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Nietos de árabes: la generación del retorno

Ballet Ikram: Yamil Mustafa y Cecilia Abuh en el Festival del Día del Inmigrante  ©Gustavo Moisés Azize
Ballet Ikram: Yamil Mustafa y Cecilia Abuh en el Festival del Día del Inmigrante  ©Gustavo Moisés Azize

Hay una cuestión sociológica, que a la segunda generación como somos nosotros nietos árabes, llamamos ‘los del retorno’. Porque la primera generación –hijos de inmigrantes- la mayoría no saben mucho. Nuestros padres no nos enseñaron a bailar, ni a hablar en “árabe”, cuenta Yamil Mustafa. Y aclara que a veces esto se da, porque los inmigrantes que llegaron –algunos para tratar de olvidar la guerra, por nostalgia o principalmente para insertarse en la sociedad argentina- no se lo transmitieron o bien, no con la suficiente fuerza.




María Cecilia Abuh (39) es psicóloga y se desempeña laboralmente en su consultora de Recursos Humanos. Yamil Mustafa (33) es periodista, aunque no ejerce en la actualidad. Viven en Córdoba. Son segunda generación de inmigrantes árabes. Se conocieron en el año 2000, tomando clases de folklore árabe. Tiempo después, junto a otros compañeros, formaron el ballet de danzas árabes Ikram, del cual son directores. Además, Cecilia y Yamil, dictan clases de folklore árabe en la Sociedad Sirio Libanesa de Córdoba.

“En la parte cultural de la colectividad, hay dos ramas: una es la que hacemos nosotros: folklore árabe, enfocado al folklore sirio libanés, ya que la mayoría de los inmigrantes árabes en Argentina tienen esa ascendencia y es la de nuestros orígenes, enseñamos los estilos dabke yabalí, karyee y el raksa. La otra es belly dance, que es la danza del vientre”, cuentan ellos.

©Gustavo Moisés Azize
©Gustavo Moisés Azize

La historia de Yamil

Su abuelo paterno llegó a Rosario, cerca de 1945, escapando de la guerra civil del sur de Líbano. Bajó del barco en Paraná y conoció a un paisano que era de su mismo pueblo. Este paisano -que al tiempo se convertiría en su suegro- le dijo: “Vení, quedate en casa un par de días, hasta que encuentres trabajo y dónde dormir”.

Allí también conoce a Zulema, quien se convertiría en su esposa (hija de quien lo acogió). Luego se casaron y se mudaron. “Mi abuelo empieza a ser viajante por los pueblos, a vender ropa, como la mayoría de los árabes que venían. En aquella época los árabes eran vistos como el ‘turco vendedor’. Ponen un negocio en Alejo Ledesma y, luego, en Amstrong y también en otra localidad. Y tienen a Oscar, mi papá. Para el cumpleaños de cuatro años de mi papá, mi abuelo deja de trabajar en otros pueblos y viene de sorpresa. Cuando se baja del colectivo, lo pisa un camión”, detalla Yamil.

El abuelo de Yamil era musulmán sunita. Cuando fallece, termina la religión con él, comenta. Nadie le enseñó a su papá su religión islámica, su abuela no la practicaba. “Mi abuela y mi papá cerraron el capítulo árabe, no se consumía nada árabe. Ellos se fueron a vivir a Bell Ville, donde había hermanos de la abuela, y se casó con otro árabe. Mi papá vino a Córdoba a estudiar medicina y ahí quedó lo árabe”, dice Yamil.




“En el ’96, con 16 años, me dio curiosidad de saber ¿por qué me llamo Yamil? ¿por qué tengo este apellido? Y empecé a investigar”, dice Mustafa. Tenía sólo la libreta de casamiento de sus abuelos paternos. Según su abuela paterna, eran de Arabia Saudita, y decía: “Somos de Arabia”. Tenía conceptos árabes muy perdidos.

Entre 1998 y el 2000 empezó a robarle a su papá las cartas que tenía escondidas. Una de esas cartas era del año 82, cuando nace Yamil. Su tío, primo libanés de su padre, le había escrito, porque veía que había guerra en Malvinas, le decía que se tenía que ir (Yamil aclara que son muy nómades los sirios y los libaneses).

