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Ni moras ni cristianas

carroza de Jorge Pascual capitán de la filà Benimerines
Carroza de Jorge Pascual capitán de la filà Benimerines – ©Llum Quiñonero 

 

Cubiertas con niqab y con sólo una pequeña abertura a la altura de los ojos, más de cien mujeres, en representación de las esclavas, arrastraron el pasado 21 de abril, la carroza de Jorge Pascual capitán de la filà Benimerines, máxima autoridad del bando de la media luna en Alcoi.

Un año más, esperaban dar el golpe de efecto. Y lo han logrado. Sólo que han cosechado un sinfín de protestas que de ninguna manera imaginaron quienes idearon el boato: la exaltación del poder masculino a través de la exhibición de esclavas cubiertas de los pies a la cabeza en el más puro estilo integrista. Sin pretenderlo se han colocado en el disparadero; apostados en su búnker; han desplegado su misoginia, sin percatarse que la batalla contra las mujeres sigue abierta y que son ellos quienes están en el punto de mira. No se juega ni se frivoliza con el cuerpo de las mujeres.

Los intentos por democratizar la fiesta han recibido reiteradas resistencias año tras año; como si del Vaticano se tratara, las mujeres, excluidas del jolgorio central. Y sus cuerpos, en pleno 2013, cubiertos, desaparecidos para grandeza de la autoridad festera. Ni moras ni cristianas tituló su tesis, la antropóloga social y alcoyana, Verónica Gisbert en 2010, que afirma que la exclusión de las mujeres en las fiesta de su ciudad «es un asunto de prestigio social y de poder que supera a la propia fiesta», de poder masculino, de negación de lo femenino. Ni moras, ni cristianas, en eso estamos.

Las autoridades locales, los festeros, incluso supuestos expertos insisten en quitarle hierro al asunto. Pero ¿cómo restar importancia a aquello que ellos destacan? No hay error en el mensaje. Y es el mensaje lo que produce espanto; es tan antiguo como actual. El debate sobre el uso del velo, el derecho al propio cuerpo femenino, la negación del espacio público en igualdad con los hombres está en las calles de este mundo global del que Alcoi forma parte, aunque las fuerzas vivas alcoianas parezcan no percatarse. ¿O se percatan?

Con la democracia, en la inmensa mayoría de los pueblos alicantinos, los desfiles de moros y cristianos dejaron de ser exclusivos de la élite económica; en muchos pueblos la participación creció de modo exponencial en dos décadas y la presencia de las mujeres fue uno de los motivos de su éxito, aunque también lo fue el modelo económico de la fiesta que permitió formar parte de ella a gente con menos recursos. Sin embargo, en Alcoi la fiesta sigue parapetada en el pasado decimonónico, al que, por supuesto, se prestan pilares primos de rivera, cospedales y otras a porrillo, hasta docientas en el boato, bien tapaditas todas ellas tirando del carro. ¿Fiestas populares sin las mujeres? ¿Aduciendo qué? ¿La tradición? Pues va siendo hora de cambiar la tradición que más bien es abuso de poder.

¿Dónde está la gracia de la fiesta?

No tiene gracia. Por más vueltas que le doy, no se la veo. ¿O es que en Alcoi no están informados de los esfuerzos reiterados de mujeres por participar en términos de igualdad con sus padres, hermanos, compañeros, maridos, amigos? Igualdad ¿acaso saben de que se trata? Se trata de una fiesta. Una fiesta derivada de lo que en antropología se denomina, cultura de conquista. Todo muy festivo, todo muy simbólico; todo muy lúdico, sí y también trascendental para definir la sociedad que de tal modo se expresa. Una fiesta de varones cristianos (aunque abunden entre ellos los agnósticos, los descreídos, e incluso algún que otro ateo) que ocupan calles y plazas para celebrar la representación de su poder; una fiesta que celebra la victoria contra el Islam y el control social de las mujeres que para desgracia de la mitad de la población, está tan ligada al Corán como a la Biblia y al Nuevo Testamento. Tan anacrónico como pintoresco, tan trágico como actual. No hay más que leer los diarios y la cosa deja de tener comicidad porque vivimos en plena reactualización del conflicto entre formas de entender el mundo y el papel de las mujeres.

Los desfiles de moros y cristianos son una celebración festiva y fantasiosa que recrea hechos lejanos de los que se podría decir que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Una parodia festiva de un enfrentamiento que, por descontado, reafirma los poderes locales a través de lo lúdico y su vinculación con lo religioso, católico y romano, claro está. Fiesta de conquista, reinventada, adaptada a los tiempos según corran los aires. ¿Acaso la inmensa mayoría de quienes desfilan saben qué están representando? Durante varios siglos este país sufrió una limpieza étnica y religiosa que nos catapultó al monocolor en dioses, en pieles, en culturas e ideologías, sometidas las mujeres siempre. Pero ese escenario de exterminio y expulsión de la disidencia, que comenzó con los Reyes Católicos, atravesó la Inquisición y sus hogueras y terminó con la dictadura de Franco, cambió con la democracia. La historia dejó de detenerse, se le reventó la faja y las mujeres ocuparon lo público.

Ahora estamos en contacto con un mundo permeable, líquido, en continua transformación. Los moros no están en la costa, árabes, magrebíes, subsaharianos, musulmanes de Jordania, de Siria, de Palestina, marroquíes, gentes de la cabila argelina, de Marruecos, de Túnez viven en nuestros barrios, van a la escuela, a la Universidad, nos topamos con ellos en los restaurantes, en las tiendas y en el ambulatorio. Son gente de carne y hueso que forman parte de nuestro presente y a quienes les recibimos en una sociedad supuestamente laica, supuestamente democrática e igualitaria.

Las glorias de la Alcoi industrial, vanguardia de innovación empresarial y resistencia revolucionaria y libertaria ha tocado techo de puro inmovilismo. Ahí sigue su esclerotizada clase dirigente, parapetada, como si la dictadura siguiera en pie. ¿Quién lo iba a decir? La Alcoi perdida en la montaña, capaz de generar un espectacular desarrollo industrial, parece más aislada que nunca; hoy que la rodean por fin autovías que han taladrado sus montes. ¿Qué le queda? La posibilidad de mostrarse permeables, de asumir los cambios, de abrir la participación, de ponerse en sincronía con los cuerpos, las libertades, los territorios y los mapas del presente.

Está (casi) todo por hacer.

Por Llum Quiñonero
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