Abdel Rahman Shaukat,el Sartre de Bagdad
“Año 1960. El Cine Royal. El cine Roxy. La librería Mackenzie. La librería Coronet. El Café Suizo, L’Orient L’express. Los almacenes Onesdi Back. Sartre Trotsky”. Ali Bader ha escrito estas líneas en su magnifica novela, nostálgica, irónica, descriptiva del Bagdad de un tiempo perdido, con el sorprendente título ¨Papá Sartre¨. Hubo un personaje ¿real, inventado? Abdel Rahman Shaukat, que estudió en la Sorbona donde preparó un doctorado sobre el existencialismo, admirador de Sartre con el que, sin embargo, no se atrevió a dialogar por falta de un suficiente dominio del francés, cuya filosofía inspiró toda su vida hasta la muerte. En Bagdad le llamaron el ¨filósofo de Sadriya¨, el ¨Sartre de la nación árabe¨ y sus discípulos irakíes repetían que ¨Sartre le había enviado para salvar la nación árabe de la que le había hundido la generación anterior¨.
¨Papá Sartre¨ es un libro entrañable porque describe unos personajes un ambiente de una ciudad muerta para siempre. Es alrededor de la porticada calle Rachid con sus cines, sus cabarets, su librerías sus almacenes, iglesias, el cristiano vecindario, el abigarrado zoco, donde se cruzan los caminos de sus criaturas en torno al filósofo, figura única que ¨resume el drama de toda una sociedad y la tragedia de toda una nación¨. Yo todavía, en mis primeros viajes a Bagdad, pude conocer algún que otro teatro, algún club nocturno, la cafetería L’Orient L’Express del hotel Palestina, librerías con altillos polvorientos de la calle Saadun, y sobre todo la pequeña librería Makhenzie de la calle Rachid en la que compré clásicas novelas inglesas, muy baratas por el hundimiento de la cotización del dinar. Fue en Makhenzie donde el novelista sitúa uno de los mejores pasajes de su texto, galardonado con varios premios literarios.
Tengo que hacer un esfuerzo de memoria para recordar aquellos años cuando el prestigioso premio de literatura Sadam Hussein era el más codiciado por los escritores árabes, cuando Bagdad era centro arquitectónico, artístico floreciente -años del realismo socialista- con sus modernas galerías de pintura en el paseo fluvial del Tigris de Abu Nauas. Ali Bader ha publicado desde el 2000 doce novelas y Papá Sartre, traducida a varias lenguas, es su gran novela de una nostalgia irremediable de la intrahistoria del pueblo iraki.
¨Intelectual -escribe sobre aquel ambiente de Bagdad, tan cercano al de nuestras propias costumbres de una cierta época- es ir por la mañana a los cafés a escribir, por horas enteras entre el humo de los narguiles y los chasquidos de las fichas del dominó, sentarse al atardecer en la última fila de una sala de cine, bostezando, y divertirse por la noche en un club¨. En el que frecuentaba nuestro Sartre irakí la dueña, su amante, había inscrito reverentemente y en francés ¨table du philosophe. Reservee. S. V. P¨.
Abdel Rahman Chaukaf no dejó ninguna línea escrita, prefería la espontaneidad de la conversación porque la palabra permitía seguir el compás de los movimientos de la conciencia y ¨aprehender La Náusea por si misma y no por su imagen ni metáfora¨. Alrededor del Sartre de Sadriya, el barrio de Bagdad donde residía en una hermosa mansión en medio de oscuras y pobres callejuelas, en cuyas paredes húmedas a menudo había que arrimarse para dejar paso a las carretas tiradas de alazanes de poderosas ancas que piafaban, vivían gentes de diversas religiones, como la judía, comerciantes cristianos, orfebres mandain, una antigua secta que remontaba a la tradición del bautismo de San Juan Bautista. Era un Bagdad provinciano, bajo la monarquía hachemita, la influencia británica tras la derrota del imperio otomano, con suspiros de modernidad, intelectuales y escritores que se creían marxistas, trotskistas. Hagamos de Bagdad otro París -prorrumpió en una noche de borrachera Abdel Rahman en su cabaret preferido-, Bagdad la capital del existencialismo¨.
El último capítulo de este libro cuya traducción encarecidamente recomiendo es una trágica parábola del Irak y del Oriente Medio árabe. Uno de sus personajes, al corroborar que ni la Náusea ni el absurdo, utilidad para la cultura árabe, propone aplicar el método estructuralista a fin de aportar una solución y escribir un libro sobre la historia de la locura en la era islámica. ¨¿Quién dice -se pregunta- que la civilización islámica ha marginado la locura? Yo pienso, por el contrario, que la ha privilegiado¨.
El protagonista presiente en aquellos años 60 de Bagdad que su historia concluirá con la práctica de la filosofía de Jamaledin Al Afgani, pensador del siglo XIX considerado como uno de los fundadores del panislamismo. Ali Bader, provocador y realista, es uno de los grandes novelistas contemporáneos árabes.
Por Tomás Alcoverro
Con información de La Vanguardia
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