marxista-leninista a un modelo socialdemócrata que más de un vez asoció el presidente soviético a la experiencia española del PSOE que en los ochenta parecía todo un ejemplo a seguir.
Las fronteras no se respetan. Los pactos, menos.
Este idealismo, aplicado a un edificio administrativo vertical y acartonado, terminó de la peor forma: la disolución de la Unión Soviética no trajo ni una mejor economía ni una mayor democracia y en la esfera internacional destruyó la hegemonía rusa sobre Europa Central y sobre sus fronteras asiáticas. La Carta de París que en 1990 delimitó una supuesta paz perpetua entre los bloques rivales de la Guerra Fría partía de una base liberal común, es decir, la presunción que ninguno de los viejos enemigos intentaría ocupar, controlar o dominar las viejas áreas de influencia.
Junto a una paulatina disminución de los arsenales nucleares, esta visión de acuerdo y cooperación se rompió tras el estallido del conflicto de los Balcanes (1991-1997) que reactivó el gran juego de la Belle Epoque entre potencias europeas a partir de una soterrada disputa entre Francia y Alemania que terminó con la decisiva intervención militar de Estados Unidos contra Serbia.
Simbólico aunque olvidado, fue la llegada en 1999 de una columna de blindados rusos para proteger a los serbios de Kosovo, ejemplo que incluso en la decadente Rusia de Yeltsin la intromisión estadounidense contra un país eslavo era considerada como un llamado a ocupar, de forma beligerante, los espacios vacíos del orden internacional. La neutral Yugoslavia terminó como enclave económico de Alemania y como base militar de EEUU que hizo de Kosovo punta de lanza de una política cada vez más abierta de cerco a Rusia.
De Ucrania a Siria o el asedio a Rusia
El punto clave de esta ruptura entre EEUU y Rusia llegaría en el lugar más sensible para los intereses estratégicos del coloso euroasiático. Una mirada al mapa de Ucrania –y a su compleja historia- indica que este país es el eslabón sensible entre una expansiva Unión Europea y el espacio de influencia rusa que incluye, por cierto, la vecina Bielorrusia. Cualquier estallido del orden constitucional que incluyera la toma de poder unilateral de grupos de poder prooccidentales y una fórmula de anexión a la Unión Europea sería considerada por Moscú como una declaración de guerra.
Y como suele decirse, lo fatal se tornó inevitable. La respuesta rusa a la destitución –ilegal, por cierto- del presidente ucraniano inició una fase de hostilidades abiertas que concluyó en la intervención de Rusia en la península de Crimea y el apoyo directo a los grupos armados que en el este de Ucrania desafiaron a las nuevas autoridades de Kiev.
Este escenario de abierta confrontación entre Moscú y la nueva dirigencia ucraniana –proeuropeista y atlantista- de Kiev produjo una interminable espiral de críticas en medios occidentales así como una oleada de sanciones económicas que la prudencia alemana (principal socio comercial de Rusia) dejó a medio gas para evitar una escalada que hubiera comprometido el potencial exportador de sus empresas. Actitud dubitativa que Washington tomó como rendición preventiva asumiendo el mismo esquema aplicado en la Guerra de Yugoslavia: lo que Europa no se atreve a hacer (apoyo militar y financiero al bando amigo) lo hará Estados Unidos.
El tablero sirio
Y después llegó Siria. Una intervención militar que se hizo a petición del gobierno legal de Damasco en el marco de unos acuerdos de cooperación que siguen vigentes desde tiempos soviéticos y que debe ubicarse en otro contexto geopolítico del cual Rusia sacó algunas reveladoras lecciones: Libia. La abstención de Rusia y China en el Consejo de Seguridad de la ONU permitió en la primavera del 2011 que las potencias militares occidentales, encabezadas por Francia, promovieran el derrocamiento de Gadafi, antiguo aliado del bloque soviético desde su postura no-alineada. Bajo la premisa legal de la responsabilidad de proteger hubo un apoyo directo a los grupos insurgentes que, combinado con bombardeos masivos desde el aire, produjo la rápida caída del régimen gadafista.
El sesgo neocolonial sobre las reservas energéticas de Libia y la emergencia del islamismo sirvieron como lección fast track para Rusia y China. Si dejaban que cayera Damasco, EEUU y sus aliados regionales (desde el frente sunita de Turquía o Arabia Saudí hasta la Unión Europea) cercarían prácticamente las fronteras rusas y limitarían, por otro lado, el soft power chino basado en una ambiciosa combinación de desarrollismo diplomático, compras masivas e influencia económica.
Mientras emergía la política del terror del califato islámico, en versión ISIS, la lectura geoestratégica de Rusia se volvió una variación de la teoría del domino que la Rand Corporation puso en boga durante la primera Guerra Fría. No se podía dejar caer a ningún otro aliado ni permitir nuevos cercos al espacio ruso (tal cual demostró la intervención militar en Osetia del Sur en 2008) porque esto amenazaba la misma supervivencia de Rusia.
Más allá de las guerra mediáticas, Moscú está haciendo lo mismo que hacía el zarismo en el siglo XIX: defender sus posiciones geoestratégicas a toda costa. La diferencia es que esta vez su enfrentamiento con Turquía y sus ataques directos a grupos islamistas protegidos por EEUU pone en tela de juicio la supuesta cruzada occidente contra el terrorismo islámico, un expediente que inició en el Afganistán de los talibanes y se repitió en Libia para el 2011.
Si algo queda claro es que las confrontaciones intraimperialistas –para decirlo en el argot trotskista- han vuelto y como sucede en toda confrontación a escala global la propaganda de cada bloque determinará quien se lleva la victoria cultural en esta nueva escalada. Todo queda, pues, en veremos pero como bien dijo Robert Fisk. el silencio de Occidente ante la liberación de Palmira es la prueba que algunos prefieren un terror permanente a una victoria del Estado sirio.
Y es ahi donde los papeles de Panamá dejan de lucir tan lindos. ¿no?
Por Oriol Malló
Con información de :La Jornada de Oriente
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