Los Árabes y la Cartografía en la Edad Media
El retroceso geográfico experimentado en la Edad Media fue de tal envergadura que la esfericidad de la Tierra llegó a considerarse irrisoria y herética por no ajustarse al contenido de la Biblia, que en el colmo de la insensatez era el libro del saber por antonomasia. Ante tal perspectiva se comprenderá que, en sus comienzos, las doctrinas científicas fuesen consideradas irrelevantes e innecesarias, cuando no peligrosas.
La vida intelectual del mundo cristiano estuvo pues centrada en la iglesia, regida por padres para los que la Biblia era la única referencia. La ignorancia no debe de resultar sorprendente, a la vista de las fuentes que servían de referencia.
El célebre Lactancio, preceptor de un hijo del emperador Constantino, escribió a propósito de los partidarios de la esfericidad terrestre ¿Puede alguien ser tan insensato como para creer que hay hombres con los pies más altos que sus cabezas, o lugares donde llueva hacia arriba?.
Más allá llegaba el converso Cosmas de Alejandría doscientos años después, ya que a la mofa añadía algo tan serio (por entonces) como acusar de herejía a los defensores de la citada esfericidad (Topografía Cristiana. 547). Como su modelo se apoyaba en el tabernáculo, defendía que: su mesa es el esquema de la Tierra, los doce panes expuestos sobre ella se refieren a los doce meses, el arca de madera alude al océano, y la corona de oro de la misma a las tierras situadas al otro lado de dicho océano. El candelabro de siete brazos es una alusión mística al Sol y a los siete días de la semana.
La interpretación literal de las sagradas escrituras condujo en definitiva a una visión surrealista del mundo. En clara contraposición con sus homólogos orientales ha de situarse la posición de los primeros padres en el occidente medieval. Ese fue el caso de San Isidoro, quien claramente se decanta por la esfericidad cuando asegura que la esfera de los cielos está centrada en la Tierra y que tal esfera no tiene principio ni fin. Asimismo emplea varias veces la palabra globo al citar la Luna o los planetas, refiriendo directamente la esfera terrestre cuando menciona que el océano, extendido por toda la periferia del globo, baña casi todos los confines del orbe.
Otra prueba indirecta se encuentra en la Epístola Sisebuti, un poema astronómico escrito por el rey godo al obispo sevillano, en donde se comenta al hablar de un eclipse que el globo de la Tierra se encontraba entre la Luna y el Sol. A San Isidoro se debe uno de los primeros mapas medievales, que incluyó en sus Etimologías y llegó a ser el primero impreso (Augsburgo. 1472). Como es sabido se trata del mapa denominado de Ten O, en el que aparecen los tres continentes entonces conocidos, rodeados por el océano primigenio. La influencia bíblica se manifiesta claramente al asignar cada uno de ellos a los hijos de Noé (África a Cam, Asia a Sem y Europa a Jafet).
La configuración de este mapa del obispo sevillano mediatizó todas las representaciones cartográficas posteriores, además de auspiciar la aparición de los globos tripartitos que en manos del Salvador figuran todavía en numerosas iglesias.
Al considerar que el Corán recomendaba la necesidad de observar el cielo y la Tierra para encontrar en ellos pruebas favorables a su fe, es natural que los pensadores musulmanes supusieran que las ciencias geográficas deberían ser del agrado de Dios; ellas les proporcionaban además los medios necesarios para conocer con exactitud el posible itinerario que debían seguir en sus peregrinaciones a la Meca.
Otras de sus aplicaciones eran asimismo básicas para ellos: identificación del mes de Ramadán, fijar las horas de oración y la Qibla, es decir la dirección de la Cava en la Meca. Con todo ello presente, es natural que surgieran en su cultura grandes figuras en esta rama del conocimiento.
Aunque no proceda glosar aquí, con todo detalle, la aportación de los árabes al desarrollo científico de occidente, sí hay que hacer notar que en el aspecto cartográfico enlazaron directamente con las fuentes griegas a través de la biblioteca de Alejandría y de Bizancio, de forma que en este campo del conocimiento no se produjo para ellos el paréntesis antes aludido. De hecho llegaron a determinar el radio de la Tierra, en el califato de Bagdad, mediante un procedimiento tan novedoso como el ideado por al Biruni, el mayor genio de la civilización musulmana junto a Avicena.
Al Biruni explicó en su Tahdid como midió indirectamente la altura de una montaña, para luego evaluar desde su cima la depresión del horizonte sensible. A él se debe además un mapamundi del siglo XI, en el que aparece la distribución del mar y de la tierra. De la importancia de sus determinaciones puede dar idea la circunstancia de que no se mejorasen hasta bien entrado el siglo XVII, gracias a los trabajos del francés Picard.
Sin embargo, el geógrafo árabe por excelencia es al Idrisi, nacido en Ceuta al final del siglo XI; no obstante puede considerarse hispánico en cuanto que descendía de nobles granadinos afincados en Málaga y refugiados después en la ciudad africana, cuando el rey de Granada conquistó aquella ciudad, y en tanto que su bagaje intelectual básico lo adquirió en la Universidad de Córdoba.
Es muy probable que su alta alcurnia y su innegable prestigio influyeran poderosamente sobre el rey normando Roger II para que este lo invitase a su corte de Palermo, encargándole allí una detallada representación del mundo conocido por aquel entonces. El mapa se dibujó sobre un soporte de madera y después se grabó sobre una base de plata, lamentablemente no se conservan ninguna de las dos plataformas. Finalizado este, el rey dispuso la redacción del necesario texto aclaratorio, que apareció en el año 1154 con el título Recreo de quien debe recorrer el mundo, aunque el propio Idrisi prefiriera el más breve de Libro de Roger.
Como anexo del texto se incluyeron setenta mapas regionales, dejando así constancia de que tales representaciones son el complemento ideal de la geografía descriptiva. En los mapas 31, 32, 41 y 42 figuraba la Península Ibérica con su clásica imagen triangular, encontrándose en el primero de ellos la imagen del antiguo reino de Granada. No obstante conviene añadir que en seis de los manuscritos de de ese Libro de Roger se incluye además un pequeño mapa circular, orientado al Sur, con el primigenio océano perimetral, al igual que había hecho antes al Biruni.
La influencia de la obra de Idrisi sobre la producción geográfica y cartográfica posterior es obvia en el caso de la musulmana, aunque también se dejara sentir sobre los mapas realizados por Petrus Vesconte y Abraham Cresques, por citar dos ejemplos muy significativos.
Por Mario Ruíz Morales, Subdelegación del Gobierno de Granada, Universidad de Granada
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