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El pervertido proceso de captación de yihadistas

Dos yihadistas fueron detenidos en el poblado chavolista de la Cañada Real
Dos yihadistas fueron detenidos en el poblado chavolista de la Cañada Real

Walid Oudra, de 26 años, pasó de perder a su novia y su empleo a odiar la vida y querer matar a «infieles» para satisfacer a Allâh. Este ciudadano marroquí, uno de los tres encarcelados por formar en Madrid de «una red yihadista radical disponible» para atentar en España, que fue desarticulada, se encontraba desorientado y aislado del mundo cuando topó con Abdessadek Essalhi, un fanático religioso que incendió su mente y le captó para hacer la yihad. La red mantenía vínculos con el grupo terrorista autodenominado Estado Islámico (EI) a través de su líder, Yassin El Mourabet, quien difundía sus mensajes en a través de Twitter. El grupo «estaba disponible para cometer atentados terroristas y cumplir un catálogo de actividades» al servicio del EI.

La resolución del juez de la Audiencia Nacional Fernando Andreu, que mandó a prisión a ambos junto al cabecilla de la célula, relata con precisión el pervertido proceso de captación de yihadistas desarrollado en las calles de Madrid. En solo seis meses, Oudra lo tenía claro: estaba dispuesto a matar cuando se cumplieran las señales de un supuesto Apocalipsis. Todo arrancó en mayo, cuando Abdessadek Essalhi, un marroquí conocido en las mezquitas madrileñas por su interpretación rigurosa del Islam, comenzó a contactar con él por teléfono, «ejerciendo como su maestro religioso y espiritual». Las conversaciones, tan frecuentes, generaron en Oudra «una intensa dependencia psicológica» del mismo.

El tutelaje otorgó a Essalhi un «control personal que le permitía manipular a Walid Oudra y dirigir su voluntad condicionando su manera de concebir su entorno y alguno de los valores vitales más básicos», narra el juez. El joven marroquí llegó a consultar a su mentor yihadista cualquier paso de su vida cotidiana. Sin trabajo, Oudra dudaba si debía aceptar un empleo como camarero, porque había que vender alcohol. Essalhi resolvió por él: «Ese trabajo es pecado porque hay que servir alcohol y eso está prohibido». Le aconsejó, así, que continuará buscando un trabajo «lícito».

 Oudra no solo no tenía empleo. La ruptura con su novia —a quien luego tachó de «hipócrita»—, la pérdida del trabajo y «la falta total de medios» para subsistir le llevaron a un gradual aislamiento del mundo, «lo que se materializó en largos periodos de tiempo encerrado» en su casa, en la calle Peña Prieta del barrio madrileño de Vallecas, donde convivía con otro marroquí al que apenas veía.

Este caldo de cultivo alejó a Oudra de sus amistades viejas. El 1 de octubre, en una conversación por teléfono, el yihadista reconoce a su mentor que venía de la «auténtica oscuridad,metido entre gente que bebía alcohol, con una novia hipócrita, todo no era más que pecado». Ahora, «este mundo» ya no tiene ningún valor y solo desea «dedicarse enteramente a Dios», le contaba por teléfono a Essalhi. En la sociedad actual no está cómodo: siente incluso pánico al salir al balcón de su casa por si alcanza a ver a «chicas desnudas».

En otra conversación, Oudra reconoce a su captador que a veces no encuentra el sentido a la vida. «Sí, Dios es grande, que nos tenga en su gloria. Llegué hasta un punto amigo que ya me da igual el mundo, te lo juro, tuve un momento. Odio la vida y hubiera preferido estar muerto. Te juro que ha enfermado, te lo juro. Tengo la idea de hacer un atraco o alguna jugada peor, te lo juro por el Dios más grande», aseguraba, según las conversaciones registradas.

«Les voy a tirar una granada»

En esa situación, su única ventana al mundo era internet, donde se dedicó a formarse en doctrinas radicales. La policía, que mantuvo la vigilancia sobre él, le observó vagando por las calles «sin rumbo fijo». Sus perversiones llegaron al punto que avisó a Essalhi de que debajo de su casa se reunían musulmanes de tendencia sufista, una corriente del Islam centrada en lo espiritual, para meditar. Oudra los llamó «infieles peor que los judíos» y se dedicó a vigilarles durante una semana para mantener informado a su mentor. «Les voy a tirar una granada… van a ser víctimas», le comentó en una ocasión, cuando Essalhi le incitó: «Hay que lapidarlos». En otra llamada, ambos yihadistas fantasearon con la mejor manera de herir a los «infieles». Oudra invitó a Essalhi a liberar aquel lugar donde se reunían los sufistas; este respondió que le diera una espada y lo haría, a lo que Oudra replicó que mejor sería un bazoca. «Sí, sí, que haya sangre, como en la guerra civil», en referencia a Siria.

En los momentos en los que su ánimo flaquea, Oudra llama a Essalhi, quien le asegura que siempre estará ahí cuando lo necesite. Oudra, quien critica que la gente se deje influenciar mucho por el diablo, llama incluso a su madre para contarle «con entusiasmo» la dependencia que experimenta hacia Essalhi, a quien pone por las nubes. Lo que necesita en este momento de su vida es que él «le guíe y enseñe el camino de la senda de Dios». Su mentor también le anima a seguir las enseñanzas de unos imames de la doctrina salafista que promueven la doctrina Takfiri, «diseñada para que los mujahidines se infiltren en los Estados a conquistar, haciéndose pasar por musulmanes occidentalizados con el fin de poder llevar a cabo ataques más eficaces», le explica Essalhi.

El punto culminante del progresivo proceso de degeneración de Oudra llega en una conversación que ambos mantienen el 18 de octubre. Los investigadores sitúan en ese hito el momento en el que ambos yihadistas están fuera de control y pueden atentar en cualquier instante. Esos mensajes desencadenan las detenciones.

El juez relata que, tras esa conversación, tanto Essalhi como Oudra «habrían aceptado como real una espiral apocalíptica que va a justificar según ellos manifiestan de forma clara, expresa e inequívoca la comisión de acciones contra la vida de otras personas». El culmen llegará «en el momento en el que, a su juicio, tengan lugar el conjunto de signos del Apocalipsis», que ya habría comenzado con la sequía del lago Tabrias en Palestina. En esa conversación, Walid Oudra le dice excitado a Essalhi que «se acerca la hora, estamos en ella, te lo juro». El momento de atentar.

Cuando se cumplan las señales «que dijo el Profeta», comentan, llegaría el momento en el que «se cargarían a gente». «Es una oportunidad para las personas que han pecado, como yo», dice el yihadista de 26 años que idolatra a su mentor. El juez, quien explica que el momento exacto en el que ambos yihadistas se iban a sentir «autorizados divinamente a cometer los asesinatos contra los que consideran infieles, liberando así sus almas y redimiendo sus pecados», depende de su voluntad, totalmente viciada por la irrealidad.

Essalhi, quien vivía en el poblado chavolista de la Cañada Real con su mujer y suegros y había sido captado a su vez por El Mourabet, eligió a Walid por sus condiciones especialmente vulnerables y lo había conseguido. El deseo de Walid de llegar a Dios, relata el juez, «pasa necesariamente por el combate y la aniquilación de todas aquellas personas que considera infieles por no cumplir la voluntad divina o ser enemigos del Islam». Duerme en prisión.

Por Luis P. Arechederra
Con información de ABC

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