Este hombre Jesús
Quien afirme que Jesús de Nazareth es una fábula, afirma más de lo que sabe; quien niegue la excepcional personalidad de este hombre Jesús de Nazareth, niega más de lo que no sabe.
En efecto, sondear el océano ancho y profundo que gravita sobre la historia terrena de este hombre de la Palestina del siglo I de nuestra era, identificado como hijo de José y de María del pueblo de Nazareth, es bucear dentro de un misterio insondable en los albores de la civilización occidental cristiana. Exige lo que los clásicos llaman una opera magna et ardua, una obra difícil y grandiosa.
Obras como la de Jon Sobrino, Cristología desde América latina, o la más reciente de Gustavo Gutiérrez, Beber en su propio pozo, o la de Leonardo Boff, El rostro materno de Dios, para ver su potencialidad. El sacerdote jesuita Roberto Oliveros Maqueo SJ aporta una excelente reseña en Mysterium Liberationis (UCA, San Salvador, 1991). Y, en una apretada síntesis, Jesús Peláez hace una gran recensión histórica sobre el tema de Jesús, en obras de expertos y eruditos de muy diversas especialidades, que han intentado este sondeo y que él compila en su obra: Un largo viaje hacia el Jesús de la Historia.
De esta prodigiosa síntesis extraigo sus valiosísimas reflexiones finales:
“No queremos terminar sin expresar algunas reflexiones, que puedan ayudar a continuar la exploración del sendero que nos lleve al Jesús de la historia. Y son dos grandes líneas de la investigación de la vida de Jesús:
“De la investigación sobre la vida de Jesús resulta sorprendentemente un Jesús de la historia con múltiples rostros, fabricados desde la perspectiva del investigador de turno como resultado de la utilización de fuentes de distinto tipo o de las mismas fuentes, pero con metodologías y presupuestos ideológicos diferentes. Un Jesús, por citar sólo autores de la tercera etapa, cínico itinerante u hombre del Espíritu o profeta escatológico o profeta del cambio social o sabio-sabiduría de Dios o judío marginal o mesías judío, etc. Pero por más dispares que nos puedan parecer estas imágenes de Jesús, podemos decir que, desde el comienzo de la investigación hasta hoy, las grandes líneas de investigación seguidas por los autores han sido solamente dos:
“La primera, analítico-literaria, iniciada por Wrede con su obra sobre el secreto mesiánico como motivo literario introducido en los evangelios por Marcos para esconder la verdad histórica de un Jesús que no fue reconocido como Mesías hasta después de la muerte. Esta línea de investigación analítico-literaria (seguida por Bultmann y por los postbultmanianos y por los autores de la segunda etapa) se ha centrado en el estudio de los dichos de Jesús para probar su autenticidad (ipsissima verba Jesu –mismísima palabra de Jesús-) y considera meta imposible el acceso al Jesús histórico a partir de los evangelios. Para estos autores, los evangelios conducen al Cristo de la fe o a la historia de la iglesia primitiva y de su ambiente judío o helenístico; por ello, escribir la vida de Jesús resulta empresa vana e imposible, o cuando menos sumamente arriesgada.
“La segunda línea de investigación -histórico-sintética- arranca de Schweitzer, que considera histórica la exposición del evangelio de Marcos sin atenuar sus incoherencias o contradicciones, situando a Jesús dentro del contexto del movimiento apocalíptico judío. Quienes han seguido esta línea de investigación han centrado su estudio en los hechos de Jesús (ipsissima facta Jesu –mismísimos hechos de Jesús-), encuadrándolos en el contexto histórico, económico, político, social, religioso y cultural judíos de la época, para desde ahí reconstruir un relato plausible de su ministerio y consiguientemente describir el perfil histórico de su persona, ayudados de ciencias auxiliares de la exégesis como la crítica histórica, las ciencias sociales o la antropología cultural y dando un mayor grado de credibilidad histórica a los evangelios canónicos, como plataforma razonablemente válida para acceder al Jesús de la historia.
“Habría que hacer, sin embargo, un esfuerzo de síntesis y unir ambas líneas ya que, en modo alguno se opone lo analítico-literario a lo histórico-sintético, sino que más bien se complementan, como ha propugnado recientemente G. Segalla. – El autor precisa que los Evangelios, aunque no son documentos históricos, han ganado a los ojos de los expertos, credibilidad en tanto que tienen y refieren a un fundamento histórico innegable. En este contexto, lo que nos queda como legado es la re-construcción de un referente inconfundible, que se desprende de este hombre de excepción: El Jesús de las grandes actitudes”.
En este sentido, el autor opina: “Y es por aquí por donde creo que la investigación sobre Jesús puede encontrar una vía de salida al ‘callejón sin salida’ en el que se encuentra. Creo que estamos en condiciones de recuperar las grandes actitudes o comportamientos básicos del Jesús de la historia. Los primeros cristianos, -cuando anunciaban a Jesús muerto y resucitado- transmitían fielmente al menos el contorno de su figura, resaltando -con mayor o menor intensidad y según las nuevas y cambiantes circunstancias de sus comunidades-, los rasgos principales de su personalidad. Núcleo que abarca, al menos, cuatro rasgos distintivos de su personalidad histórica: a) su libertad suprema, b) su proclamación de la igualdad entre los seres humanos, c) su apertura universal a todos, especialmente a los excluidos de la sociedad, y d) su amor solidario, como resultado de sentirse poseído por el Espíritu del Dios-amor a quien llama ‘Padre’.
“El proyecto vital de este Jesús de la historia fue llevar a los hombres a la plenitud humana, lo que equivale en el lenguaje evangélico a hacerlos hijos de Dios. Colocando al hombre en el centro de atención, chocó frontalmente con el templo y con la Ley, utilizados por los dirigentes para someter y no para liberar al pueblo. “Por esto lo mataron. Al final, un Jesús que no se agota en una fórmula”.
Al final de este recorrido para rescatar la imagen del Jesús de la historia, hemos de recordar también que “la fe en Cristo se encarna en la historia, pero no se agota con ella”. De suerte que la figura de Jesús, en los umbrales del siglo XXI, sigue teniendo mucho de un enigma que, tal vez, solamente se pueda descifrar si, a la luz de la historia, sumamos la experiencia de la fe, para poder confesar con y como los primeros cristianos que “Jesús es el Cristo” y llamarlo “Jesucristo”. Es a esta confesión a la que se refirió el Papa Francisco en su primera homilía y que indica la inevitable referencia a su evento histórico fundamental en tanto que Jesús El Cristo y éste crucificado.
Por Francisco Javier Chávez Santillán
Con información de : La Jornada Aguascalientes
©2013-paginasarabes®