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Hassan Blasim: Esta ola de refugiados es solo un ensayo

El escritor iraquí Hassan Blasim ©Katja Bohm

Inmigrante ilegal durante más de tres años, el escritor iraquí denuncia la pasividad de Europa ante la crisis migratoria. Su experiencia asoma en ‘El loco de la plaza Libertad’.

Sostiene Hassan Blasim (Bagdad, 1973), y así lo ha escrito en El loco de la plaza Libertad (2009), su primer libro de cuentos, que los refugiados tienen dos historias, la que cuentan para conseguir asilo y la que reservan para sí en sus corazones. No es su caso. El poeta, cineasta y escritor, considerado una de las grandes voces emergentes de la literatura en árabe, no tuvo la necesidad de dramatizar su realidad ante los funcionarios de Finlandia, donde reside desde 2004, porque su vida tiene ya suficientes episodios penosos como para no tener que magnificarlos.

Hijo de un militar maltratador y de una mujer analfabeta, creció junto a sus ocho hermanos bajo el ruido de las bombas de la guerra entre Irán e Irak (1980-1988); sufrió el impacto de las draconianas sanciones económicas impuestas a su país tras la ocupación de Kuwait (1990-2003); tuvo que abandonar Bagdad, donde estudiaba cine y dirigía documentales blancos, y buscar refugio en Suleimaniya, en el Kurdistán iraquí, por el acoso de la policía secreta de Sadam Husein. Y cuando en 2000 vio el peligro demasiado cerca —sus películas y ar­tícu­los, firmados con seudónimo por miedo a represalias contra su familia, denunciaban claramente, ya sí, el ensañamiento del dictador con los kurdos—, emprendió la ruta clandestina hacia Europa que hoy secundan tantísimos sirios y compatriotas suyos para huir de la violencia.

El camino a Finlandia —donde una amiga le ofreció cobijo— duró tres años y medio en los que fue torturado, capturado y devuelto al origen en varias ocasiones. Tres años y medio de miedo, violaciones en la habitación contigua y otras miserias humanas que no pudo evitar. Tres años y medio en los que trabajó de todo, como le recuerda inevitablemente su mano izquierda, mutilada —perdió un dedo— mientras hacía mahonesa en un restaurante en Sofía (Bulgaria) para ganar dinero con el que pagar a las mafias.

—Todo esto, el trasfondo de sus vivencias, está recogido en sus relatos, que mezclan la realidad más cruda con elementos fantásticos. ¿Coincide con los críticos en que lo suyo es realismo mágico?

—No creo que cuando escribo de coches bomba sea realismo mágico. Yo diría más bien que es realismo de pesadilla.

Blasim, traducido a 20 idiomas y ganador en 2014 del Independent Foreign Fiction Prize, recibe sonriente a las puertas de Ritmi, un bar anodino y relativamente céntrico de Helsinki. La elección del lugar no es gratuita. El autor, que ha sido comparado con Roberto Bolaño, escribió en este local la brutal colección de cuentos sobre la guerra, la inmigración, la violencia contra la mujer y la tiranía de la religión, que prohibieron países como Jordania y que ahora publica en español Galaxia Gutenberg.

—Cuando era adolescente y me puse a escribir no tenía en mente hacerlo sobre violencia —dice en un inglés fluido—. Pero escribo sobre lo que he vivido, lo que he visto, lo que he leído. La experiencia de la guerra es terrible, y la de ser inmigrante ilegal, imposible de olvidar. Tienes miedo de todo, de los animales, de la atmósfera, de los Ejércitos, que matan gente en la frontera. O violan, roban y torturan, como hicieron con nosotros los soldados búlgaros, que nos metieron en agua congelada. No había cámaras, claro… Siempre me preguntan si lo que hago en mis cuentos es narrar mi vida. “Sí y no”, respondo. Es literatura de hechos reales pero también de ficción. Los medios presentan la realidad, ahora la crisis de refugiados, de forma fría y factual. La literatura, en cambio, la examina a la luz de la imaginación y aborda los miedos, lo humano. ¿Sabes lo que significa dejar tu casa para huir de la guerra? La imaginación, y el conocimiento, te vuelven un ser humano más pacífico. Tenemos que usarla para que la gente sienta el drama de los refugiados.



El drama son cinco años de guerra en Siria que han obligado a 11 millones de personas a abandonar sus hogares. El drama son los salvajes atentados del Estado Islámico (ISIS por sus siglas en inglés) que se ceban con Oriente Próximo, ensucian el nombre de la religión islámica, alientan la xenofobia y están sembrando de muerte y miedo esta Europa que de tanto cerrar fronteras y externalizar derechos humanos, se ha quedado en los huesos.

