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Cerdeira, el espía que quiso cambiar curso de la Guerra Civil

La fascinante historia de Clemente Cerdeira, que de simple traductor pasó a ser el espía clave de la Segunda República española desde el Marruecos español”, ha sido ahora objeto de una biografía que acaba de ser publicada por el escritor marroquí Mourad Zarrouk.

“Cerdeira (1889-1941) estuvo a punto de cambiar la historia pero murió en el intento”, dijo Zarrouk, que ha pasado 18 años buceando en archivos diplomáticos y familiares hasta concluir “Clemente Cerdeira, intérprete, diplomático y espía al servicio de la Segunda República” (ed. Reus).

En los libros de Historia, Cerdeira sale malparado, y su incansable actividad en favor de la República más sus estrechas relaciones con el nacionalismo marroquí durante la época del Protectorado español y francés (1912-56) no le han permitido cobrar el protagonismo que merece, explicó Zarrouk.

El libro de Zarrouk fue presentado en Casablanca el pasado febrero durante la Feria del Libro, aunque entonces la obra aún estaba en imprenta, y será presentado de nuevo en Ceuta el próximo 17 de este mes.

Llamado por los musulmanes del Marruecos colonial como “Abderrahmán Cerdeira al Andalusi”, el intérprete tenía un excelente dominio del árabe clásico y del dialecto marroquí, además de un profundo conocimiento del islam y la sociedad marroquí, lo que le valió la envidia manifiesta de reputados arabistas de su época.

“Fue respetuoso con el islam y con los marroquíes y estaba muy bien integrado en la sociedad de entonces -cuenta Zarrouk-. Se sentía igual de cómodo en un traje europeo que con una chilaba”, comenta de forma gráfica: de hecho, la cubierta del libro lo representa vestido con las dos indumentarias.

Su dominio de la lengua y cultura árabe se debe a su padre, quien cuando prestaba servicio como guardia en la Legación de España en Tánger en la última década del siglo XIX se dio cuenta que el trabajo de intérprete era altamente apreciado (y remunerado) durante las negociaciones con los marroquíes.

Entonces puso al pequeño Clemente en una madrasa coránica por las tardes, lo que le permitió mezclarse y tejer amistades con los autóctonos, algo impensable en aquella época.

Además de estudiar en España la carrera de Derecho, Cerdeira pasó por la prestigiosa universidad Al Qarawiyyín de Fez, lo que dio rigor científico a sus obras sobre la gramática árabe y a sus traducciones sobre la historia de Marruecos.



Comenzó como simple intérprete en la administración colonial española en el norte de Marruecos al servicio del Alto Comisario, Dámaso Berenguer, pero sus habilidades lo hicieron pasar al rango de negociador en jefe con Mulay Ahmed al Raisuni, el “caudillo de los Yebala”, que daba a España casi tantos quebraderos de cabeza como Abdelkrim.

Cerdeira era “el único español en cuya palabra se fiaba el jerife Raisuni”, subrayó Zarrouk.

Las capacidades de Cerdeira le permitieron escalar en la administración colonial de la República hasta acceder a la diplomacia y convertirse en Cónsul General en Tánger, Casablanca, Newcastle y Liverpool, último puesto en el que acabó su carrera debido a la caída de la Segunda República y el final de la Guerra Civil en 1939.

A lo largo de su trayectoria se ganó el rechazo de los militares españoles africanistas por su percepción “civil” del colonialismo español en el norte de África, así como la enemistad del bando nacional por su activa labor de espionaje en favor de la República.

Cerdeira espió a la administración colonial francesa para servir a los intereses de los españoles en Marruecos, ayudó a armar a los guerrilleros rifeños para sublevarse contra los militares del bando nacional y convirtió durante un tiempo la bahía de Tánger en una base naval de buques republicanos para bombardear posiciones del bando nacional en Ceuta.

Su labor de espía hizo que fuese alejado del Marruecos francés y español hacia Newcastle y Liverpool, mientras su familia (su esposa y tres hijos) quedaron bajo arresto domiciliario en Ceuta.

A pesar de sus insistentes intentos para viajar al Marruecos francés y reunirse con su familia que no pudo ver en cuatro años, los responsables franceses nunca se lo permitieron, y la muerte le sorprendió en un hospital en Niza en 1941 con una maleta a sus pies donde dejó una bandera republicana, publicaciones inacabadas y los recuerdos de su vida aventurera.

Por Fátima Zohra Bouaziz
Con información de El Diario

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