Ladrones de Tumbas – (+ Videos)
Una de las más duras y persistentes batallas sostenidas por las autoridades del antigüo Egipto fue la tendiente a tratar de resguardar contra la imparable tenacidad de los ladrones las múltiples riquezas depositadas tanto en las tumbas de sus regentes, como en las de nobles y personajes relevantes, una lucha constante y sin igual a lo largo de toda la historia de tan magna civilización, (ya que hay constancia de robos desde la Época Tinita), y cuyo efecto se veía incrementado de manera especial en los momentos en los que el poder de los reyes disminuía, ya fuera como consecuencia de graves desórdenes internos, ya por la invasión de pueblos externos quienes tras una imparable conquista se hacían momentáneamente con el gobierno del país.
Los documentos antigüos que nos hablan sobre este tipo de acciones son variados. Así, en las «Admoniciones de Ipuwer», un texto que suele datarse como del Primer Período Intermedio, se lee. «Mira, el saqueador… por todas partes». Y algo mas adelante: «Lo que ocultaba la pirámide ha quedado vacío»…
Mucho más expresivo es lo narrado en varios papiros, como los llamados Abbot, Amherst o Leopoldo II, que dan constancia de la investigación, captura, interrogatorio y juicio de una auténtica banda organizada de saqueadores de tumbas, banda integrada entre otros por componentes de templos situados en la orilla oeste del Nilo, los cuales estando en connivencia con altos funcionarios dispuestos a recurrir a toda clase de acciones, (desde una descarada negligencia en sus funciones hasta el mas directo chantaje), no dudaron en profanar diversos enterramientos tanto de la XVII dinastía como del Valle de las Reinas, siendo sorprendidos en el año 9 del reinado de Ramsés IX debido a un altercado producido entre los autores del desaguisado al no ponerse de acuerdo en el reparto del botín.
Tras ser juzgados en el Templo de Maat, los diecisiete acusados del crimen fueron condenados a muerte, condena que en estos casos solía llevarse a cabo a través de una de las formas más horrendas y dolorosas de cuantas se hayan podido inventar: a través del empalamiento en una estaca. Este hecho sin embargo, a pesar de su dureza no sirvió para persuadir a otros que dejasen de lado tan peligroso aunque lucrativo «negocio», como lo demuestra el que poco tiempo después, hacia el año 18 del último faraón del Reino Nuevo, Ramsés XI, un nuevo grupo de saqueadores no dudasen en violar diversas tumbas, en este caso del Valle de los Reyes. De hecho en el Museo de Turín se conserva otro papiro en el que se detalla un nuevo proceso contra un ladrón, el cual había profanado y robado la tumba colectiva donde fueron enterrados algunos de los numerosos hijos de Ramsés II.
Lo que no cabe duda, es que la efectividad de este género de delincuentes fue siempre proverbial, pues incluso la del famosísimo faraón Tutankamón, descubierta en 1.922 con la mayor cantidad de riquezas halladas jamás a lo largo de toda la historia de la arqueología, mostraba rastros de haber sido abierta en un par de ocasiones poco después de que fuera sellada, aunque en este caso y por fortuna parece ser que los primigenios intrusos fueron descubiertos nada mas comenzar su tarea, con lo que pudo volver a cerrarse por los encargados al efecto, y quedar así a la espera durante unos 3.000 años, hasta su descubrimiento por el arqueólogo inglés Howard Carter.
Lo peor muchas veces de la actuación de los personajes de quienes tratamos no es que violaran las «Moradas para la Eternidad» de los más altos personajes: lo peor era que en demasiadas ocasiones, lejos de limitarse a llevarse las innumerables riquezas depositadas en las tumbas, la emprendían con las mismas momias, las cuales solían ser destrozadas para despojarlas de cuanta joya o amuletos tuvieran entre sus vendas, cuando no procedían a quemarlas en la mas infame de las acciones.
Todo lo anterior fue lo que motivó que durante la dinastía XXI, un Sumo Sacerdote de Amón, Pinedyem, diera la orden de trasladar los restos de la gran mayoría de los faraones que descansaban en el Valle de los Reyes a un lugar mas seguro: un escondrijo situado en el acantilado de una colina de Deir el-Bahari a unos sesenta metros del suelo, escondrijo que originalmente fuera el hipogeo de la esposa de Amenhotep I, la reina Inhapi, y que se hizo muy famoso en 1.881 cuando las autoridades comandadas por el entonces director de la escuela de arqueología de El Cairo, Gaston Maspero, consiguió descubrirlo tras efectuar una hábil investigación en torno a un nuevo y mas actual grupo de ladrones de tumbas: la familia Abd el-Rassul, cuyos componentes llevaban varios años viviendo cómodamente de los restos faraónicos allí depositados, restos que iban sacando poco a poco de su milenario habitáculo según les era necesario.
De todos modos, volviendo a la inteligente y piadosa acción del traslado de restos reales a un escondite mas seguro por parte de los sacerdotes de Amón, hay quien postula una teoría alternativa desde luego no tan ejemplar: la de que puesto que en aquella época (el Tercer Período Intermedio) el poder de los reyes estaba realmente limitado, la casta sacerdotal, necesitada para el sostenimiento tanto propio como de los templos a su cargo de unas riquezas cada vez más difíciles de conseguir, no dudaron en abrir las tumbas de sus gobernantes de antaño, para al tiempo que salvaban sus restos momificados, hacerse con las riquezas depositadas junto a ellos.
En cualquier caso, si bien la actuación de los ladrones de tumbas no es justificable desde ningún punto de vista, sí es perfectamente comprensible su existencia, máxime cuando eran los mismos reyes los que en ocasiones hacían un cuando menos imprudente alarde de la infinidad de bienes que reservaban para su vida en el Más Allá, como por ejemplo Thutmosis I, quien se jacta en un documento de la suntuosidad y magnificencia de su templo funerario, diciendo: «He formado sus tesoros con todos los bienes de Egipto: plata, oro y piedras preciosas en cantidades innumerables…», palabras que no son sino una clara incitación a despertar la ambición de quienes no conformándose con las condiciones de vida en la que habían nacido, no dudaban en echar mano de cualquier medio, lícito o ilícito, para cambiarla, y sin hacer caso a los consejos de los sabios cuando consideraban tales profanaciones «un crimen que los dioses no perdonarán jamás a aquellos que lo cometan»…
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BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA
FAGAN, BRIAN M. El saqueo del Nilo. Ladrones de Tumbas, Turistas y Arqueólogos en Egipto. Editorial Crítica. Barcelona. 2005.
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Por Manuel Crenes
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