Siria y el Gólem occidental
Para examinar el curso de la guerra en Siria, hay que echar mano de un buen mapa, incorporar algunos datos básicos del país, y no treparse a la lámpara si a un tiempo se concluye que todas las guerras son humanas y… ajenas a nuestra «naturaleza». Por sobre todo, hay que mirar el asunto con microscopios de alta potencia, y tomar los «análisis» occidentales con pinzas y guantes apropiados.
Pocos datos. Que ya el único libro sensato de la Biblia advierte que “…el mucho estudio es fatiga de la carne” (Eclesiastés, 12:12). Cosa en la que pocos intelectuales reparan, a diferencia de aquel pescador judío llamado Pedro que, según algunos, fue el primero en reconocer y seguir a Jesús como hijo de Dios, en tanto otros dicen que aprovechó la ocasión para huir de la suegra con la que vivía en su propia casa.
Pedro fue un dechado de contradicciones. Frente a los romanos negó a Jesús tres veces, y tres veces reafirmó su amor por él luego de resucitado. Lealtad que le representó quedarse con las llaves del reino de los cielos, y con ellas abrir en Siria las puertas de la iglesia de Antioquía, la ciudad más importante del imperio después de Roma y Alejandría.
Los días del primer Papa de la cristiandad terminaron en la colina del Vaticano. Lugar donde los antiguos etruscos lanzaban, justamente, sus vaticinios y profecías. Allí Nerón lo crucificó cabeza abajo, ya que el mártir estimaba que no era digno de morir como Jesús. Demostraciones de fe que pesan en el imaginario popular, y conviene no tomar con ligereza.
Dos siglos y medio después, los emperadores de origen serbio Constantino y Licinio (Occidente y Oriente) negociaron con los cristianos un acuerdo para salvar al imperio: el Edicto de Milán (313). El imperio no se salvó. Pero antes de exhalar el último suspiro Constantino se convirtió, y los cristianos quedaron para siempre agradecidos con el emperador, por haber erigido en el Vaticano la primera basílica que lleva el nombre de Pedro.
En el mundo de hoy, los caminos ya no conducen a Roma. Tenemos los de Washington, Londres, Moscú, y el legendario de Damasco, donde acechan múltiples peligros y sorpresas. Si lo habrá sabido el judío Pablo, recaudador de impuestos y perseguidor de cristianos, a quien Jesús se le apareció, parándolo en seco: «Hasta aquí has llegado. Te bautizas, o te rompo la madre».
Sin despojarse de sus vuelos celestiales («Dios lo quiere»), la cultura occidental se jacta de su legado secular. ¿A causa de qué, entonces, se empantana con sus guerras «humanitarias»? Es verdad que la crisis económica mundial y todas esas cosas están vaciando de sentido a la cultura occidental. Sin embargo, la presencia en Siria de 30 mil mercenarios y terroristas de 80 países, azuzados por Estados Unidos y el sionismo para destruir el Estado laico de Siria, configuran un auténtico misterio persa que sólo los sabios ayatolas de Irán, quizá, podrían decodificar.
En ese contexto se explica la decidida intervención de Moscú y el Vaticano para frenar a Washington y Tel Aviv en Siria. Un modo de recordarles que la guerra es como el ajedrez, juego en el que todo es lógica, táctica, estrategia, y nada queda librado al azar. Y si tales premisas fallan, los más débiles acaban imponiéndose sobre los más fuertes.
En 1943 y 1975, la Unión Soviética y Vietnam hicieron picadillo del suprematismo nazioccidental. Y así como en Irak y Afganistán, habrá un desenlace similar en Siria, y en las luchas del pueblo palestino, que volverán a oxigenarse cuando el insostenible déficit en cuenta corriente de Washington obligue a cortar el chorro de ayuda militar al enclave neocolonial llamado «Israel».
China y Rusia han vuelto a ser las grandes potencias de antaño, rayándole la cancha al Gólem occidental, impía y poderosa criatura creada para salvar al imperio. Pero al no dotarla de reglas y entendimiento (como el Edicto de Milán), se les está yendo de las manos sin que sus creadores sepan ya cómo dirigirla.
De un lado, el suprematismo del Tea Party, que anda buscando a un personaje como el Papa jesuita Francisco, quien, al tiempo de pasar la escoba en el Vaticano, exige el cese de las sangrientas orgías en la tierra donde los creyentes en Jesús fueron llamados «cristianos» por primera vez. Y por el otro, el suprematismo sionista, que tiene agarrados de los huevos a los representantes del American dream.
Los primeros quisieran seguir jugando ajedrez, mas por andar leyendo novelas de Dan Brown olvidaron sus reglas. Y los segundos temen que este juego perfeccionado en Irán confirme que el número de diferentes partidas que pueden librarse exceda (de acuerdo con el cálculo del matemático estadunidense Claude Shannon) el número de átomos del universo.
¿Podrán lograrlo? Algunas potencias occidentales (Francia, en particular) así lo creen, suponiendo que basta con sentirse apoyadas por un presupuesto militar que sólo en Estados Unidos equivale a un millón de dólares diarios desde el nacimiento de Jesús. Así es que… ¿blancas o negras?
Por José Steinsleger
Con información de : La Jornada
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