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Khalil Rabah y el Museo Palestino de Historia Natural

Rabah, ante una de las imágenes de su «Museo Palestino de Historia Natural y de Humanidad»  ©Maya Balanya
Rabah, ante una de las imágenes de su «Museo Palestino de Historia Natural y de Humanidad»  ©Maya Balanya

Khalil Rabah (Jerusalén, 1961) es un provocador. Su obra no deja indiferente, y él no solo lo sabe, sino que utiliza esa influencia –la del «poder del arte»– para remover conciencias y hacer reaccionar. Nacido en una ciudad que no puede visitar por ser palestino: Jerusalén; fue en Beirut y Nueva York donde inició sus proyectos artísticos. Obras en las que no renuncia a su formación como arquitecto, ni a la premisa de divertirse trabajando. Una de sus referencias artísticas es Joseph Beuys.

–He leído que adapta parte del contenido de su obra tanto al espacio como a lo que le sugiere el entorno en el que expone. ¿Cuál ha sido la adaptación a Casa Árabe?

–La «adaptación» funciona a diferentes niveles. Es más una forma orgánica de «cómo se dialoga con un lugar», qué tipo de vida pretende adoptarse allí. ¿Se puede elegir existir de una forma determinada? ¿Hay derecho a hacerlo? Esto viene de mi trayectoria como arquitecto, de observar el espacio físico, lejos de los confines que le corresponden. Y aquí, de forma clara, aparece Casa Árabe. Pero, ¿qué es Casa Árabe para mí? Yo soy palestino. Nací en Jerusalén porque era donde las mujeres solían dar a luz. Ramallah y Jerusalén estaban unidas en ese momento, y ahora ni siquiera puedo ir a donde nací. ¿Ve cómo el contexto siempre juega un papel? Soy palestino, árabe; hablo árabe. Pero, ¿qué es un árabe? ¿Alguien que habla el idioma? ¿El que vive allí? Usted vivió en el mundo árabe: ¿Es usted árabe?

–¿Por qué es eso problemático?

–Porque es muy orientalista. ¿Cómo puedo enfrentarme a ese desafío? ¿Cuál es mi papel cuando llegamos a un contexto como este? Porque es un contexto político. Y, en ese sentido, cómo transformar lo que hago para adaptarlo a un lugar llamado «Casa Árabe» en vez de a un museo de arte contemporáneo. Obviamente, Casa Árabe enseña el trabajo hecho por árabes o de personas de origen árabe, y así es como inmediatamente lo clasificamos. Quizás exista la necesidad de estereotiparse uno mismo para deconstruir ese tipo de estereotipos, para entender la narrativa utilizada por Occidente durante años. El arte tiene la posibilidad de reescribirla. Hay diferentes niveles de lectura: la narrativa desde Occidente; la forma de escribir sobre los deseos en relación a los árabes. Pero no se ha escrito sobre cómo el arte puede contribuir a abrir esta narrativa.

–¿No está usted cambiando la realidad del pueblo palestino, que carece de un lugar como nación, creando este «Museo Palestino de Historia Natural y de Humanidad»?

–Para mí no se trata tanto de cambiar la narrativa. No voy en contra de nadie. Estoy diciendo que este es mi punto de vista de algo. Ejerzo mi derecho a expresarme. El sueño de un artista es que su trabajo esté al alcance del público, y un museo es un lugar donde lograrlo; pero también cuestiono qué es un museo, su noción. Hay una mezcla de ficción y hechos reales. Una especie de diálogo. Y esa es la forma en la que se ha escrito nuestra lucha palestina. Cuando era pequeño presencié etapas en las que me preguntaba si era capaz de diferenciar entre la ficción y los hechos que estaban ocurriendo. Ahora me refiero a ello como gente que está ocupando la tierra de alguien, que es lo que desafortunadamente está pasando.

–¿Cómo empezó a seleccionar el contenido del Museo Palestino de Historia Natural y de Humanidad?

–Este trabajo parte de los olivos, que aparecen siempre como objeto y elemento, porque crecí entre ellos. El Museo empezó a crecer en mi cabeza porque estaba trabajando con cosas vivas como los árboles. Un árbol que produce aceitunas, con las que se puede hacer aceite… Empecé a fabricar objetos, a hacer fotografías… Y, de repente, reuní una colección de cosas que, al mirarlas, veía que había esa cosa viva que hace que lo relaciones con el lugar de origen. Esos objetivos pueden ser la narrativa de lo que es un museo. Y puedes llegar a imaginar la vida, el amor, el odio… El museo permite encontrar un no estático y espiritual, una manera de vivir. Se trata de querer preservar esas cosas bellas para el público.