“Entonces comencé a buscar gente que hablara en árabe o en francés, porque no entendía nada. Me agarró esta cuestión de investigar. Mi mamá me dice: “Yo te ayudo”. Mi mamá es criolla, riojana. Es médica igual que mi papá. Ella es un personaje, es amante de la cultura árabe. Mi mamá a escondidas, contestaba las cartas y las hacía traducir en francés y las firmaba como mi papá”, cuenta.

En 2002 Yamil envió cartas con aviso de retorno a Irak, a Francia y a Finlandia, donde estaba un primo de su padre. Después de dos o tres años, llega un aviso de retorno, del que estaba en Francia. En esa carta decía: “No sé bien quien sos, pero tenemos el mismo apellido”. Era en las primeras épocas del mail. La hija de ese primo, ve la carta y le escribe un mail a Yamil, quien le mandó otra carta con foto diciendo: ‘Este es mi papá, primo de tu viejo’. Y entonces los hijos de los primos nos comenzamos a contactar, comenta Mustafa.

“En el año 2000, dije: Yo quiero aprender a hablar. Mi abuela escuchaba un programa de radio árabe Ecos de Oriente. Yo le recriminaba a mi abuela que no me decía mucho. Ella escuchó el programa, entonces y me dice: ‘llamé y resulta que dan baile, ya te anoté’. Yo creía que era más de odaliscas. Le dije que no iba a ir. Yo era súper deportista desde siempre. Nunca hice nada de baile. Un día me vuelvo de entrenar rugby y fui por curiosidad, vi la clase y me gustó. A mí siempre me gustó bailar. Y dije: ‘voy a venir ya que mi abuela pagó el mes’. Me gustó y me copó. Y la vi a mi compañera Cecilia. Yo miraba con miedo pensando con qué me iba a encontrar. Aprendí esta danza a los 18 años, no tan de chico. Y comencé a encontrar un grupo de pertenencia”, agrega.

Cuando le empezó a contar a su papá sobre las cartas, le gustó y comenzó a entusiasmarse. “Un día dije: ‘me voy al Líbano a conocer mi familia’. Y me fui. Mi papá me decía: ‘¿para qué te vas a ir al Líbano si hay guerra?’ Y mi papá me dijo: ‘bueno, pero esperamos que pase la guerra’. Le dije que me iba lo mismo. ‘Si esperás que pase la guerra no voy a ir nunca’. Al final, aceptó y me ayudó con todo”, cuenta.

Viajó con un amigo de su papá, el doctor Gaith, que es de Siria. “Llegar a Líbano, a la tierra de mi sangre, fue un sueño cumplido, allí conocí a toda mi familia, la tierra de mi abuelo. Me agregaron al árbol genealógico y otros momentos inolvidables como bailar dabke con los soldados y aprender todo sobre la cultura”, recuerda el profesor de danzas. Además, aprovechó y conoció Siria y Egipto. Había hecho un par de cursos árabes, aunque sabía inglés, en Siria y Líbano no lo hablan mucho.

“Mi papá me dijo hace ocho años: ‘Me gustaría que me enseñes a bailar’. Es medio vergonzoso para algunas cosas. Se le pasó toda la vergüenza. Y de repente lo invitamos a desfilar en Alta Gracia y se puso la túnica. Comenzó a tomar clases de folklore árabe, y lo pusimos en la obra La Boda Árabe, que hicimos con Ivana Fernandez Sabah, directora del ballet de danzas árabes en la Colectividad Sirio Libanesa de Córdoba. A mi papá le encantó y aprendió a bailar”.

El acercamiento a lo árabe también se dio de parte de su hermano, de profesión arquitecto. Empezó a trabajar en una empresa que realiza diseños arquitectónicos para el exterior. Tuvo la oportunidad de viajar por trabajo y eligió Dubai, por curiosidad. Fue y volvió. Se tatuó en árabe y ahora está entusiasmado con esa cultura. “Es un orgullo ver que en mi familia todos se contagiaron y son un sostén para mí”, refiere Mustafá.

