El linaje árabe de Salvador Dalí
«El payaso no soy yo, sino esa sociedad tan monstruosamente cínica e inconscientemente ingenua que interpreta un papel de seria para disfrazar su locura»…
Los antepasados de los Dalí habían llegado a Cadaqués a principios del siglo XIX desde Llers, localidad situada a cinco kilómetros de Figueras y famosa por su castillo, hoy en ruinas.
Los registros parroquiales de Llers, que por suerte sobrevivieron a la Guerra Civil, responsable de la destrucción de gran parte del pueblo, nos permiten seguir la pista en éste de los Dalí hasta finales del siglo XVII, pero no más allá. Afortunadamente existen unos documentos anteriores, conservados en el Archivo Histórico de Girona, que demuestran que, si bien en un censo realizado en 1497 no constaba ningún Dalí en Llers, ya para mediados del siglo XVI figuraba entre los vecinos un tal Pere Dalí.
Dalí no es apellido español ni catalán, y ha desaparecido casi por completo de la Península. El pintor afirmó repetidas veces que sus antepasados —y en consecuencia, su apellido— eran de origen árabe. «En mi árbol genealógico, mi linaje árabe, remontando hasta el tiempo de Cervantes, ha sido casi definitivamente establecido», nos asegura en su Vida secreta. Otros comentarios suyos indican que, al decirlo, pensaba en el célebre Dalí Mamí, pirata del siglo XVI que había luchado con los turcos y que fue el responsable, entre otras hazañas de dudoso mérito, del cautiverio de Cervantes en Argel. Sin embargo, no hay una sola prueba que permita suponer que el artista estuviera emparentado con aquel aventurero bravucón.
Insistiendo en su «linaje árabe», Dalí afirmó que sus antepasados descendían de los musulmanes llegados a España en el año 711. «De esos orígenes —añadió— procede mi amor por todo lo dorado y excesivo, mi pasión por el lujo y mi fascinación por los trajes orientales». El pintor se refirió con frecuencia a sus «atavismos» norteafricanos o árabes. En una ocasión atribuyó a tal origen la causa de una repentina sed de verano; en otra, el desierto africano que figura en su cuadro Perspectivas (1936-37).
Incluso le gustaba creer que la facilidad con que se ponía muy moreno, hasta volverse casi negro, era otro rasgo árabe. Al parecer, Dalí tenía razón cuando reivindicaba sangre árabe o, al menos, mora. El apellido es frecuente en el Magreb, y hay numerosos Dalí en los listines telefónicos de Túnez, Marruecos y Argelia (escritos indistintamente Dali, Dallagi, Dallai, Dallaia, Dallaji y, sobre todo, Daly). El artista nunca investigó seriamente, sin embargo, su pasado familiar (no era hombre de archivos). Si lo hubiera hecho, podría haber descubierto que el catalán hablado en la cuenca del bajo Ebro conservaba un interesante vestigio de la época musulmana en el sustantivo dalí—en árabe «guía» o «líder»— que designaba el bastón llevado por el daliner, jefe de las cuadrillas que remolcaban las barcas con una cuerda desde la orilla del río.
También podría haber caído en la cuenta de que del mismo étimo proceden el catalán adalil y el castellano adalid.
A Dalí le gustaba decir que llamarse Salvador era un indicio de que estaba llamado a salvar el arte moderno. Si se hubiera enterado de que su muy poco común apellido coincidía fonéticamente con un término que en árabe quiere decir «guía» o «jefe» lo habría proclamado, seguramente, a los cuatro vientos, como lo hacía al señalar que sonaba igual que el vocablo catalán delit («deleite»). Pero, aun sin saberlo, disfrutaba a lo grande tanto de su nombre como de su apellido paterno, o, mejor, de la feliz combinación de ambos, haciendo resaltar la l palatal del apellido y enfatizando su i acentuada.
La verdad es que Salvador Dalí no podría haber tenido un primer apellido más sonoro y pintoresco, ni un nombre de pila más apropiado. Ello le producía un placer infinito.
Referencia ; The Shameful life of Salvador Dalí de Ian Gibson
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