–¿Cómo se adapta este para Madrid?

–Una parte interesante que se puede vincular a esta exposición es la sección de botánica. Cuando llegué al lugar donde iba a montar la muestra y vi ese precioso jardín al lado, tuve claro que tenía que potenciar ese diálogo entre el jardín y la sección de botánica del Museo. La gente necesita los jardines. El Museo se presenta como un jardín botánico. Ese es el diálogo con Madrid.

–El Museo también recoge y contrapone conceptos como desplazados-movimiento, identidad-memoria-ausencia…

–No ha sido un trabajo pensando querer hacer algo concreto sobre esos conceptos, pero se convierte en algo evidente para el que observa. Quizás si quito la palabra «Palestino» del título del Museo cambie la percepción. Solemos estereotiparnos a nosotros mismos. Este museo es nacionalista, pro-nacionalista y anti-nacionalista en sí mismo.

–El segundo proyecto que expone en Casa Árabe es «Exposición de arte», en la que se representa 60 años de Historia artística palestina. ¿Por qué ha elegido esa forma de contarla?

–La historia de la exposiciones palestinas no está bien documentada y quise crear la estructura sobre la que hacerlo. Empecé a ir a las exposiciones, a mirar algunas fotografías de esas exposiciones. Y observé que en las de arte hay varios prototipos de documentación: la gente fotografía el trabajo, se fotografía a sí misma ante el trabajo, en un diálogo, o el trabajo en sí mismo. Incluso también recojo cuando un artista se rebela y decide descolgar su obra y llevársela, dejar de ser parte de esa exposición de arte y boicotearla.

«Líneas Aéreas de los Estados Unidos de Palestina». ¿Es un trabajo provocador?

–Es lo más divertido que he hecho nunca. Hay gente que lo ha tachado de antisemita, pero yo soy semita, cómo puedo estar en contra de mí mismo. Mi trabajo no hace ninguna mención a la palabra Israel. Recuerdo que los habitantes de Gaza, cuando lograron tener un aeropuerto, querían tener una línea aérea, compraron aviones pero les destruyeron todo antes de que lo lograran. En ese momento, Palestina empezó a fraccionarse mucho: Gaza por un lado, Cisjordania por otro, Jerusalén por otro… Y yo pensé: «¿Por qué no volver a la noción de un estado unido?». A mucha gente le pareció un trabajo muy ofensivo. Algunos palestinos me decían que estaba creando otro país. Y sí: tengo el derecho a crear un nuevo país. ¿Qué hay de malo en tener un país unido? Empecé haciendo el logo con las letras de las aerolíneas, un periódico, trabajando el aspecto de la agencia de viajes… La condición de que se trate de algo unido es lo interesante.

–Voy a nombrarle unos conceptos que aparecen en su obra para saber qué le inspiran en una palabra. Comienzo por «Presencia» y «ausencia».

–Amor.

–«Contexto» e «identidad».

–Palestina.

–«Pertenecer» y «aislamiento».

–Deseo.

–«Relación del hombre con la naturaleza».

–Humanidad.

–«Sufrimiento humano en una escala global».

–Ambiente.

–Su trabajo es político. La situación en Palestina está bloqueada. ¿Se plantea una correlación?

–Puede haberla si observamos mi trabajo desde una única perspectiva. Mis orígenes condicionan, pero yo trabajo sobre la condición humana. Tras 13 años de desarrollo del trabajo con los olivos, quizás mi trabajo es sobre lo que está pasando en la actualidad en Oriente Próximo, con Siria, por ejemplo; no es solo Palestina. Son temas sobre preocupaciones humanas. ¿Qué hacemos con la región? ¿Siria, Libia?… ¡Por Dios! Ser palestino, ser un árabe… Son solo mis referencias. Es como los mexicanos que quieren ir a Estados Unidos. Están buscando una vida mejor. Yo me identifico tanto con esas personas como con los palestinos.

Por Carla Fibla
Con información de ABC

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