En la facultad conoció a Santiago Layus, ambos descendientes de árabes y periodistas, y comienzan a realizar una revista árabe, más abocada al belly dance, con amplia información cultural, gastronómica, sumado el idioma. La revista se llamó Anisa (significa “señorita”). Duró cinco años, hasta que compró, junto a un socio, el restaurante árabe “Maktub”, antiguo Mikonos. Su hermano, lo reformó. Ahí ensayaban y daban clases.




Hace pocos meses, vendió su parte, porque no le daban los tiempos con el otro trabajo en el Hospital de la Fuerza Aérea, las clases, el ballet y en la colectividad.

©Gustavo Moisés Azize
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La historia de Cecilia

“En el casamiento de una amiga, vi bailar el dabke y me encantó. Le pregunté a mi papá que era eso que bailaban en una ronda, y él me explicó que era el dabke. Había visto bailar a odaliscas pero lo que me generó el dabke fue otra cosa”. Ese año falleció su papá, fue un golpe duro, sin embargo decidió anotarse y empezar a aprender a bailar, porque era una manera de mantener viva la cultura, cuenta Cecilia.

Ella es nieta de árabes, por parte paterna. Su abuelo Miguel Abuh era de Damasco (Siria) y vino a Argentina con un hermano.

Su abuela paterna, Julia Arias (su apellido original era Rahed) era hija de libaneses. Julia era hija de Sara Simón, pastora que vivía en Raas Baalbeck y de Yusef Rahed, funcionario del gobierno y músico, era oriundo de Beirut. Sara y Yusef se casaron en Líbano, vinieron a Argentina, a comienzos del siglo 20. Se instalaron en Arroyito, luego en Córdoba, donde Julia conoció a Miguel. Los padres de Julia, querían otro candidato para ella, pero defendió su amor por Miguel, con quien se casó y formó familia. Uno de los hijos fue Jorge Abuh, papá de Cecilia.

Los padres de Cecilia fallecieron hace unos años: Jorge era concejal y María Inés, profesora de Filosofía y Ciencias de la Educación. Sus hermanas menores y mellizas, Constanza (diseñadora de los trajes del ballet Ikram y para los alumnos) y Soledad, licenciada en Comunicación Social.

Con 24 años, Cecilia comenzó a tomar clases de folklore árabe que, en aquel entonces las ofrecían enfrente de la Iglesia San Jorge, en calle Corrientes. “Me fascinó desde la primera clase; ese mismo día también comenzó a tomar clases Yamil”, recuerda ella.

“Me fanaticé. Escuchaba el programa de radio árabe. Toda la música que me compraba era árabe. Cada vez me gustaba más. Me atrapó, como si me hubiese despertado algo que estaba latente. Había temas que me recordaba a algo cuando era más chica y que los había escuchado en mi casa. Entonces para mí fue un camino sin retorno y nunca, con Yamil, dejamos de bailar. No hubo ninguna etapa o período que por alguna razón, no haya seguido con el folklore”, cuenta la profesora.




Después, empezó a estudiar idioma árabe. Hizo dos años en la escuela de lenguas. Tomó clases particulares con un amigo y en la sociedad musulmana. Confiesa que no tiene la continuidad por la falta de tiempo y que es una deuda pendiente. Sabe leer, comunicarse desde lo más básico en una conversación. También tomó clases de belly dance de manera intermitente con Samia Yasbek y, luego, clases particulares con Romina Montes, pero esto ha sido más bien un complemento para algunos movimientos y más como un hobby.

En la casa se seguían las tradiciones de comidas y escuchar música, aunque ninguno era bailarín profesional. En su familia nadie bailaba dabke, si no que se bailaba el raksa, que es en pareja. Cada integrante bailaba como lo habían aprendido de sus abuelos.

Cuenta Cecilia que no la obligaron a aprender danzas árabes. Aprendió danza clásica y salsa. Se acuerda que de niña, le regalaron una panderetita, con la que acompañaba la música árabe que se escuchaba de Azur Shami y con la que bailaba con su papá. “Había una influencia”, cuenta. Su padre pertenecía al Club San Lorenzo, el club de los árabes, en calle Paraná. Ella recuerda que en esas épocas, el Día del Niño, del padre y otros festejos, se realizaban allí, donde asistía junto a sus hermanas mellizas. Reconoce que siempre había algo árabe en los eventos.