—Europa es responsable de esta guerra y de esta gente, no puede dejarla morir. Es una cuestión moral. Porque… ¿qué ha hecho Occidente en los países del Golfo? ¿Y Rusia en Siria? Los refugiados además no solo vienen de Siria, sino también de Yemen, de África… porque el capitalismo, durante más de 200 años, ha destruido el mundo. Por eso vienen a miles. Y no son solo refugiados, son manifestantes contra el capitalismo. Démosles un visado de seis meses y digámosles: “Bienvenidos a nuestra sociedad competitiva”. Y dejémosles probar si pueden desenvolverse aquí, adaptarse al estilo de vida, aprender la lengua… Luego hablamos de valores europeos, pero solo nos preocu­pan los principios capitalistas. Y, además, esta ola es solo un ensayo: en el futuro vendrán aún más refugiados por el cambio climático.

—¿Solo culpa a Occidente?

— A todos. Soy iraquí y no puedo escribir con libertad en mi país. Hubo un momento en el que dejamos de hacernos preguntas, de hacer filosofía contra la religión. Había mucha gente de la cultura, de la izquierda que quería cambiar el país desde dentro, dispuesta a dar la batalla contra Husein, pero llegaron los americanos y destruyeron a toda la izquierda como hicieron en Latinoamérica. Luego es lo de siempre, destrozamos un país, pero que nadie nos ataque. El ISIS mata a 40 personas en Francia y son salvajes. Y ya de paso lo son todos los musulmanes. Ahora, llegan Francia o EE UU y matan a medio millón, ¿y no lo son porque lo hacen con misiles inteligentes?

El discurso de este escritor que ha realizado documentales para la televisión finesa, obras de teatro y artículos que han servido para introducir a los árabes a directores como Bergman o Lars von Trier es mucho más que el discurso de quien se siente víctima del capitalismo que armó a Husein y castigó a los iraquíes hasta que se dio por enterado de que era el demonio. Es el discurso de un hombre que no sabe si odiar o amar a este primer mundo que trata a su hijo, nacido en Finlandia, como si fuera extranjero. Y no lo sabe porque ese mismo mundo es el que lo ha acogido, le ha dado la paz y el sosiego para escribir con la ambición de trascender su escritorio y, sobre todo, la oportunidad de ser leído.

Autor de los libros de relatos The Iraqi Christ y The Corpse Exhibition and Other Stories of Iraq, escribe en árabe. Pero sus cuentos vieron inicialmente la luz en inglés. Eso si hablamos de su publicación en papel, porque el escritor los lanzó en Internet después de que una veintena de editores árabes a quienes había enviado El loco de la plaza Libertad se negaran a publicarlo tal cual estaba escrito. Blasim, debieron concluir, es demasiado para Oriente Próximo. Impublicable sin someterlo a censura. Al fin y al cabo, sus relatos, historias dentro de historias de finales tan imprevisibles como la vida bajo la guerra, son una enmienda a la totalidad de los dogmas que imperan en la región, empezando por la religión, que está en la raíz del veto a sus relatos.

—La religión es un problema gigante en los países árabes, hay una necesidad de secularización. Pero no creo que la gente te rechace porque escribes de religión. Las nuevas generaciones empiezan a pensar distinto y quieren escuchar. El problema es que los salvajes del ISIS, las milicias… no dejan hablar con libertad. Yo quisiera volver a Irak y contar lo que ha ocurrido con la cultura árabe a lo largo de la historia, pero es muy peligroso, te pueden matar. Antes no podías hacer una película contra Sadam porque te mataban, pero si no te metías con él podías vivir. Hoy las cosas están mucho peor.

Durante la dictadura, con todo el aparato censor desplegado, los escritores iraquíes aprendieron a bordear los problemas, a decir sin decir. Muchos tienen grabado a fuego el hábito en el subconsciente. No así Blasim, que lejos de querer enseñar músculo con el lenguaje, solo pretende contar la vida y que se entienda. Sus disgustos le cuesta. De él han dicho que es un escritor “sucio” porque su narrativa cuasi cinematográfica y directa no es fiel al árabe clásico que les enseñan en la escuela y que él al menos siente como idioma extranjero porque no es el que hablan en la calle — “la lengua es una prisión del mundo árabe”—. Le han acusado también de occidental por defender que la región debe “liberar a las mujeres porque son parte de la paz”.

—La revolución no es cambiar al dictador, es cambiar la lengua, el estilo de vida, liberar a la mujer. Cuando me acusan de occidental suelo decir: “Prescinde del papel de baño de Occidente, del iPhone, de Internet o de las armas de tu guerra estúpida que vienen del capitalismo… ¿Lo coges todo y no quieres lo bueno?”.



Blasim recorrió hace tiempo ese camino. En parte, gracias a la literatura, que le sirvió de niño de refugio a su timidez y le ha ayudado a procesar los horrores de la guerra y de su experiencia como simpapeles.

—La literatura me ha hecho sobrevivir — confiesa—. La verdad es que no estoy realmente interesado en esta vida sin escribir. •

Por Maribel Marín
Con información de El País

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