©Gustavo Moisés Azize
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Nacimiento del ballet Ikram

Cecilia y Yamil tienen una historia de baile en común. Comenzaron en el ballet del Ateneo Cultural Sirio Libanes dirigido por Omar Ayub y Erica Douglas Tillar, que en ese entonces pertenecía a la Sociedad Sirio Libanesa de Córdoba. Al tiempo, Omar y Erica dejan de pertenecer a la institución y continúan con las actividades, manteniendo el nombre del ballet. Cecillia y Yamil permanecen hasta fines de 2003.

Ya en el 2004, Abuh y Mustafa, comenzaron a sentir la necesidad de otros desafíos. Motivados con la idea de hacer coreografías más desafiantes, estudiar aún más de los trajes, participar en la colectividad y forman el ballet Ikram, fuera de las instituciones.

Cecilia inicialmente tuvo más dudas de iniciar este ballet y fue un proceso de maduración en el que cada vez se fue convenciendo más. Yamil era el más osado. La decisión de armar un ballet fue también con temor, porque del que se iban, tenía un nombre, y sabían, que otros que lo habían intentado y no les había ido bien. Aunque ellos estaban convencidos de dar este salto.




En los comienzos de Ikram, los ensayos se realizaban en la casa de la abuela de Cecilia, en la casa de los padres de Yamil o en la de otra integrante. El ballet se armó con un grupo de amigos. Se fueron seis del ballet anterior, en el mismo momento. Cecilia, Yamil, Pablo Jarma, Karim Faiad y Andrea Bonus, luego los siguieron, Ariel Nallar y Gabriela Mohaded.

“Ensayábamos en el garaje de mi abuela. Más allá de necesitar un lugar, también era para mí importante que ella estuviera, se sentaba, nos miraba. Era una manera de compartirlo con ella y con mis tíos. La verdad que al principio nos costó muchísimo”, recuerda la profesora. Cuenta también que al comenzar con Ikram estaban felices, contentos de diseñar los trajes, armar las ‘coreos’, poner otra impronta, lo que implicó, leer, investigar, ver videos, buscar información en Internet. Fue un proceso de crecimiento para los integrantes.

La primera actuación de Ikram fue en el Colegio San Jorge de Maipú y le siguió en  la fiesta de colectividades en Alta Gracia. Recibieron la ayuda, el soporte, los consejos de sus familias; sobre todo al inicio.

“Mi mamá tiene una anécdota muy graciosa, que siempre iba cuando íbamos a algunos lugares a bailar, se paraba detrás del público y decía: ¡Qué bien que baila esta gente! Yo veo que esta gente es muy profesional, yo he visto algunos paisanos, y estos chicos hacen lo mismo”, cuenta Yamil.

Al principio del ballet, eran pocos, ya que evaluaban cada incorporación. Hasta que en un momento decidieron dar un salto y animarse a ampliar más el ballet. En los inicios no había directores. Naturalmente se dio que Ceclia y Yamil quedaran como coordinadores y todos lo aceptaron.

Después empezaros a dar clases en la Sociedad Sirio Libanesa de Córdoba. La directora del ballet de esa institución Ivana Fernández Sabah llamó primero a Yamil, en el año 2006, para que se encargara junto a otro chico, de la parte de folklore. “Las clases pasaron a ser un poco nuestro semillero. Y los que ingresaron desde el 2008, han pasado por nuestra escuela. Entonces Ikram se fue profesionalizando”, dice Cecilia.




Ikram, (que significa “honor” en árabe) hoy cuenta con 10 integrantes, cuatro varones y seis mujeres. Pablo Jarma, Chibli Bitar, Samir El Sukaria y Yamil Mustafa. Cecilia Martinetto, Romina Brane, Julieta Alcalde, Susana Wassan Taha, Ileana Crespin y Cecilia Abuh y, próximamente, se incorporarán nuevos bailarines. Hace cuatro años que Ikram, ensaya en la Sociedad Sirio Libanesa.

©Gustavo Moisés Azize
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Por Verónica Sudar, de la Unión de Colectividades de Inmigrantes de Córdoba (Ucic).
Con información de La Voz

Nota de la Bitácora: dedicado a la memoria de Pablo Jarma para quien la danza era su pasión.

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